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Prevalecieron la paz y la armonía

Del número de julio de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


 Después que me casé y nacieron mis hijos surgieron muchas dificultades. Durante varios años padecí de maltrato por parte de mi esposo, quien en aquel entonces tenía un problema de alcoholismo. Sentía que mis derechos como mujer y como persona no eran reconocidos. No me sentía amada ni respetada. 

Hacía algunos años que estudiaba la Ciencia Cristiana y había aprendido que estas situaciones angustiantes tienen solución. Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen y semejanza, y Su creación es muy buena, como dice el Génesis (1:27). Siempre afirmaba esta verdad, pero la situación no se resolvía, sino que empeoraba aún más.

Cuando nació nuestra hija mayor tuve un parto complicado y la niña después tuvo ciertas dificultades. Como por ejemplo, en el jardín de infantes las maestras le detectaron problemas de aprendizaje y no podía socializar con los demás niños. Era obvio para mí que la falta de armonía en la casa la estaba afectando.

Me dio un sentido de libertad, de armonía, me sentí segura y confiada de que la situación en mi hogar cambiaría.

Oré por un tiempo para sanar toda esta situación, incluso pensé en separarme. Pero vi que en mi caso esa no era la solución, y continué orando. Encontré estas citas en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que me ayudaron mucho, pues dicen que el mal o cualquier discordancia “no posee inteligencia, poder ni realidad” (pág. 102), y que “el bien nunca causa el mal, ni crea nada que pueda causar el mal” (pág. 93). Me di cuenta de que estaba aceptando esta situación discordante como algo normal, en lugar de aceptar el bien como real y rechazar todo mal. 

Con el estudio de la Biblia y Ciencia y Salud descubrí la presencia del Amor divino que está siempre con nosotros, proveyendo todo lo que necesitamos. Esto incluía a mis hijos, a mi esposo, a toda mi familia. Todos somos los hijos bienamados de Dios. Todos estamos incluidos en ese Amor. A partir de ese momento me esforcé por aceptar sólo el bien, sólo aquello que viene de ese Amor omnipresente. Esto me dio un sentido de libertad y de armonía. Me sentí segura y confiada de que la situación en mi hogar cambiaría y que mi hija sanaría. 

Comprendí que debía cambiar mi manera de ver a mi marido. Reconocí que había aceptado que yo era una víctima y mi esposo un victimario. Esto era un error que debía corregir. Yo soy hija de Dios y soy libre; y mi esposo también es libre. Ni él ni yo teníamos por qué seguir aceptando esa situación.  

Entendí que si fuimos creados de igual manera, tenemos los mismos derechos; que como hijos de Dios nos correspondía todo el bien, y que en ese bien el maltrato no tiene lugar. Teníamos derecho a vivir en armonía. 

Llegué a estar tan consciente de que sólo la Mente divina nos gobernaba, que no acepté ningún otro pensamiento que no estuviera de acuerdo con el bien. Al hacer esto, la actitud de mi esposo hacia mí y nuestros hijos muy pronto empezó a cambiar. Él comenzó a expresar respeto, generosidad, inteligencia, amor, responsabilidad y cuidado por todos nosotros. Incluso dejó de tomar alcohol. En casa prevaleció un ambiente de armonía y paz. 

Al cambiar el ambiente en el hogar, mi hija mayor, que en ese momento tenía cinco años, empezó a sentir esa misma libertad y a expresar sus cualidades espirituales. Reconocí que ella era perfecta, como reflejo de Dios; que expresaba inteligencia y no podía tener ningún problema de aprendizaje. Entonces sus calificaciones y su conducta empezaron a mejorar notablemente, y llegó a ser primera en su clase. Actualmente está estudiando en la universidad y sus calificaciones siguen siendo altas. 

Es importante darse cuenta de que Dios nos ha dado nuestra dignidad, tanto a hombres como a mujeres, y debemos reconocerla y reclamarla para todos. 

Estoy muy agradecida a la Ciencia Cristiana por la armonía que reina ahora en mi hogar.

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