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El logro de los derechos humanos

Del número de enero de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán


“Esta es una fantástica oportunidad para relegar al pasado todo lo que es maligno y nocivo, incluso el pesimismo”. Esto es lo que comentó la escritora turca Sema Kaygusuz de Estambul respecto a las protestas realizadas en el Parque Gezi, de esa capital, en junio de 2013, denunciando la corrupción y el despotismo del estado (véase el diario alemán Der Tagesspiegel, 13 de junio de 2013). Ella escribió directamente desde Estambul, desde el centro mismo de uno de los tantos conflictos mundiales tan característicos de nuestro tiempo. En muchas partes del mundo, gente de diferentes religiones y opiniones políticas se une incansable en defensa de un importante bien común: la libertad. A fines del siglo XIX, Mary Baker Eddy ya observó: “Al discernir los derechos del hombre, no podemos dejar de prever el fin de toda opresión. La esclavitud no es el estado legítimo del hombre. Dios hizo libre al hombre” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 227).

Al analizar detenidamente la historia a partir de 1945, se puede observar una sorprendente tendencia hacia el estado común y la tolerancia. La dignidad humana se ha transformado en un claro foco de interés. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada y pronunciada el 10 de diciembre de 1948 por las Naciones Unidas, establece que todos tenemos el derecho inalienable a la vida, la libertad y la seguridad; y estamos en medio del proceso de ver que estos derechos humanos sean reconocidos y alcanzados cada vez más.

Los derechos no son realmente un invento del siglo XX; son una idea espiritual infinita. La carta de los derechos humanos puede verse como una traducción del derecho de progenitura espiritual de cada hombre y mujer. Cada uno es una expresión única e individual de Dios, quien es Espíritu. El ser que Dios nos ha dado determina lo que constituye nuestra individualidad. Sin Dios, el Amor, nadie puede existir. Dios es la base de toda identidad verdadera. Nosotros existimos porque Dios existe.

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