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La Verdad que libera

Del número de enero de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en inglés

Publicado originalmente en el Blog del Christian Science Journal - Christian Science Nurse Notes, del 9 de Julio de 2013.


Estoy muy agradecida por la educación, entrenamiento y continua experiencia que obtengo como enfermera de la Ciencia Cristiana. La educación que recibe un enfermero de la Ciencia Cristiana se basa en un estatuto del Manual de La Iglesia Madre (pág. 49) por Mary Baker Eddy.

Ante todo, se requiere “un conocimiento demostrable de la práctica de la Ciencia Cristiana”. La práctica de la Ciencia Cristiana desarrolla nuestra habilidad para escuchar y seguir la dirección de Dios bajo toda circunstancia. Desarrolla nuestra fortaleza espiritual, confianza y total convicción en las leyes de esta Ciencia. El enfermero de la Ciencia Cristiana se dedica diariamente a cultivar su sentido espiritual, y a estar consciente continuamente de la presencia de Dios, con receptividad y preparación espirituales para poder responder a cualquier circunstancia adversa, con el dominio y la simplicidad del Cristo. Esto incluye la habilidad de expresar la Verdad que libera, sin importar el lugar donde se encuentre, ya sea afuera, en un sanatorio de la Ciencia Cristiana, caminando por la calle, o en el seno de un hogar. Estén donde estén, tanto el paciente como el enfermero de la Ciencia Cristiana son siempre receptivos cuando se tornan a Dios para traer curación y armonía.

Puesto que el Principio divino, el Amor, está siempre a mano para responder a nuestras necesidades, el enfermero de la Ciencia Cristiana expresa una confianza absoluta e incondicional en Dios para llevar a cabo las otras labores que realiza al atender las necesidades humanas de su paciente. Los otros dos requisitos del Manual, “la sabiduría práctica” y “cuidar bien del enfermo”, fluyen naturalmente de esta confianza e inspiración.

La habilidad de reconocer y sentir la presencia de Dios con nosotros es un tesoro que no tiene precio. Estoy muy agradecida por haberla desarrollado a través de la enfermería en la Ciencia Cristiana, y por saber que está al alcance de todos por medio de esta Ciencia.

La habilidad de reconocer y sentir la presencia de Dios con nosotros es un tesoro que no tiene precio.

Hace unos cuatro años, viajé a Perú para visitar a mi familia, y pude comprobar cómo este tipo de inspiración tiene como resultado una curación eficaz. Mi papá, mi hermano y yo habíamos planeado una visita al Museo Naval del Perú, situado en Ancón, en las afueras de Lima, que recientemente había sido restaurado. Papá sirvió en la Marina durante muchos años y la aprecia muchísimo.

Los tres nos quedamos en un hotel. Durante la noche, hubo un ruido muy fuerte en el baño. Mi hermano y yo nos levantamos al instante. Encontramos a Papá tirado en el piso de la ducha. Aparentemente había tropezado. Todavía tenía puesta su gorra de marinero, de lana, que siempre usa para dormir.

Ver esa preciada gorra protegiendo su cabeza del borde de los azulejos, me conmovió e iluminó mi pensamiento. El Amor divino tiernamente me estaba asegurando: “Estoy aquí”. Le dije a mi papá en voz alta: “Estás a salvo. Todo está bien. Dios está aquí con nosotros”.

Suavemente y con mucho cuidado, me deslicé junto a él mientras lo abrazaba mentalmente como la imagen y semejanza perfecta de Dios. Como papá no respondía, empecé a declararle en voz alta la verdad: que él estaba ileso y siempre en la presencia de Dios; que Dios lo amaba porque era Su hijo amado. Acunándolo en mis brazos, declaré con firmeza que la Vida omnipresente, Dios, era su Vida eterna, y nada podía interferir con esa Vida ni quitársela.

Las cosas empezaron a mejorar a medida que el poder de la Verdad comenzó a afianzarse. Le pedí a mi hermano que trajera almohadas y mantas y arropamos a papá. Pero comenzaron a irrumpir en mi mente varios pensamientos adversos: el cuadro sigue siendo abrumador; mi papá y mi hermano no son Científicos Cristianos; tal vez mis oraciones no lleguen. Refuté estas sugestiones mentalmente declarando que la Mente es nuestra única mente y comunicador.

Mientras escuchaba para saber qué podíamos orar juntos en español, me vino al pensamiento el Padre Nuestro con su sentido espiritual por Mary Baker Eddy. Le pedí a mi papá que lo dijera junto con nosotros. Los tres lo repetimos como si fuéramos uno, profunda y lentamente, con reverencia, aferrándonos y sintiendo cada palabra de todo corazón. Papá pudo hacerse oír cuando terminábamos el Padre Nuestro. Estaba más alerta y no tenía ninguna molestia. Esto me demostró que, como dice la Sra. Eddy, esta oración realmente “cubre todas las necesidades humanas” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 16).

La Vida omnipresente, Dios, era su Vida eterna, y nada podía interferir con esa Vida ni quitársela.

Media hora después, Papá sintió que debía intentar ponerse de pie, pues ¡no podíamos quedarnos en el piso del baño toda la noche! Paso a paso, demostró la habilidad de moverse sin impedimento o molestia alguna, ponerse de pie y sostenerse, mantenerse estable en sus pies y caminar hasta la cama. Al acostarnos, reafirmamos que el hijo de Dios jamás se había caído.

A la mañana siguiente hicimos el paseo. Fue un día memorable. Disfrutamos la visita a las instalaciones, así como un delicioso almuerzo de mariscos, en la zona.

Al día siguiente, Papá nos pidió que lo lleváramos al Hospital Naval para hacerse un examen y sacarse radiografías, simplemente para verificar que todo estaba bien. En el camino le recordé que no debía preocuparse porque Dios tenía el trabajo de mantenerlo feliz y armonioso. Yo sabía que el médico encontraría todo de acuerdo con lo que Dios sabía que era verdad. ¡Y así fue!  No fue necesario que le pusieran un collar ortopédico ni le dieran pastillas. No encontraron otra cosa más que la perfección de Papá. El Amor divino estuvo presente todo el tiempo y tuvo la última palabra.

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