Ya sea algún suceso importante en nuestra vida, responsabilidades relacionadas con el trabajo, proyectos académicos, las exigencias de un caso que necesita sanar con el tratamiento en la Ciencia Cristiana, o simplemente las demandas propias del diario vivir, a veces nos sentimos abrumados. Puede que nos preguntemos: “¿Por dónde empiezo?”
Cuando me siento así, a menudo pienso en este pasaje escrito por Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Ciencia Cristiana no es una excepción a la regla general de que no hay excelencia si no se trabaja en línea recta. Uno no puede dispersar el fuego, y al mismo tiempo dar en el blanco” (pág. 457). Esto me dice que tengo que estar apuntando al blanco, meta que la Sra. Eddy explica en la siguiente frase de ese pasaje: “Seguir otras vocaciones y avanzar rápidamente en la demostración de esta Ciencia no es posible”.
De esto discierno que la única vocación a la que siempre debo dedicarme —cualquiera sea el propósito en el que esté comprometida— es la demostración de la Ciencia Cristiana. Esto no se debe a que soy practicista de la Ciencia Cristiana; es simplemente porque soy Científica Cristiana. Una vocación es un llamado, y todo estudiante de la Ciencia Cristiana es llamado a practicar las enseñanzas de esta Ciencia en su vida diaria. El punto de partida de esta práctica es la obediencia a la sola y única Mente, Dios. Esa obediencia es el blanco al que debemos apuntar —y acertar— en todo lo que hacemos.
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