Heather Hayward divide su tiempo como practicista y maestra de la Ciencia Cristiana, entre su departamento en Londres y su casa en Barton on Sea en el condado sureño de Hampshire, Inglaterra. A ella le encanta caminar por la playa y los acantilados, donde, dice: “Hago mis mejores oraciones. El constante cambio de ánimo del mar y del cielo enseñan maravillosas lecciones”.
A esta ex-maestra de escuela, madre de tres hijas grandes y seis nietos, le encanta hacerse cargo de la familia, lo cual la mantiene activa y con frecuencia gratamente entretenida.
Heather fue criada en la Ciencia Cristiana, y su madre era la que con más insistencia y afecto la instaba a estudiarla, mientras que a su padre no le interesaba la religión. Esto hizo que muy pronto se planteara muchas preguntas. Ella comprende muy bien la situación en las familias donde sólo uno de los padres es Científico Cristiano.
¿De qué manera afectó esto tu vida de oración y el apoyarte en la curación espiritual?
No fue nada sencillo porque no podía haber ningún diálogo abierto sobre cuestiones espirituales en la casa donde crecí. A veces parecía como que caminábamos sobre cáscaras de huevo. Sin embargo, a pesar de lo que ocurría, mi madre era positiva y firme en sus declaraciones del poder y la presencia del Amor divino. Los hechos espirituales que calladamente compartíamos, nos afianzaron fuertemente en Dios, quien cuidaba de nosotras, nos guiaba y consolaba, especialmente cuando las situaciones eran difíciles. Mi madre sabía perdonar y no guardaba rencor, y esto fue un ejemplo fantástico del Amor, Dios, en acción.
En la iglesia, yo me sentía a la vez fascinada e inspirada. También constituía un enorme desafío para los inspirados, maravillosos y pacientes maestros de la Escuela Dominical que respondían a mi persistente cuestionamiento. Yo luchaba con las respuestas hasta que me embargaba un sentimiento de paz. Me encantaban la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, y desde temprana edad aprendí a “batear” los desafíos que cada uno debe enfrentar. Oré por mí misma y sané de huesos rotos, un corte profundo en el brazo, resfríos, relaciones difíciles, tareas escolares, y otros. Las soluciones siempre fueron mejores de lo que uno podía imaginar o esperar. Lo más importante fue que estaba aprendiendo dónde estaba mi confianza.
¿En qué etapa y circunstancias decidiste dedicar todo tu tiempo a la curación cristiana?
Sucedió luego que conocí y me casé con un hombre maravilloso, mi esposo, John, con quien compartía un profundo compromiso con el Espíritu, y tuvimos el privilegio, pocos años después, de tener en casa a una enfermera de la Ciencia Cristiana para que atendiera el parto de nuestras trillizas sin medicación ni una presencia médica.
A pesar de que tenía mucho trabajo atendiendo a las tres pequeñas, me pidieron que presentara al orador de una conferencia de la Ciencia Cristiana para nuestra iglesia filial. Al día siguiente, nos invitaron a ir con él y su esposa al siguiente lugar donde daría una conferencia. Durante la misma, sentí el fuerte impulso de convertirme en practicista de la Ciencia Cristiana, como el conferenciante. Me sentí iluminada y maravillada por este rayo de luz, y esa semana di los primeros pasos necesarios para empezar: pensar como un practicista. Sabía que había sido llamada a tomar esa decisión. ¡Y estaba decidida a hacerlo!
Tiempo después, cuando tuve más experiencia, regalé siete ejemplares de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy en una semana, y al menos seis personas me pidieron que orara por ellas. Ninguno pertenecía a mi iglesia filial, y sólo uno era estudiante de la Ciencia Cristiana. Como resultado hubo lindas curaciones, y ha sido mi forma de vida y actividad desde entonces.
¿Qué es lo que más te gusta de tu labor?
Me encanta la manera en que la oración invoca el poder de nuestro Padre-Madre Dios para mostrarnos cómo debemos pensar y actuar de acuerdo con el plan que Él tiene para nosotros. No estamos ni por un momento desligados del Espíritu. Escuchar en busca de inspiración divina, es un proceso de revelación.
Escuchar en busca de inspiración divina, es un proceso de revelación.
