Actualmente, en Alemania, casi un cuarto de la población son personas de edad avanzada, algo que muchos países alrededor del mundo están experimentando en grado similar. A menudo se habla del envejecimiento de la sociedad, y se piensa que es un problema social cada vez más grande. Las personas mayores en nuestro país con frecuencia necesitan apoyo económico y asistencia en su vida diaria. Esto puede presentar desafíos económicos para las estructuras sociales actuales.
Sin embargo, ¿es realmente la edad un problema en sí misma? Si clasificamos a las personas únicamente por su fecha de nacimiento, corremos el riesgo de pasar por alto aspectos importantes. Por ejemplo, muchas familias y organizaciones de voluntarios no podrían cumplir con sus tareas sin el dedicado servicio y creativa energía de la generación más grande.
Hace un tiempo, tuve que hacerme cargo de cuidar ocasionalmente a mis tres nietos adolescentes, y estar con ellos cuando salían de la escuela. Con frecuencia, habíamos salido juntos de vacaciones, y siempre fuimos un gran equipo (practicando esquí en el invierno, nadando y andando en bicicleta en el verano). Pero además de eso, ahora participaba en sus actividades diarias. Después de la separación de sus padres, ellos vivieron solos con su papá. Mi hijo tenía un trabajo muy demandante que exigía muchas horas de su tiempo. Al principio, los ayudé sólo una vez a la semana porque yo vivía bastante lejos y tenía que manejar una gran distancia. Pero oré mucho para encontrar una solución, para que después de los difíciles momentos que habían tenido que pasar, tuvieran nuevamente una presencia materna y armonía en la familia.
Entretanto, me mudé más cerca de ellos y se ha desarrollado una relación muy estrecha con mi hijo y mis nietos. Esto ha cambiado bastante mi vida. Tuve que dejar de pensar en el envejecimiento, y obtener un concepto más perfecto de la idea divina “el hombre”. Esto incluye a todos en el Amor divino, único e infinito, que va más allá de las limitaciones de la edad y las separaciones. A partir de ese momento, se ha desarrollado un profundo aprecio y afecto mutuos que ahora se manifiesta todos los días.
He redescubierto rasgos juveniles en mí misma que me hacen feliz y me permiten obtener vislumbres de eternidad e infinitud.
Ninguno de nosotros necesita renunciar a parte de su individualidad para sentir unión y alegría con los demás. Me regocijo una y otra vez cuando leo las declaraciones que hace Mary Baker Eddy acerca del hombre en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “El hombre en la Ciencia no es ni joven ni viejo”, y “El hombre, gobernado por la Mente inmortal, es siempre bello y sublime” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 244, 246).
Mi opinión acerca de la edad ha cambiado por completo. Fue como deshacerse del manto de la limitación. He redescubierto rasgos juveniles en mí misma que me hacen feliz y me permiten obtener vislumbres de eternidad e infinitud. Para mí, es como un “nuevo nacimiento” que me hace dejar atrás los antiguos puntos de vista acerca de la disminución de la fortaleza física y mental.
Una de las características de la juventud es su agilidad y soltura. En realidad, esta cualidad no depende de la edad y, sobre todo, no tiene por qué disminuir con el paso de los años. Esta soltura, que deriva de un sentimiento de fortaleza y confianza en las ilimitadas capacidades del hombre, también se ha afianzado en mí. He aprendido que uno debe estar dispuesto a aceptar esta soltura y apropiarse de ella.
Jamás he querido ser descendiente del Adán del que habla la Biblia. A él lo echaron del paraíso y tenía que arar los campos con dolor para alimentarse (véase Génesis 3:17). Nunca pensé que esto me describía a mí porque pensaba que era como limitar la individualidad que Dios me ha dado. Yo prefiero identificarme siempre como el reflejo de Dios, como dice la Biblia en Génesis 1:27: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”. Es por eso que sé que Dios nos equipa a todos con Sus cualidades y capacidades, y veo cómo las décadas de diferencia de edad que hay entre mis nietos y yo, pueden desaparecer ante la luz del Amor divino, y no ser una carga.
Demuestro este “nuevo nacimiento” de quitar las barreras de la edad, siempre que paso un tiempo con mis nietos y a veces incluso me subo a los árboles con ellos.
Sé que Dios nos equipa a todos con Sus cualidades y capacidades.
Mis experiencias con el hecho de que el envejecimiento no es real, son un fundamento muy valioso los domingos, cuando me reúno con otros jóvenes como maestra de la Escuela Dominical y exploramos y compartimos nuestras ideas. Conversamos juntos sin prejuicios, y esto me permite ver más allá de lo que a veces parece superficial en apariencia o en los comentarios de estos adolescentes. Casi siempre tienen una mayor profundidad que debo entender y apreciar.
Nos enriquecemos mutuamente y declaramos el ser infinito y eterno del hombre creado por Dios. Puedo contarles muchas experiencias y alentarlos en su camino. A su vez, los adolescentes, me han hecho entrar en el mundo del Internet (para aquellos que están leyendo este artículo, si no tienen hijos o nietos, tal vez tengan sobrinas y sobrinos o vecinos adolescentes, que pueden ayudarlos a conectarse al Internet). Ahora, por ejemplo, tengo una comunicación mucho más amplia y activa con La Iglesia Madre en Boston.
Estar con jóvenes me ha enriquecido. Ha tenido un efecto extraordinariamente vivificador que no deja lugar para ninguna limitación. Esta riqueza espiritual me renueva y llena cada día de gratitud. Siento que es un gran regalo que Dios me haya guiado por este camino; un camino que está abierto a todos de manera individual y única.