Hace más de dos mil años, la humanidad recibió el mejor regalo de Navidad que haya recibido jamás, “el niño de Belén, el heraldo humano del Cristo, la Verdad”, como lo describe Mary Baker Eddy en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. vii).
Ciertamente, para la mayoría de la gente el mejor regalo que podrían recibir para estas fiestas sería la posibilidad de restaurar la paz en todas partes del mundo, incluso en su propia consciencia. Así se cumpliría, una vez más, la profecía de Isaías cuando escribió: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre… Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
Un niño se caracteriza por su pureza, por su inocencia, por su receptividad y comprensión del bien. Y el hombre, por ser la idea espiritual de Dios, jamás pierde esas cualidades espirituales, sino que está continuamente consciente de la armonía, la felicidad y la paz de las que por siempre disfruta por ser uno con Dios; y, por lo tanto, tiene la misma Mente que había en Cristo Jesús.
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