En una ocasión una persona me llamó y después de diez minutos de lo que podría haber sido una conversación muy normal, todos los asuntos que esta querida persona estaba enfrentando, habían sido respondidos con los temas que tratamos. Ella me confesó que había estado intentando armarse de valor para llamar a un practicista ¡durante casi dos años! Esto llevó a que se resolvieran algunas situaciones que cambiaron su vida, y donde la intuición espiritual fue clave para las dos. Probamos que “el sentido espiritual es una capacidad consciente y constante de comprender a Dios” (Ciencia y Salud, pág. 209).
En momentos como ese, muy rara vez sabes qué nuevos conceptos te serán revelados. Sientes mucha inspiración porque cuando te detienes a escuchar, surge la habilidad de responder a la necesidad humana. Es la coincidencia de lo humano y lo divino en la cual se comprende más plenamente que la Mente única tiene el control total.
Me encanta la variedad de llamadas que recibo, y el proceso de escuchar intensamente mientras las verdades divinas se van revelando. Se siente una gran humildad al escuchar las “pepitas de oro” tan especiales que se manifiestan. Pensemos simplemente en las palabras del Maestro: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30). Es realmente un privilegio ayudar a la gente a crecer, así como un jardinero cuida de sus plantas. Tal vez lo más beneficioso, cuando trabajas en la práctica, es que cuanto más aprendes, tanto más tienes que explorar. El mundo del Espíritu y de las ideas espirituales es realmente vasto e ilimitado.
El teólogo alemán y escritor cristiano Dietrich Bonhoeffer dijo en una ocasión: “Cada día que no ahondo más profundamente en el conocimiento de la palabra de Dios en las Santas Escrituras, es un día perdido para mí” (Meditando sobre la Palabra). ¿Sientes tú lo mismo?
¡Claro que sí! Es muy interesante que cites a ese valiente e inspirador pensador cristiano, porque él oraba para comprender qué significa seguir al Cristo en un mundo moderno y lleno de peligros. Es un hecho que cada día exige que nos sumerjamos más profundo en el Espíritu, una frase que Mary Baker Eddy usó en algunas definiciones en su Glosario en Ciencia y Salud: “Sepultura. … Sumersión en el Espíritu; la inmortalidad sacada a luz” (pág. 582). Y, “Bautismo. Purificación por el Espíritu; sumersión en el Espíritu” (pág. 581). También pienso en el llamado que el Apóstol Pablo nos hizo de que “más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2° Corintios 5:8).
Todo forma parte del diseño del Espíritu ¿no crees? Y yo sé que a ti te interesa mucho el diseño ¿no es así?
Bueno, sí, pero porque a mí me encanta la metafísica. Siento que se necesita cierta curiosidad para ver cómo se conectan las ideas espirituales para formar el diseño perfecto, y cómo pueden verse a través del concepto a veces denominado “normas de la elegancia”. Para mí la elegancia es sinónimo de belleza, incluso simplicidad y constancia en el diseño. Y esto se puede aplicar directamente a mi búsqueda de lo absoluto. Se relaciona con el hecho de que todo buen diseño es una expresión de Dios por ser el gran Diseñador.
La Sra. Eddy señaló que el cristianismo de Cristo “une todos los períodos en el designio de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 271), y dijo que las curaciones que Jesús realizaba eran espirituales “en su naturaleza, su método y propósito” (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 3). Todo lo que pertenece al Espíritu se conecta hermosamente y con elegancia. Y cuando camino todos los días junto al mar, las sutiles variaciones de color y luz sugieren la elegancia del Alma, lo que es una alusión del cielo en la tierra. Los diferentes tonos tienen movimiento, no estancamiento, y son una evidencia de la tremenda variedad que existe en la creación de Dios.
Es obvio que te gusta mucho ahondar por debajo de la superficie de las palabras. Sé que al cuidar de tus hijos y nietos, has pensado mucho en el significado profundo de la palabra santuario.
Sí, a mí me gusta mucho el concepto bíblico de santuario, aunque ese concepto a veces parece muy impersonal, como si estuviera fuera de nuestro alcance. Así que pienso que, cuando somos tentados a preocuparnos por algo o alguien, es muy útil llamar a ese santuario el “armario” de Dios. Aquí en el Reino Unido todas las casas tienen un armario donde se colocan las ropas después de haber sido lavadas y secadas. Es un concepto que se entiende fácilmente porque es algo que se usa todos los días, y ayuda mucho a reducir el temor.
