En casi todo el mundo se celebra la Navidad para conmemorar el nacimiento de Jesús, con enorme alegría e infinita gratitud por el cumplimiento de la profecía bíblica: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; ... Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:2, 6).
Los ángeles, los pensamientos de Dios que vienen al hombre, anunciaron este sagrado suceso a los Reyes Magos, quienes siguieron la estrella guiadora desde el Oriente hasta Jerusalén, para llegar al pesebre de Belén y ofrecerle al niño presentes: oro, incienso y mirra (véase Mateo 2:1-11), obsequios que generalmente se daban a un rey.
Así como los Magos y los pastores de antaño vieron el resplandor de la estrella, hoy los corazones receptivos, llenos de esperanza y amor, pueden oír el canto de los ángeles: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14).
El advenimiento del Cristo es la luz de la Verdad que eleva nuestro pensamiento y nos permite reconocer nuestra unidad con Dios.
El advenimiento del Cristo a la consciencia individual, la luz de la Verdad que con tanto amor guía, ilumina y consuela, es la luz que resplandece y alborea sobre el pensamiento oscurecido, llenándolo de la afectuosa seguridad de la perfección de la creación de Dios. Es la estrella que bendice a todo aquel que está dispuesto y expectante de ver por sí mismo la revelación divina. Es la luz de la Verdad que eleva nuestro pensamiento y nos permite reconocer la unidad del hombre con Dios, y atesorar la posibilidad presente de ser totalmente inmunes a la creencia en el pecado, el sufrimiento y la muerte, porque somos de hecho la imagen y semejanza de Dios, enteramente espirituales y buenos. Con esto en mente, sentimos y reconocemos la todopoderosa y eterna presencia del Amor divino, que nos abraza a todos, en todas partes y para siempre.
Cristo Jesús, el Redentor y Salvador prometido, fue para la humanidad entera el más maravilloso tesoro, el regalo más preciado, demostrando perfectamente la Vida. Su advenimiento en la carne hizo posible que la cansada humanidad supiera que Dios es totalmente bueno. Con amor, reformó pecadores, sanó toda clase de enfermedades y triunfó sobre la muerte. Inspirado por el Padre, enseñó la ley de Dios, la justicia del Amor, nos enseñó a amar a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, destruyendo el mal con el bien. Sus enseñanzas acerca de la Ciencia divina fueron impartidas de una forma sencilla, práctica, que se puede probar, de manera que todos podamos comprender y expresar naturalmente las cualidades espirituales de Dios, y como consecuencia esperar la disminución del pecado, el sufrimiento y la muerte.
En palabras de Mary Baker Eddy: “¡Qué gloriosa herencia se nos da mediante la comprensión del Amor omnipresente! Más no podemos pedir; más no podemos desear; más no podemos tener. Esta dulce seguridad es el ‘Calla, enmudece’ para todo temor humano, para el sufrimiento de toda clase” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 307).
El reconocimiento de Dios como Padre-Madre, creador único, y el deseo sincero de expresar Su amor, abre nuestro pensamiento a la Verdad, y no solo nos permite ver el amor y la abundancia ilimitados de Dios, sino también expresarlos a otros.
Para mí la Navidad celebra la totalidad de Dios, el bien, el Cristo revelado, la actividad de la Verdad omnipresente que diariamente puedo escuchar con claridad y obedecer en paz y alegría. La Navidad nos llena de una sensación de renovación, que nos impulsa a comprender la unidad de Dios y el hombre. Revela al pensamiento receptivo que Dios es el Amor divino Todopoderoso, y esta comprensión nos capacita a todos para que demostremos salud y expresemos amor más naturalmente. El Amor divino es manifestado, e infaliblemente responde a todas las necesidades humanas.
La Navidad continúa eternamente sin interrupción, porque el Amor divino está siempre presente, no cambia, nunca falla.
La Navidad continúa eternamente sin interrupción, porque el Amor divino está siempre presente, no cambia, nunca falla y como bien dice el libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “es imparcial y universal en su adaptación y en sus concesiones” (pág. 13).
Tenemos la oportunidad de celebrar la Navidad todo el año, reconociendo con sinceridad y humildad cuánto de la Verdad hemos atesorado, cuánto hemos avanzado por el sendero de luz y de amor. Tenemos la oportunidad de reconocer con enorme gratitud y alegría el desarrollo espiritual y el éxito genuinos que hemos alcanzado. Pero tenemos ante todo, el compromiso de expresar la pureza inmaculada del Alma, de mantener firme nuestra fidelidad a la Verdad, y de saber constantemente que somos por siempre la expresión íntegra de la Vida, agradeciendo a Dios por Sus bendiciones, orando para saber que Su voluntad se hace como en el cielo, así también en la tierra.
