Oí hablar de la Ciencia Cristiana por primera vez cuando escuchaba un programa de radio en francés producido por El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Lo que más me llamó la atención fue la manera tan simple en que presentaba a Dios y todo lo que hace por cada uno de nosotros. Me sentí impulsado a leer la Biblia para aprender más acerca de las maravillas de Dios. Lo leí durante unos ocho meses. Entonces me enteré de que había un grupo informal de Científicos Cristianos en Brazzaville que celebraban servicios religiosos en la casa de uno de sus miembros. Esto fue en 1989.
Llegué a la casa dos horas antes para asistir a mi primera reunión de testimonios un miércoles por la tarde. Ese día, yo había tenido síntomas de diarrea desde la mañana temprano. El señor que abrió la puerta me recibió con una sonrisa y fue muy atento. Me ofreció un ejemplar de El Heraldo de la Ciencia Cristiana. La revista estaba llena de artículos y testimonios de curación escritos por personas que practicaban la curación cristiana. Me daba vergüenza la idea de tener que pedir permiso para ir al baño, más que nada porque tenía miedo de tener que hacerlo con frecuencia. Esto no era algo que uno normalmente haría en una casa donde no conoce a nadie. Así que oré suplicando: “Dios mío, Padre, Tú me has guiado para encontrarte. Ahora que estoy aquí, por favor, líbrame de ser humillado”.
Después, quise conocer el contenido de la revista que tenía en mis manos, la abrí y me sentí absorbido por la lectura. Tanto fue así que olvidé mi preocupación de tener que ir al baño. Leí tres artículos antes de que otra persona llegara a la casa. Entonces lo ayudé a organizar las sillas para la reunión.
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