Cuando nuestras hijas eran pupilas en la escuela de ballet, me parecía maravilloso poder guardar mentalmente a cada una de ellas en un cálido y afectuoso envoltorio, y colocar el bien protegido envoltorio a salvo en el santuario o armario de Dios. Siempre que pensaba en las niñas yo sabía dónde estaban. Confortablemente envueltas, bajo la vigilancia y protección del Amor divino.
Cuanto más se aprende, tanto más hay que explorar.
No es de extrañar que la Sra. Eddy hablara de dejar fuera el temor y permitir la entrada a “la Verdad, la Vida y el Amor”. En Ciencia y Salud ella dijo que deberíamos “declarar la totalidad de Dios”, y, citando de la Biblia, “orar sin cesar” (pág. 15). En otras palabras, el armario de nuestro Padre-Madre es el lugar donde hay calidez, confort y seguridad. Nuestras hijas pasaron muchos años de arduo entrenamiento de ballet sin sufrir lesiones serias, y con gratitud yo las acostaba todas las noches, en mis oraciones, pensando que estaban a salvo en el armario de Dios.
Mencionaste que tu madre y abuela señalaron el camino para que tú crecieras y progresaras en la Ciencia Cristiana. ¿Podrías comentar un poco más al respecto?
Fueron todo un ejemplo al vivir la Ciencia Cristiana y hacerla práctica en la vida de los que las rodeaban, incluso yo. Ellas hablaban de la esencia de este pensamiento del Manual de la Iglesia de la Sra. Eddy: “La gratitud y el amor deberían reinar en todo corazón cada día de todos los años” (pág. 60). Esa frase continúa iluminando mi camino y despertando mi corazón todos los días.
Creo que preservamos mejor nuestra herencia para las futuras generaciones, a medida que tratamos de llegar a los demás y a la meta elevada que estableció el Maestro con su antiguo y nuevo mandamiento: “amaos unos a otros; como yo os he amado; que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (véase Juan 13:34, 35).
El armario de nuestro Padre-Madre es el lugar donde hay calidez, confort y seguridad.
Usando el concepto de los absolutos de la Ley Mosaica, quiero alentar a los jóvenes y a la gente más grande, a idear lo que describo como el "11° Mandamiento”, poniendo de relieve una verdad sanadora. Puede usarse para provocar una sonrisa y afirmar una verdad simple pero muy eficaz. Por ejemplo, si alguien llama pidiendo ayuda porque parece que está por tener gripe, uno le podría decir: “No tendrás gripe”. O “estás rodeado por el cálido amor de Dios”.
Esto me recuerda una época en que una de mis hijas tenía una tos seca. Un día, las dos nos reímos mucho cuando ella tosió tan fuerte, que no pude evitar decir en voz alta: “¡Eso estuvo magnífico, Señora!” La burbuja del temor se reventó como un globo e instantáneamente desapareció. Ella no volvió a toser. El absurdo sanó el temor. Es sorprendente cómo a menudo el sentido del humor tiene una función en la curación. Además, de nuestra habilidad para hacer firmes declaraciones: a veces, ¡Sí!, con frecuencia, ¡No!
¿No piensas que la elección entre sí y no, se aplica especialmente cuando enfrentamos peligros impredecibles o nos abruma el temor?
Tienes mucha razón. En una ocasión, en Londres, iba manejando sola por una carretera muy transitada de dos carriles. Empezó a llover, y para mi sorpresa, cuando puse el limpiaparabrisas, el parabrisas se hizo añicos. Fue como si una densa cortina hubiera bajado enfrente de mí. No podía ver nada. Yo estaba en el carril externo, en una bajada. Pisé el freno y el coche giró, pero se detuvo contra una valla.
En esos momentos, grité: “¡No!” Al pensar en esto, me doy cuenta de que no fue simplemente un acto reflexivo, sino un grito declarando que mi vida —aquí y ahora— estaba segura bajo el cuidado del Amor divino. Rechacé las imágenes mentales en las que aparecía como un montón de huesos rotos en la cama de un hospital, con la declaración positiva de que vivo en la Vida, que es Dios.
