Durante los últimos 15 años, he vivido en una pequeña granja a las afueras de Belo Horizonte, y durante este tiempo me he vuelto más consciente de la naturaleza. La primavera está llegando, y ¿qué vemos? Donde vivo los árboles se deshacen de sus hojas (las cuales están verdes todo el año) cuando el viento las sacude a finales del invierno, no en el otoño como sucede en otros lugares. Luego comienza un nuevo ciclo: los árboles se llenan de renuevos, que luego brotan y se transforman en flores y hojas.
Las Escrituras dicen: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Salmo 104:30). En el Espíritu divino todo está constantemente renovándose; no hay nada estancado u obsoleto en la creación de Dios.
Existe un solo Dios, quien es Amor, y Él da a Sus hijos sólo el bien, jamás la enfermedad o el sufrimiento.
Esto me recuerda una curación que tuve hace unos años. Durante un mes sufrí de frecuentes hemorragias nasales. Ocurrían casi todos los días por lo menos una vez. Le conté a mi esposa lo que me estaba pasando y preocupada me sugirió que pidiera ayuda médica.
No obstante, como soy estudiante de la Ciencia Cristiana, decidí recurrir a las enseñanzas de la Biblia y a los escritos de Mary Baker Eddy para sanar. Pero un día, tuve que quedarme media hora en el baño de mi trabajo hasta que se detuvo otra hemorragia nasal. Me invadió el temor porque antes se habían calmado en 10 o 15 minutos. Entonces decidí pedir tratamiento al sanatorio médico de la compañía.
Para llegar allí tenía que cruzar un patio enorme, y cuando estaba por la mitad, me di cuenta de que yo tenía el sincero y profundo deseo de apoyarme totalmente en Dios, y reconocer que Él tiene el control de todo. Mediante el estudio de la Ciencia Cristiana tomé consciencia de que Dios es mi Vida, y por lo tanto todo aspecto de mi vida está intacto y es indestructible; nada puede impedirle que permanezca así. En un instante, este versículo de la Biblia me vino al pensamiento: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3). Estaba estudiando la Ciencia Cristiana con el propósito de aprender a confiar en Dios sin reserva alguna. Sentí mucha paz gracias a la certeza que tuve de que la Verdad divina jamás falla y que Dios nunca me abandonaría. Me di la vuelta y regresé a mi oficina. Por un tiempo no hubo más incidentes.
Entonces un día, las hemorragias nasales regresaron. Pero esta vez fue diferente porque yo no les tenía ningún temor, y me di cuenta de que necesitaba anular la sugestión de tener una recaída. Mary Baker Eddy escribe en la página 419 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Ni la enfermedad misma, el pecado ni el temor tienen el poder de causar una enfermedad o una recaída”. Más adelante, en la misma página, leemos: “Una recaída no puede en realidad ocurrir en los mortales o en las así llamadas mentes mortales, pues existe una sola Mente, un solo Dios”. A veces damos poder al temor y a la enfermedad entronizándolos como dioses. Pero al leer este pasaje fue claro para mí que existe un solo Dios, quien es Amor, y Él da a Sus hijos sólo el bien, jamás la enfermedad o el sufrimiento. De manera que me negué a reconocer o doblegarme ante cualquier dios hipotético como pudieran ser las hemorragias nasales.
Los “vientos” del Espíritu nos sacuden mentalmente de manera constante, y hacen que las “viejas hojas” del pensamiento, las creencias erróneas de vida en la materia, caigan y desaparezcan.
Esa semana la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana visitaría Brasil para conducir varias reuniones con los miembros de las iglesias locales de la Ciencia Cristiana. Yo iba a asistir a la reunión que se realizaría en Río de Janeiro. Continué orando, sabiendo que Dios me gobernaba. Sin embargo, estas preguntas trataban de entrar en mi pensamiento: “¿Cómo voy a participar de la reunión si estoy con esta condición? ¿Qué pasa si las hemorragias nasales se producen durante el viaje?”
De inmediato rechacé todo pensamiento de limitación y razoné que puesto que yo jamás había estado separado de Dios, la única condición que podía tener era buena salud. Sabía que no hay poder aparte de Dios, tal como una enfermedad, que me pudiera impedir asistir a la reunión. Puesto que mis motivos para ir eran correctos, Dios ciertamente abriría el camino. Con esto en mente, hice todos los arreglos para el viaje.
Un día antes de mi partida para Río de Janeiro, la hemorragia se detuvo definitivamente. Viajé en auto durante cinco horas de ida y otras cinco de regreso, y asistí a la reunión sin dificultad alguna. Esto sucedió hace seis años, así que puedo decir con toda certeza que estoy totalmente libre de esa condición.
Para mí se cumplieron las palabras del Apóstol Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Los “vientos” del Espíritu nos sacuden mentalmente de manera constante, y hacen que las “viejas hojas” del pensamiento, las creencias erróneas de vida en la materia, caigan y desaparezcan. Mediante el Espíritu, somos renovados constantemente.
 
    
