En el Sermón del Monte, Cristo Jesús resume sus enseñanzas indicando cómo deben pensar y actuar las personas unas con otras y, principalmente, en relación a Dios. Entre sus numerosas enseñanzas, el Maestro dejó la siguiente: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).
Pero ¿qué es la perfección? ¿Y cómo es posible ser tan “perfecto” como el Padre? Por lo general, pensamos que la perfección es el estado en el cual no se tiene defecto ni anomalía alguna, es tener el grado más elevado de excelencia. Una figura geométrica es perfecta cuando no tiene ninguna distorsión; por ejemplo, un cuadrado, una esfera, un triángulo equilátero. También está la perfección de los elementos que no son físicos, tal como la belleza de un panorama o la armonía en la música.
Ver la perfección de Dios y el hombre destruye el mal y la enfermedad tan naturalmente y sin esfuerzo, como la luz destruye la oscuridad.
Ciertamente, Jesús se refería a la perfección espiritual, no a la perfección material o física, cuando aconsejó a quienes lo escuchaban que fueran perfectos. Durante todo el Sermón, él volvía la atención de ellos hacia la importancia de cultivar cualidades espirituales, tales como, amor, paciencia y perdón, tanto en palabra como en acción, demostrando de esa forma que ellos realmente reflejaban a su Padre perfecto, quien es Espíritu. El apóstol Pablo, quien se transformó en un devoto seguidor de Jesús después de su conversión al cristianismo, escribió a los gálatas: “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22, 23).
Estas cualidades tienen su fuente en Dios y manifiestan la bondad de la creación de Dios de la cual habla el primer capítulo del Génesis. Allí leemos que el creador vio “todo lo que había hecho, y he aquí, era bueno en gran manera” (1:31). Esta declaración revela que Dios es la fuente de toda perfección, y esto incluye la idea más elevada en Su creación, el hombre, el término genérico de todos los hombres y mujeres, los hijos e hijas de Dios (véase Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 503).
La obra sanadora de Jesús reflejaba que él sólo veía perfección en el hombre, la imagen y semejanza de Dios. Mary Baker Eddy explicó su manera de pensar de la siguiente manera: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales” (Ciencia y Salud, pág. 476). Mediante esta percepción espiritual, el Maestro veía lo que los sentidos materiales no podían ver. Ciencia y Salud continúa revelando el lado práctico de ver al hombre desde esta perspectiva: “En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (pág. 477).
Jesús dijo que nosotros también podemos sanar a los enfermos y realizar las obras que él hizo cuando la perfección divina sea nuestro modelo para toda la humanidad. Si Dios nos ve a nosotros perfectos, y a nuestra familia y vecinos perfectos, nosotros podemos verlos bajo la misma luz.
Pero ¿cómo vemos la perfección; mediante el ojo humano o la comprensión espiritual?
La visión material ve tanto la perfección humana como la imperfección. Pero la visión espiritual, o el discernimiento espiritual, ve lo que el ojo humano no puede ver. Sólo ve la perfección espiritual, o lo que Dios ve en nosotros. Fue a través del lente de la Mente divina, no de los sentidos materiales, que Dios vio todo lo que Él había hecho y comprobó que “era bueno en gran manera”. Mediante la comprensión espiritual, no el intelecto humano, podemos ver la perfección desde la perspectiva de la Mente, y esta percepción correcta trae curación.
¿Cómo vemos la perfección; mediante el ojo humano o la comprensión espiritual?
Hace poco, tuve una experiencia que ilustró esto. Yo tenía que levantar con frecuencia a un pariente de avanzada edad, lo cual parecía causarme un fuerte dolor de espalda. Mientras oraba para sanar, reconociendo la omnipotencia de Dios, la Mente que todo lo ve y todo lo sabe, comprendí que ver la perfección de Dios y el hombre destruye el mal y la enfermedad tan naturalmente y sin esfuerzo, como la luz destruye la oscuridad.
Cuando hice esto, el mismo día, sin que me diera cuenta, el dolor desapareció. Para mí esto fue una prueba contundente de que el hombre es, realmente, tan perfecto como el Padre, y que tenemos la habilidad que Dios nos ha otorgado de ver esta perfección en todas partes.•
