Cuando no encontramos la solución a un problema, nos sentimos decepcionados y confundidos. Pero la respuesta a nuestros problemas está más cerca de lo que pensamos.
Pude comprobar esto durante la elaboración de una de mis tareas en la universidad. Estoy cursando la licenciatura en Arquitectura, y en una ocasión me pidieron que hiciera la representación gráfica de los cimientos de un edificio. Justo en esos momentos la escuela en la que estudio había suspendido sus labores, por lo que no podía consultar ningún libro. Es más, no sabía a quién preguntar para resolver mis dudas al respecto.
Comenzó a transcurrir el tiempo y me sentía cada vez más confundida y muy presionada. A pesar de los intentos que hice por investigar esto con lo que encontraba en el Internet, no me parecía clara la respuesta. En mi desesperación comencé a guardar pensamientos de enojo contra la escuela, pensando que tal vez si hubiera decidido cursar mis estudios en otra parte, ya tendría la respuesta a mis dudas. También sentía que la suspensión de actividades no tenía argumentos válidos. Además, no me era posible representar adecuadamente un cimiento porque el programa de arquitectura de mi escuela no lleva a los estudiantes a visitar sitios de construcción.
Un día, por la tarde, iba de camino a una reunión de testimonios de los miércoles en una iglesia de la Ciencia Cristiana, cuando de pronto sentí el impulso de mirar hacia el cielo. Al hacerlo vi un hermoso atardecer de color rosado y amarillo. Eso me distrajo de mis pensamientos de enojo y me hizo pensar en lo maravillosa que es la creación de Dios.
Cuando recordé el problema pensé: “Dios tiene un plan para mí, un plan que sólo Él conoce. Yo tengo un propósito y este es actuar conforme al plan de Dios. No tendré temor de no saber la respuesta, porque si yo no la sé, Dios sí la conoce. Él lo creó todo en Sí mismo y de Sí mismo. La Mente divina me dirá lo que he de hacer, dónde habré de buscar la solución y cuál es la respuesta. Él determina lo que será de mí hoy, mañana y siempre.
Dios tiene un plan para mí.
Pensando en esto recordé el Padre Nuestro, especialmente la parte que dice: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Al prestar atención a esta parte me di cuenta de que era así como debía ser. Así como la tierra obedece las leyes que la hacen girar en su eje, y vemos un bellísimo, único y maravilloso atardecer en el cielo, nosotros también podemos obedecer la voluntad de Dios, y ver nuestra vida modelada conforme a Su plan. No necesitamos estar temerosos y presas de la incertidumbre sobre el futuro, sino que podemos mantenernos confiados en que las respuestas a nuestros problemas están a nuestro alcance, pues Dios lo ha hecho todo. Él todo lo ve y todo lo sabe. Él responde a nuestras necesidades antes que nosotros le pidamos. Sólo debemos mirar en la dirección correcta, prestar atención a lo que Dios nos está mostrando a cada momento, y ceder a Su voluntad.
Después de esta vislumbre espiritual, continué mi camino y me encontré con una construcción cerca de la iglesia. De inmediato me acerqué para ver cómo eran los cimientos de ese edificio y obtuve la idea correcta de cómo representarlos gráficamente. Di gracias a Dios por mostrarme la respuesta conforme a mi necesidad.
Me sentí feliz de comprobar que el Amor divino está siempre con nosotros, dándonos lo que cada uno necesita para que se cumpla el propósito que Él ha preparado para nosotros.
