En una ocasión, una amiga me comentó que había tenido una fuerte infección en el útero que la había dejado postrada en cama por algunos días, y que había tenido que tomar antibióticos durante varias semanas.
Poco después, en febrero de 2012, aunque el problema que había tenido mi amiga no se consideraba contagioso, comencé a tener los mismos síntomas. El más fuerte de ellos fue una hemorragia grande, que no era parte de mi ciclo menstrual. Allí me di cuenta de que mi amiga había descrito con lujo de detalle los síntomas de la enfermedad, y que sin darme cuenta yo los había aceptado en mi pensamiento.
De inmediato me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí ayuda por medio de la oración. Después de hablar con ella sentí mucha confianza, lo que me ayudó a no asustarme con el sangrado que tenía.
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