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Experimentos con la verdad

Del número de diciembre de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Noviembre 2014


¿Cuánto piensas en ti mismo como científico? ¿Qué tipo de experimentos has realizado últimamente? ¿Qué datos has estado investigando para encontrar la respuesta a un problema que necesita solución?  Si la ciencia consiste en averiguar cómo funcionan las cosas, ¿qué descubrimientos has hecho últimamente? Si la ciencia se trata de comprender la verdad y aplicar el poder de la verdad para que surjan soluciones prácticas, ¿qué respuestas has descubierto que hayan traído mayor libertad a la vida de la gente? Para un Científico Cristiano, estas son preguntas importantes que debe hacerse (mientras está parado frente a un espejo).

En una ocasión, leí un libro escrito por el físico Richard Feynman, ganador del premio Nobel, el cual ofrecía una ilustración de la ciencia deficiente. Él hablaba de un libro de texto sobre la ciencia para niños de escuela primaria que mostraba el dibujo de un perro de juguete a cuerda. El libro planteaba la siguiente pregunta: “¿Qué hace que el perro se mueva?” Y la respuesta a la que el libro quería que los niños llegaran era “la energía”. Pero como señalaba Feynman, simplemente hacer que los niños memorizaran el término para referirse a algo, no quería decir que hubieran aprendido algún aspecto de la ciencia envuelta en ello. 

Luego indicaba que un enfoque científico y útil hubiera sido desarmar el juguete para que los niños pudieran ver los engranajes y la tensión que había en el resorte, y cómo el hecho de liberarlo hacía que el perro se moviera. Me impactó ver que esto es verdad para cualquier ciencia.  

No puedes simplemente aprender términos y ver los movimientos. Tienes que desarmar el objeto, por así decirlo, examinarlo, probarlo, aprender de los errores cometidos, y avanzar hasta que lo comprendes y lo pruebas. Y cuando recordamos que el Cristo es el tema de la Ciencia que estamos probando, todas las imágenes de un ambiente frío, estéril, de batas blancas, son reemplazadas por ternura, consuelo y la confiada certeza de que el poder sanador que se manifestó tan claramente en el ministerio de Jesús, es nuestro para que lo exploremos, probemos y verifiquemos hoy. Pero como cualquier buen científico, debemos estar dispuestos a hacer el trabajo disciplinado que se requiere. 

Mary Baker Eddy descubrió la Ciencia del Cristo, y proporcionó la declaración plena y completa de la misma en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pero ella de ninguna manera sintió que había agotado sus aplicaciones o las posibilidades que se presentarían, así como tampoco el descubrimiento de la gravedad que hizo Newton dio término a la necesidad de aprender más acerca de las implicaciones de la gravedad en el desarrollo de las ciencias físicas.  

Ella plantea una pregunta oportuna: “¿Quién es el que entiende, inequívocamente, una fracción de la verdadera Ciencia de la curación por la Mente? 

“Pues aquel que ha probado debidamente sus conocimientos sobre una base cristiana, mental y científica; que ha elegido entre la materia y la Mente, y ha probado que la Mente divina es el único médico” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 269).

De hecho, tal vez la cuestión es que parte de lo que se necesita para tener una práctica de curación más eficaz, es estar dispuesto a abrazar el espíritu científico de la exploración. Una actitud científica firme está impulsada por la convicción de que las preguntas tienen respuestas, que la verdad es poderosa, que las pruebas que hagamos deben hacerse dentro de un conjunto de leyes probadas, que la evidencia debe estar de acuerdo con dichas leyes, y que partiendo de esta estructura mental, debemos explorar, experimentar y trabajar activamente para encontrar soluciones a los problemas sin resolver. 

Una forma científica de pensar incluye estar consciente de lo importante que es interpretar los datos correctamente y estar dispuestos a ajustar nuestro enfoque cuando nos damos cuenta de que estamos equivocados. A veces los experimentos no resultan como estaba planeado, simplemente ¡preguntemos a Pedro acerca de su intento de caminar sobre el agua con Cristo Jesús! O preguntemos a los discípulos si pensaban que era posible completar la tarea de laboratorio que les habían dado de alimentar a miles de personas cuando los únicos recursos con los que aparentemente contaban eran unos peces y un poco de pan. Pero simplemente porque los discípulos no podían ver el camino que debían seguir, no quería decir que la ciencia que lo fundamentaba fuera inexacta. Quería decir que debían aprender más acerca de la ley de Dios y cómo una comprensión de la realidad del bien infinito podía aplicarse en la práctica para responder a la necesidad, puesto que el hombre jamás está separado del cuidado de Dios.

