La Biblia está llena de historias que muestran cómo la gente encontró en Dios las respuestas a sus necesidades. Desde el pueblo de Israel, cuando iba a través del desierto, y los patriarcas y profetas, entre ellos Elías y Eliseo, hasta Cristo Jesús y sus discípulos, hubo muchas demostraciones de la presencia, el poder y el amor de Dios.
De modo que podríamos preguntar: ¿Cómo son respondidas las necesidades del hombre, y cómo se resuelven los problemas que enfrenta?
A fin de encontrar una respuesta a esta pregunta, veamos, por ejemplo, lo que hizo Jesús para responder a la necesidad de miles de personas hambrientas, con tan solo siete panes y unos pocos peces (véase Marcos 8:1–9). En relación a esta historia, Mary Baker Eddy hace esta pregunta: “¿Cómo fueron multiplicados los panes y los peces en las riberas de Galilea, y eso también sin harina o mónada de donde el pan o el pez pudieran venir?” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 90). Un poco antes, ella afirma: “La materia no es inteligente ni creativa” (pág. 89). De manera que necesitamos mirar fuera de la materia para ver cómo son respondidas las necesidades. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”, dijo Jesús (Mateo 6:33).
Antes de repartir los panes y los peces a la gente, Jesús no preguntó cuántas personas había que alimentar –cualquiera fuera el número, él sabía que todos recibirían conforme a su necesidad– simplemente, dio gracias a Dios. De hecho, en el Evangelio de Marcos leemos: “tomando los siete panes, habiendo dado gracias…” Hizo lo mismo antes de resucitar a Lázaro de los muertos: agradeció a Dios (véase Juan 11:41). Si Jesús expresó su gratitud antes que el bien fuera visible a los sentidos humanos, era porque él sabía que Dios, el Espíritu infinito, está siempre presente, que Dios es la única sustancia, y que el bien está aquí en abundancia, en este mismo momento, ya sea sustancia, vida o salud. Esta clara y profunda percepción llevó a la inmediata resolución de los problemas que él enfrentaba.
Cuando Le agradeció a Dios, Jesús elevó su pensamiento a Él. Se apartó firmemente de las limitaciones de la mente mortal, de todo aquello que parecía ser una evidencia para los sentidos humanos, y de todas las pretensiones de las ciencias físicas. Puesto que Jesús reconocía sólo a la Mente única, su consciencia humana estaba ricamente imbuida de la verdad y cedió a la Mente divina. Por ser el Hijo de Dios, Jesús sabía que su verdadera identidad era la imagen y semejanza de Dios, y que la Mente divina se expresaba en él como su propia Mente.
No existen dos mentes, la divina y la humana, sino solo una, la Mente divina. Es por esto que Jesús sabía que lo que parecía ser una necesidad humana, ya había sido respondida, antes de que la solución fuera visible a los sentidos mortales. Esto lo manifestó claramente cuando dijo antes de resucitar a Lázaro de los muertos: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado” (Juan 11:41, 42).
El Cristo, que Jesús expresó tan perfectamente, siempre se escucha.
El Cristo, que Jesús expresó tan perfectamente, siempre es escuchado. ¿Cómo podría ser de otra manera, cuando el Cristo es la expresión de la existencia de Dios? El Cristo es revelado a nuestro pensamiento receptivo, y la naturaleza del Cristo es demostrada en nosotros como amor, perfección, salud, compleción, armonía, abundancia de bien, equilibrio. No obstante, la consciencia material humana, o lo que la Sra. Eddy llama mente mortal, necesita señales tangibles para poder creer y aceptar la Verdad, de ahí los “milagros” de Jesús, las señales que probaban la verdad de sus enseñanzas. Esto lo confirma el siguiente versículo del Evangelio de Juan: “Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba allí, y vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos” (12:9).
¿Podemos decir, por estos ejemplos, que Dios conoce las necesidades del hombre? ¿Sabía Dios que había miles de personas escuchando a Jesús que estaban hambrientas? ¿Y sabía Dios de la enfermedad de Lázaro y su subsecuente muerte? ¿Conoce Dios acaso nuestros problemas y dificultades?
Dios es infinito, por ende, es Todo-en-todo, es la Mente única, la fuente de todo conocimiento, de toda inteligencia y de toda sabiduría. Dios sólo puede estar consciente de Sí mismo, de Su existencia, de Su naturaleza, de Su compleción y de la perfección de Su obra. Él se ve a Sí mismo reflejado en el hombre, porque el hombre es Su imagen. De esto deducimos que los conceptos de necesidad, escasez e imperfección son totalmente desconocidos para Dios. El hombre, Su idea espiritual, ya tiene todo lo que necesita, porque es el reflejo de Dios.
Entonces, ¿cómo es que obtenemos una respuesta a lo que parecen ser nuestras necesidades? ¿Qué es lo que hace que se manifieste esa respuesta?
En realidad, Dios no nos responde a nosotros como si fuera una persona con la que estamos hablando, un ser separado de nosotros. Al tomar consciencia de nuestra unidad con Dios, comprendemos que nuestras necesidades ya están respondidas. Para ilustrar esto, podemos usar el principio de las matemáticas. Nosotros entendemos fácilmente que este principio no resuelve los problemas, porque no tiene conocimiento de ningún problema, pero los humanos recurren a este principio en busca de soluciones y respuestas, y las encuentran aplicando las reglas que han aprendido.
Cuando oramos, es el propio amor de Dios, manifestado a través del Cristo, lo que nos capacita para ceder a la Verdad y trae a nuestro pensamiento las ideas espirituales que necesitamos. Cuando nos volvemos a Dios en sincera y humilde oración, y soltamos el problema —cuando nos apartamos del error con fortaleza y certeza espirituales (aun cuando la dificultad parezca muy grande), y reconocemos que Dios tiene todo el poder y nada puede oponerse a Sus pensamientos (véase Job 42:2)— la mente humana cede a la infinitud de la Mente divina. Esto trae la convicción de que solo hay una Mente, Dios, el bien, y que esta Mente es en realidad nuestra Mente. Entonces comprendemos que todo está satisfecho, y que no nos puede faltar nada, ya sea sustento, salud, vida o amor.
De esta forma, comprendemos, no solo cómo fueron posibles la multiplicación de los panes y la resurrección de Lázaro, sino también que “el Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud, pág. 494).
