Ocasionalmente voy de visita a Suiza y me gusta mucho nadar en el Lago de Léman, que queda cerca de donde me hospedo. Un día, me zambullí en el agua y nadé por un rato disfrutando de esta refrescante y linda actividad. También buceé un poco.
Al subir a la superficie después de bucear, me empezó a doler mucho el oído izquierdo, y todo lo que escuchaba estaba amortiguado. Pero me sentí agradecida porque al menos podía oír algo. No obstante, al mismo tiempo pensaba que en mi trabajo como enfermera en un sanatorio de la Ciencia Cristiana, yo tenía que poder escuchar y comprender muy claramente a los pacientes y colegas. Y como sabía que Dios tiene el control y se expresa a Sí Mismo en todo momento, yo insistía en que podría hacerlo, sin duda alguna.
Después de todo, Dios es la Mente que todo lo escucha, y por ser Su reflejo, yo no podía estar influenciada por las leyes materiales acerca del cuerpo físico. Esto fue también lo que leí en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “Dios no es influenciado por el hombre. El ‘oído divino’ no es un nervio auditivo. Es la Mente que todo lo oye y todo lo sabe, para quien cada necesidad del hombre es siempre conocida y por quien será satisfecha” (pág. 7).
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