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Rápida curación de un corte profundo

Del número de septiembre de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en francés


 Una tarde, en 1994, me dieron ganas de comer un poco de caña de azúcar con mi hermanito, Charly. En aquella época, vivíamos en Muanda, en la República Democrática del Congo. Para cortar la caña de azúcar, elegí un cuchillo muy afilado que usamos en el Congo para rebanar fumbúa, una especie de espinaca silvestre de hojas muy duras, ingrediente principal de un plato delicioso que nos gusta preparar. Al cortar la caña de azúcar por la mitad, accidentalmente me corté el dedo hasta el hueso. El dolor era intenso.  

Estábamos afuera en la terraza de nuestra casa, así que Charly corrió adentro a buscar un pedazo de tela para poder vendarme el dedo. Inmediatamente volví me pensamiento a nuestro Padre-Madre Dios, y declaré en silencio y con firmeza que “los accidentes son desconocidos para Dios” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 424). Había aprendido esto en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana a la que asistía desde que tenía tres años. Para mí, esta declaración significa que Dios gobierna todo con la ley del Amor divino, y que en Su reino, donde vivimos, no hay ninguna ley de casualidad o accidentes por los cuales pudiéramos sufrir.

Cuando empecé a decir las palabras: “Padre Nuestro…”, yo tenía la certeza de que Dios es verdaderamente mi Padre, mi Madre, mi Guardián y
mi Todo.

Luego entré en la casa para orar tranquila por mí misma. Oré el Padre Nuestro, el cual ha sido la base de todas las curaciones que he tenido. Es una oración profunda que pone al descubierto nuestra relación con Dios. Cuando empecé a decir las palabras: “Padre Nuestro…”, yo tenía la certeza de que Dios es verdaderamente mi Padre, mi Madre, mi Guardián y mi Todo. Cuando continué, “Santificado sea Tu nombre”, sentí Su poder que lo abraza todo y Su infalible habilidad para sanarme. Cuando dije: “Venga Tu reino”, me di cuenta de que nada malo podría jamás ocurrirme porque el Amor divino nos gobierna a mí y a todo a mi alrededor. En aquel mismo momento, la herida dejó de sangrar. Cuando declaré: “Hágase Tu voluntad”, me estaba poniendo en manos de Dios y confirmando que Su voluntad es el bien y siempre debe manifestarse en mi vida. Al término del Padre Nuestro, dije “Amen”, lo cual para mí significa: “Esto es verdad ahora y para siempre”. Para entonces, el dolor había desaparecido. 

Todo esto llevó pocos minutos.

Cuando Charly regresó notó que ya no sangraba. Fuimos a la cocina, y mientras preparábamos la cena para la familia, afirmé en silencio que había sido creada a imagen y semejanza de Dios; en otras palabras, siempre había sido perfecta y espiritual. Comí con mi familia y me olvidé por completo del dedo. 

Después de comer, yo tenía que estudiar, pues en aquella época estaba en el bachillerato, pero empezó a dolerme de nuevo el dedo. Entonces oré con la definición de Ángeles de Ciencia y Salud: “Pensamientos de Dios que pasan al hombre;… contrarrestando todo mal, toda sensualidad y mortalidad” (pág. 581). Percibí claramente que como los pensamientos de Dios neutralizan el mal y el dolor, yo no podía sentir ningún dolor. A partir de ese momento el dolor desapareció definitivamente, y pude hacer mis tareas de la escuela sin más problemas. Al día siguiente, sólo quedaba un pequeño rastro del corte. Mi dedo ha funcionado perfectamente desde entonces. 

Esta curación me enseñó que puedo apoyarme totalmente en la presencia y el amor ininterrumpidos de Dios. Gracias a la Ciencia Cristiana, he tenido otras curaciones, he podido encontrar trabajo y disfrutar de más relaciones armoniosas. Estoy agradecida porque las verdades que he aprendido en la Ciencia Cristiana nos han ayudado a mí y a mis hijos de muchas maneras desde que nos mudamos recientemente a Canadá. ¡Estas verdades nos apoyan dondequiera que estemos! 

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