En casi todo el mundo se celebra la Navidad para conmemorar el nacimiento de Jesús, con enorme alegría e infinita gratitud por el cumplimiento de la profecía bíblica: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; ... Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:2, 6).
Los ángeles, los pensamientos de Dios que vienen al hombre, anunciaron este sagrado suceso a los Reyes Magos, quienes siguieron la estrella guiadora desde el Oriente hasta Jerusalén, para llegar al pesebre de Belén y ofrecerle al niño presentes: oro, incienso y mirra (véase Mateo 2:1-11), obsequios que generalmente se daban a un rey.
Así como los Magos y los pastores de antaño vieron el resplandor de la estrella, hoy los corazones receptivos, llenos de esperanza y amor, pueden oír el canto de los ángeles: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14).
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