En enero de 2010, viajé con mi hija a Argentina y Chile. Cuando me puse los auriculares para ver una película en el avión, me di cuenta de que podía escuchar muy poco de mi oído derecho y nada del izquierdo. Hasta ese momento no me había dado cuenta totalmente del problema. Pero me acordé que desde hacía unos meses, cada vez que hablaba con alguien por teléfono tenía que pasar el receptor de un oído al otro porque no lograba escuchar. Todo ese tiempo había pensado que el teléfono no funcionaba bien.
Durante el viaje, mi hija me dijo que haría una cita con un médico porque había notado que no oía bien. (Ella lee las revistas de El Heraldo de la Ciencia Cristiana que le doy, y es receptiva a su mensaje, pero no practica la Ciencia Cristiana como yo.)
Siempre he sido, y siempre seré, el reflejo y la expresión de la perfección divina, la cual es inmutable y permanente.
Cuando llegué a casa, le pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana que me apoyara con su oración. Me recomendó que reflexionara sobre ciertos pasajes que se referían a la audición en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, incluso la definición espiritual de oídos: “Oídos. No los órganos de los así llamados sentidos corporales, sino la comprensión espiritual” (pág. 585). Cuando leí eso, me di cuenta de que mi meta no debía ser orar para sanar un órgano material, sino tomar consciencia de que mi identidad espiritual es completa y perfecta, la semejanza de Dios. Yo sabía que esta percepción espiritual de mi verdadera naturaleza restauraría lo que parecía ser un deterioro de la audición.
Después de orar con el practicista durante dos semanas, llegó el día de mi cita con el doctor. Yo quería seguir apoyándome en la oración para sanar, pero también quería que mi hija se tranquilizara, así que pensé que debía asistir a la consulta.
Aquella noche, leí una vez más los pasajes que me había recomendado el practicista de la Ciencia Cristiana, y sentí inspiración al leer el siguiente párrafo: “El sonido es una impresión mental hecha en la creencia mortal. El oído realmente no oye. La Ciencia divina revela que el sonido es comunicado mediante los sentidos del Alma, mediante la comprensión espiritual” (Ciencia y Salud, pág. 213). Pensé: “Bueno, si el oído no oye, ¿por qué voy a preocuparme?” Me di cuenta de que asistir a la consulta del doctor no cambiaría el hecho de que nada puede detener la intercomunicación de Dios a mí, y a todos Sus hijos, que discernimos no mediante los sentidos físicos, sino mediante la comprensión espiritual.
También comprendí que el deseo de mi hija de llevarme al médico era un acto de amor. Me acosté con la certeza de que Dios tiene el control armonioso de toda situación. Me sentía muy tranquila.
A la mañana siguiente, me sobresalté bastante cuando encendí el horno de microondas para preparar el desayuno. Escuché un sonido fuerte y me pareció que iba a explotar. Luego empecé a oír ruidos fuertes afuera y me pareció que eran truenos. Pero cuando me acerqué a la ventana, vi que era un día soleado y los ruidos provenían de autos y motocicletas que pasaban cerca de la casa. Encendí la televisión y noté que el volumen estaba en 35 y era demasiado alto. Bajé el volumen a 9, y pude escuchar la TV confortablemente. Me sentía feliz porque me di cuenta de que estaba sana.
Llamé a mi hija y le conté lo que acababa de pasar, y ella estuvo de acuerdo en que no necesitaba ver al médico. Más tarde, pudo ver por sí misma que yo realmente oía perfectamente.
Sin embargo, pocos días después, la dificultad volvió, y nuevamente me comuniqué con el practicista de la Ciencia Cristiana. Él me dijo: “Si nunca estuviste en Moscú, no puedes regresar a Moscú”. En otras palabras, si jamás fuiste imperfecta, no puedes volver a ser imperfecta. Estaba destacando el hecho de que, por ser la imagen de Dios, yo siempre he sido, y siempre seré, el reflejo y la expresión de la perfección divina, la cual es inmutable y permanente. No puede invertirse.
El siguiente versículo de la Biblia también me vino al pensamiento: “Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: Que de Dios es el poder” (Salmo 62:11). Comprendí que puesto que Dios es omnipotente, nada —ni la edad, ni la enfermedad, ni la herencia— me puede impedir a mí, o a nadie, escuchar lo que Dios comunica, sin interrupción o recaída. Cuando somos sanados mediante la oración, la curación es siempre completa.
Ese fue el fin de la dificultad. Mi audición ha sido perfecta desde aquel día, hace más de tres años, y mi gratitud es inmensa.
Belo Horizonte