En ese momento, supe que mi propósito era continuar siendo esposa y madre, y trabajando como practicista de la Ciencia Cristiana. El cuadro falso de un accidente inminente incluía la sugestión de que yo podía estar separada de mi sagrado propósito en ese momento de mi experiencia terrenal. Yo debía lograr muchas cosas, así que la muerte no era una opción.
El auto se elevó y se detuvo quedando de frente al tráfico que venía en sentido contrario, el cual sorprendentemente se las ingenió para pasar por el costado. Nadie se lastimó, y ningún vehículo fue dañado. Otros conductores vinieron pronto a ofrecerme su ayuda, y hubo muchos comentarios incrédulos que sugerían que tenía suerte de estar viva. Me sentí rodeada y protegida por el amor que me demostró la bondad de esas personas, su preocupación para asegurarse de que estuviera bien, y el hecho de que dieron vuelta el auto, hicieron un agujero en el parabrisas, y lo estacionaron en un lugar seguro.
Luego manejé lentamente con las balizas prendidas hasta un garaje cercano. Cuando los mecánicos vieron el coche, casi no podían creer que yo no me hubiera lastimado y que estuviera tan tranquila. En ese momento, no sólo me sentí agradecida, sino también confiada en la validez de la declaración de la Sra. Eddy de que “bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (Ciencia y Salud, pág. 424).
Fue estupendo que el auto estuviera tan pronto de nuevo en la carretera. Pero lo más importante es que debes haber aprendido muchas lecciones de esta experiencia, para ti y para toda tu familia.
¡Sí, muchas! La sabiduría de la Sra. Eddy enseña que debemos superar la carnalidad del pensamiento material, cuando decimos un enfático, sincero y confiado “¡No!”, o sea, negando toda sugestión de que las cosas puedan estar más allá de la gracia sanadora del Cristo, o de que el cuidado del Amor divino no es todopoderoso. Puede que la palabra sólo tenga dos letras, pero tiene un significado totalmente nuevo cuando se aplica a lo que creemos o aceptamos, específicamente en términos de vida y muerte.
No tenemos tiempo de hacer largas oraciones cuando necesitamos un instantáneo y significativo “pedacito” de verdad para obtener un resultado inmediato y armonioso. Es lo que ya comprendemos lo que permite que ese “no” funcione. No es suficiente decir no. Debemos comprender por qué —porque Dios, el bien, es lo único que realmente es.
En un contexto más amplio, podemos enfrentar rápidamente todo aquello que surja y necesite curación, respondiendo con prontitud a todo lo que pretenda entrar en nuestro pensamiento. Preguntemos: ¿Necesito un sí o un no? ¿Es bueno o malo?
Por ejemplo, cuando una enfermedad toca a la puerta, se le debe negar la entrada al pensamiento antes de que logre afianzarse. Nosotros tenemos que dar cuentas a Dios, no a las formas y medios materiales, de manera que tenemos autoridad para decir “no” con toda firmeza desde un principio. No ayuda actuar con debilidad cuando hay un accidente, como tampoco lo es cuando enfrentamos una enfermedad o pecado. Los conceptos errados nos desafían para que luchemos contra el temor y sus supuestas consecuencias. Pero la realidad es espiritual.
Podemos comenzar con los hechos verdaderos de nuestra perfección. Como explica Ciencia y Salud: “La perfección subyace la realidad. Sin perfección, nada es enteramente real” (pág. 353). Podemos decir “no” a los errores. Decir “sí” para aceptar el poder del Espíritu, Dios, que está presente. Cada uno de nosotros tiene el derecho de vivir libremente ejerciendo la inteligencia divina en cada aspecto de la vida diaria. ¡Es maravilloso el hecho de que estamos siempre en el punto de perfección, no avanzando hacia él, ni apartándonos de él.
Todo se reduce a nuestra primera reacción, ¿no es cierto?
Nunca es tarde para orar, pero ciertamente la primera reacción es importante. Decimos un sí positivo para aceptar todo el bien que Dios nos otorga, sabiendo que nada oscurece nuestra presente compleción. Es nuestro derecho de nacimiento… por toda la eternidad.
