Cuando llegué a Alemania era una mujer joven, viuda y con dos hijos pequeños. Tenía muchas preocupaciones, dolor y estaba en mal estado de salud. Cuando enfermé de gripe, un médico me dio unos medicamentos que no me aliviaron para nada. Durante varios días, tuve fiebre alta y me costaba mucho ir a trabajar.
En aquella época, yo enseñaba en una escuela nocturna de idiomas, y una estudiante que estaba muy preocupada por mí, me contó acerca de una religión llamada Ciencia Cristiana, que sanaba mediante la oración. Yo ya había escuchado hablar de ello a mi hermana que había vivido en los Estados Unidos durante mucho tiempo, y le habían regalado el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy.
Pero yo pensaba que la Ciencia Cristiana era difícil de creer y distaba mucho de ser la religión que yo consideraba que era la única buena que uno podía tener. No obstante, yo estaba buscando a Dios. Quería conocerlo y tener la confirmación de que Dios realmente existe. Así que fui a ver a una practicista de la Ciencia Cristiana de la que mi estudiante me había hablado.
Con mi conocimiento elemental de alemán, traté de contarle a la practicista acerca de todo el dolor que estaba padeciendo, tal como hubiera hablado con un médico. Ella me escuchó pacientemente. Luego le pregunté si yo tenía que hacer algo, y me contestó: “No, querida, Dios lo hace todo”. Esta fue una promesa maravillosa para mí.
Esperaba tener la inmediata confirmación de que Dios es una realidad, y pensé que podría trabajar aquella noche. Así que salí rumbo a la escuela. Pero al cabo de un rato me di cuenta de que estaba muy enferma para enseñar, y regresé a casa. Pensaba que Dios no se me había manifestado y me sentí muy decepcionada. Me sentía sola y abandonada. Ya había perdido tanto —mi esposo, mi país de origen, mi salud— que parecía que no quedaba para mí más que una vida de sufrimiento. Lloré amargamente.
De pronto sucedió algo que es difícil de describir. Fue como si un rayo de luz me llenara. Me sentí muy liviana, como si ya no tuviera cuerpo. Todo el dolor desapareció y me embargó un sentimiento de felicidad. Ahora sabía que hay un Dios. Saber esto era más importante para mí que liberarme del dolor. Sentía una alegría tan grande que me puse a bailar. Abracé a mis dos hijos y dije: “¡Estoy sana! Dios existe”. Realmente sané por completo en ese mismo momento.
Desde entonces, han pasado muchos años. Me hice miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial de la Ciencia Cristiana. He tenido muchas curaciones y resuelto muchos problemas con la oración.
Quería conocerlo y tener la confirmación de que Dios realmente existe.
Hace dos años viajé con mi hija a España. En el aeropuerto, las ruedas de mi valija, que estaba muy pesada, se atascaron entre dos escalones de una escalera mecánica. Al tratar de destrabarla, perdí el equilibrio y caí de cabeza por la escalera junto con la valija. Al principio me sentí aturdida, pero una señora me apartó en seguida de la escalera mecánica y yo me puse de pie inmediatamente.
Me sangraba la nariz y aunque tenía dolores, especialmente en la cabeza, no tenía ningún temor. Estaba muy tranquila y le aseguré a todos, incluso a los paramédicos que vinieron corriendo a socorrerme, que estaba en condiciones de viajar. Sentí fuertemente el amor de Dios por mí, y supe que jamás me había caído y jamás podía caer del cuidado de Dios. Tenía la certeza de que todo estaba bien, porque todo lo que Dios había planeado para mí, Su hija, sólo podía ser completo y bueno. Nada desemejante a Dios puede jamás perturbar mi ser perfecto. Mi nariz dejó de sangrar y el dolor disminuyó.
Una hora después estábamos sentadas en el avión. La certeza de que bajo la guía divina no pueden ocurrir accidentes (véase Ciencia y Salud, pág. 424) fue un gran apoyo para mí. Comprender que nada malo puede suceder porque Dios es omnipresente y omnipotente, eliminó todo el temor y la incertidumbre que a veces trataba de embargarme.
Poco después el dolor desapareció. A los dos o tres días, las heridas de la cara y de las piernas también sanaron, y mi hija y yo tuvimos unas hermosas vacaciones juntas. Estoy inmensamente agradecida por esta rápida curación, y agradezco diariamente a mi Padre-Madre Dios por Su amor y protección siempre presentes.
Bergisch Gladbach
