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Testigos del amor de Dios

Del número de noviembre de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Noviembre de 2014.


Momentos después de quemarme la mano en la hornalla de nuestra cocina, me acordé de que había muchas curaciones de quemaduras que había escuchado en las reuniones de testimonios de nuestra Iglesia de Cristo, Científico, y leído en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Este sólido y extenso registro de curaciones me alentó mucho. Significaba que yo también podía recurrir a Dios y experimentar este cuidado práctico. Quería decir que yo no estaba experimentando con una teoría que no había sido probada, sino demostrando una verdad comprobada: el lugar permanente que tiene el hombre en el cuidado de Dios. Sentí como que estaba caminando por una senda claramente marcada por esos testigos del amor de Dios.

Como habían hecho ellos, oré con confianza y acepté la armoniosa e ininterrumpida presencia de Dios, en lugar de la agresiva sensación de dolor. