Hay algo dentro de la consciencia humana que hace que la gente se sienta con derecho a todo lo bueno, sin condiciones. En el mundo tan pequeño de la realeza, las personas que nacen dentro de un ambiente de gran riqueza y elevada posición social, tienen simplemente el derecho legal de primogenitura de recibir, en lugar de tener que ganar, su riqueza y posición. Pero para gran parte de la humanidad, la percepción de a qué tenemos o no derecho, continúa causando gran disensión en el mundo.
El hecho es que el conflicto mundial sobre el derecho legítimo no se resolverá de manera permanente hasta que el verdadero derecho —la idea espiritual y la ley más elevada de derecho— sea comprendido y se vea manifestado en la condición humana. Ese “algo” dentro de la consciencia humana que hace que sintamos el derecho natural al bien, es el Cristo, hablándonos de nuestro verdadero estado como linaje, o reflejo, del Amor divino. Puesto que nuestra unidad indestructible con este Amor —nuestra coexistencia con el Amor— es la ley inmutable de nuestro ser real, tenemos el derecho legítimo y perpetuo a todo el bien genuino.
La coexistencia de Dios y el hombre es una dependencia eterna y totalmente recíproca. En otras palabras, ni Dios ni el hombre existe, o puede existir, sin el otro. Mary Baker Eddy explica este punto cuando escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Separado del hombre, quien expresa el Alma, el Espíritu no tendría entidad; el hombre, divorciado del Espíritu, perdería su entidad. Pero no hay, no puede haber, tal división, porque el hombre es coexistente con Dios” (págs. 477–478).
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