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Rápida curación de quemadura

Del número de julio de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en francés


Hace ocho años, yo estaba encargado de conducir las reuniones de la Organización de la Ciencia Cristiana (OCC) en mi universidad. Como vivía bastante lejos del campus universitario tenía que salir de casa temprano para poder encontrar un taxi y llegar a la reunión antes que todos los demás. Ese día, acababa de darme una ducha y estaba a medio vestir. Con el pecho desnudo, fui a revisar la salsa que había puesto en la hornalla de gas, y que ahora estaba hirviendo. Sin querer, toqué el mango de la olla, la cual se volcó, derramando la salsa hirviendo sobre mi pecho desnudo.

Yo no podía vivir fuera del gobierno de Dios, un gobierno que es siempre justo, equilibrado, bondadoso y solícito.

Mi primera reacción fue exclamar: “¡Dios tiene todo el poder! ¡El mal no tiene ningún poder!” Antes del incidente había orado y estaba consciente de la presencia de Dios, y eso me ayudó a mantener la calma en esa situación. Así que simplemente me lavé el cuerpo para quitar la salsa, y luego me torné de todo corazón al Salmo 91. Los versículos 3 y 4, en particular, captaron mi atención: “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad”.

También declaré con firmeza el poder absoluto de Dios cantando una y otra vez el Himno 10 que me gusta tanto. Esto fortaleció mi certeza de que la protección de Dios estaba presente y era eficaz. Presté especial atención al primer versículo de este himno que dice: 

“Todo el poder es del Señor, 
en Él confiar podemos; 
verdad sagrada es Su voz, 
al mal desafiaremos. 
Vencer el mal podrás, 
con Dios no temerás; 
escudo es el Señor, 
muy grande es Su poder: 
Su reino es eterno”. 
(Basado en un himno de Martín Lutero 
©Christian Science Board of Directors)

Mientras me terminaba de vestir, noté que mi pecho tenía manchas rojas en todos los lugares salpicados por la salsa. Al ver eso, me negué a sentirme temeroso o a distraerme. Simplemente decidí no darles ningún poder. Me dije que la materia, el cuerpo y la carne, no tienen poder para inflamarse, quemarse o irritarse. Yo sabía que la Mente divina siempre tiene dominio sobre el cuerpo, como había leído en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “La Mente divina, que forma el capullo y la flor, cuidará del cuerpo humano, así como viste el lirio; pero que ningún mortal interfiera en el gobierno de Dios imponiendo las leyes de los conceptos humanos que yerran” (pág. 62).

Salí de casa para asistir a la reunión, sobreponiéndome a la agresiva sugestión que me decía que debía quedarme en casa y concentrarme en mi cuerpo para sanar. Pero no las escuché. Ya había eliminado de mi pensamiento la posibilidad de que pudiera vivir fuera del gobierno de Dios, un gobierno que es siempre justo, equilibrado, bondadoso y solícito. 

Después de la reunión de la OCC, me quedé charlando con mis amigos bastante tiempo, y luego fui a arreglar algunas cosas con mi familia, sin siquiera recordar el incidente que había ocurrido aquella tarde. Al llegar a casa tuve una hermosa sorpresa. Cuando me cambié la ropa a eso de las 8:00 de la noche, noté que las manchas rojas habían disminuido considerablemente. La piel no estaba inflamada y ya no sentía ningún dolor. Al día siguiente, las manchas eran aún más pequeñas y se habían convertido en pequeños puntos negros. Tres días después se secaron y apareció piel nueva sin dejar ninguna cicatriz. La curación fue completa. 

Le agradezco a Dios por esa inmediata respuesta a mi oración, y también por el hecho de que he comprendido mejor el dominio perfecto que Dios tiene sobre toda Su creación, incluso Sus hijos, tú y yo.

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