Hace ocho años, yo estaba encargado de conducir las reuniones de la Organización de la Ciencia Cristiana (OCC) en mi universidad. Como vivía bastante lejos del campus universitario tenía que salir de casa temprano para poder encontrar un taxi y llegar a la reunión antes que todos los demás. Ese día, acababa de darme una ducha y estaba a medio vestir. Con el pecho desnudo, fui a revisar la salsa que había puesto en la hornalla de gas, y que ahora estaba hirviendo. Sin querer, toqué el mango de la olla, la cual se volcó, derramando la salsa hirviendo sobre mi pecho desnudo.
Yo no podía vivir fuera del gobierno de Dios, un gobierno que es siempre justo, equilibrado, bondadoso y solícito.
Mi primera reacción fue exclamar: “¡Dios tiene todo el poder! ¡El mal no tiene ningún poder!” Antes del incidente había orado y estaba consciente de la presencia de Dios, y eso me ayudó a mantener la calma en esa situación. Así que simplemente me lavé el cuerpo para quitar la salsa, y luego me torné de todo corazón al Salmo 91. Los versículos 3 y 4, en particular, captaron mi atención: “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad”.
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