Muchos científicos y ecologistas, insisten en señalar las consecuencias del “calentamiento global”. Hacen todo lo posible para que tomemos consciencia de nuestra responsabilidad, y los cambios que debemos hacer en nuestra vida diaria para contribuir a reducir el llamado “efecto invernadero”, responsable, en parte, de muchos de los desastres naturales que suceden alrededor del mundo.
Si bien, no hay duda de que debemos cambiar nuestras costumbres y cuidar el ambiente en que vivimos, es bueno, así mismo, tomar consciencia de que el estado mental individual también puede contribuir a que se produzcan esas destructivas condiciones climáticas.
El odio, la envidia, el resentimiento, la lujuria, el fanatismo, la ambición desmedida por poder y dinero, envenenan el pensamiento, exacerban los ánimos, y ¡hacen que los individuos bajen la guardia! Es decir que, al ser arrastrados por esas pasiones, dejan de pensar con amor, inteligencia y sabiduría.
Alguien puede preguntarse, ¿cómo puede el pensamiento de una persona tener un efecto tan destructivo? Es el conjunto de pensamientos negativos alrededor del mundo los que tienen ese efecto. Pero lo bueno es que podemos hacer algo al respecto. Podemos recurrir a la oración y reconocer que por ser hijos de Dios, todos somos capaces de expresar amor, bondad, sabiduría y confraternidad, cualidades que reflejamos de Dios. Esos sucesos dañinos son tan solo sugestiones mentales agresivas, y los podemos prevenir sabiendo que la Mente divina es el único poder, la única presencia, la única consciencia que existe.
Mary Baker Eddy escribe: “No hay vana furia de la mente mortal —expresada en terremotos, vientos, olas, relámpagos, fuego, ferocidad bestial— y esta así llamada mente es destruida por sí misma. …La Ciencia Cristiana saca a luz la Verdad y su supremacía, la armonía universal, la totalidad de Dios, el bien, y la nada del mal” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 293).
En este número de El Heraldo, Clara Guerrero relata, en su artículo “Tormentas en México: cómo encontrar una calma celestial”, pág. 6 , cómo oró cuando su país se vio azotado por dos huracanes.
Cuando estamos alertas y cuidamos de nuestro ambiente mental, vigilando nuestros pensamientos sobre las personas y las situaciones que nos rodean, los ánimos se van calmando, y se manifiesta la armonía que Dios ha preparado para todos Sus hijos.