Cuando estaba en la escuela, las tareas de laboratorio que nos daban estaban diseñadas en gran parte para repetir una ciencia que ya había sido verificada. En otras palabras, nos daban una tarea y nos decían que si seguíamos los pasos descritos, deberíamos ser capaces de llegar a los resultados específicos con certeza infalible. Pero recuerdo bien la frustración que yo sentía cuando veía que mis resultados distaban mucho de ser los esperados 

Después, con la ayuda del maestro, me mostraban que había puesto demasiado calor, o había permitido que entrara demasiada humedad, o de alguna forma no había seguido fielmente los pasos que me habían dado. Cuando los resultados eran correctos, me embargaba un sentimiento de poder y satisfacción por haberlo entendido, y esto siempre me hacía querer aprender más.

Hoy no solo tenemos el ejemplo de Jesús, sino el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, para mostrarnos cómo una comprensión del Cristo puede traer curación del pecado y la enfermedad en todas sus formas.

Gran parte del mundo hoy en día abraza la idea de la ciencia, siempre y cuando la ciencia se limite a la evidencia material. Pero la Sra. Eddy se dio cuenta de que la ciencia que se basa en la materia como si fuera causativa, es lo mismo que comenzar un experimento de forma incorrecta. La gran necesidad que tenía ella de sanar, la profunda investigación que hizo de las enseñanzas de Jesús, y sus experimentos con las ciencias curativas de su época, especialmente la homeopatía, la llevaron a comprender la naturaleza mental fundamental de la existencia. 

Ella descubrió que la causa implícita de todo lo que realmente existe es el Espíritu, una inteligencia y poder infinitos a favor del bien, o Mente divina, y que el hombre es por siempre la expresión intacta de esta Mente, o Dios. “La caída de esta manzana” le permitió ver que las experiencias de la vida eran en cierta forma experimentos, oportunidades para probar que, cuando amamos y reconocemos con todo nuestro corazón que la evidencia eterna del Espíritu y de la existencia espiritual son verdad, las mismas anulan la evidencia de sufrimiento o enfermedad.  

De hecho, podríamos decir que cualquier experimento, o experiencia, que se apoya en, o saca sus conclusiones de, la materia, está basando sus hallazgos en datos falsos. La evidencia material dará un positivo falso (nos hará pensar que hay algo allí que en realidad no está, tal como una enfermedad o dolencia), o un negativo falso (nos hará pensar que no hay nada allí, cuando en realidad solo se está escondiendo, como es el pecado). Pero siempre será falso porque su sustancia y la llamada verdad a la que llega, están basadas en la materia, la cual se deteriora, y en los sentidos materiales, en los cuales no se puede confiar. Solo aquello que saca a luz la Verdad eterna —lo que es verdad para siempre— puede considerarse que es una evidencia concluyente.

Para un mundo escéptico, la revista The Christian Science Journal ha estado acumulando evidencias comprobadas de curaciones mediante la oración sobre esta base, por más de 125 años. Estos testimonios deben ofrecer una razón para desear investigar más y para alentar a esta pequeña pero entusiasta y comprometida cuadrilla de Científicos, a continuar sometiendo su evidencia a consideración y revisión.Para los Científicos Cristianos, no hay mejor momento para redoblar nuestros esfuerzos y demostrar la eficacia sanadora de la Ciencia del Cristo. Cada curación cuenta. Cada prueba lleva adelante la Causa. Cada uno de nosotros es necesario, y es necesario ahora. Las reuniones de testimonios de nuestras iglesias son laboratorios perfectos para compartir los resultados de nuestros experimentos.   

Al referirse a su “declaración científica del ser”, incluso las palabras “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia” (Ciencia y Salud, pág. 468), la Sra. Eddy nos implora: “Habiendo percibido, con anticipación a otros, esta verdad científica, nos debemos a nosotros mismos y debemos a los demás una lucha por su demostración” (Retrospección e Introspección, pág. 94).

Scott Preller

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