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Artículo de portada

Un nacimiento armonioso

Del número de diciembre de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


En 2011, cuando me di cuenta de que estaba embarazada, me sentí muy feliz. Sin embargo, durante el segundo mes de embarazo empecé a sangrar. Los síntomas eran muy similares a los que había tenido cuatro años antes, cuando tuve un aborto espontáneo. 

Llamé a mi esposo, que estaba trabajando en la carpintería que tenemos al lado de nuestra casa, y él vino rápidamente. Comenzamos a orar, y también le pedimos a una practicista de la Ciencia Cristina que nos diera tratamiento por medio de la oración. La practicista fue muy amorosa y atenta, y nos tranquilizamos después de hablar con ella. Sin embargo, la hemorragia no se detuvo. 

Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Es la creencia mortal lo que hace el cuerpo discordante y enfermo en la proporción en que la ignorancia, el temor o la voluntad humana gobierna a los mortales” (pág. 209). Decidimos ir a ver a un médico, quien nos dijo que el saco embrionario no estaba en el lugar correcto, y me recomendó reposo absoluto, de otro modo podía tener otro aborto. 

De regreso en casa llamamos a la practicista, quien declaró que Dios, la Vida divina infinita e ininterrumpida, es la única fuente de vida. Reconocimos que nuestro bebé era una idea de Dios, que siempre había existido y que siempre existirá en Dios. Por lo tanto, nada podía detener la vida de nuestro bebé. La practicista también nos recordó que todos los hijos de Dios, incluso nuestro bebé, coexisten con nuestro creador, el Dios infinito y del todo afectuoso, y, por lo tanto, no pueden estar desplazados o apartados de Él.

Reconocí que nada podía interrumpir la existencia de una idea en la creación de Dios.

En unos días, durante el fin de semana, estaríamos hospedando en nuestra casa a mi suegra, y al tío y primos de mi esposo. Con confianza en el poder de Dios, recibimos a nuestros huéspedes con alegría, sirviéndoles comidas y realizando todos los quehaceres necesarios para que se sintieran cómodos.

También reconocía continuamente mi integridad y la integridad del bebé, sabiendo que ambos éramos la expresión del ser de Dios, y que nada podía interrumpir la existencia de una idea en la creación de Dios. La practicista también estaba orando por mí.

Todo salió bien durante ese fin de semana. No mencionamos la condición a nuestros parientes y ellos no notaron nada. En realidad yo sentía tanta gratitud por haber acogido a los familiares de mi esposo, que la condición no ocupó mi pensamiento.

La hemorragia fue cada vez menos intensa y se detuvo por completo después de unos pocos días. Había sanado, sin tener que estar en reposo absoluto y sin tomar ningún medicamento, sólo confiando en la Ciencia Cristiana. Me sentía muy agradecida por la curación, pero estaba aún más agradecida por la comprensión de que Dios está siempre presente, cuidando constantemente de todos nosotros. 

En el noveno mes de embarazo, días antes del parto, mi esposo y yo estábamos cenando en un restaurante y nos encontramos con un conocido, quien es un reconocido obstetra en nuestra ciudad. Cuando vio que estaba embarazada, me dijo que no debía dar a luz de forma natural debido a todas las posibles complicaciones que pudieran surgir durante el parto.

En Ciencia y Salud, leemos: “Las relaciones de Dios y el hombre, el Principio divino y la idea, son indestructibles en la Ciencia; y la Ciencia no conoce ninguna interrupción de la armonía ni retorno a ella, sino que mantiene que el orden divino o la ley espiritual, en el cual Dios y todo lo que Él crea son perfectos y eternos, ha permanecido inalterado en su historia eterna” (págs. 470-471). Mi esposo y yo reconocimos en oración que Dios es bueno, que gobierna todo en armonía y les da sólo el bien a Sus hijos. Por lo tanto, nada podía privarnos de la armonía que es inherente a todos los hijos de Dios por derecho divino. Afirmamos que estábamos a salvo bajo el orden divino y que nada, absolutamente nada, podía interferir con el desenvolvimiento del bien.

El día que di a luz, las contracciones no duraron mucho. Mi hijo nació 45 minutos después que ingresé en la sala de parto, por parto natural, sin el uso de anestesia o ningún otro medicamento.

Después del parto mi recuperación fue rápida. Al día siguiente estaba de regreso en casa con mi querido hijo Pedro, quien ahora es un niño de tres años, saludable y feliz. ¡Qué maravilloso es reconocer que el poder infinito de Dios está al alcance de cada uno de Sus hijos todo el tiempo! El amor de Dios por cada uno de nosotros es infinito.

Maria Marta M. de Aguiar Castilho, Tiradentes

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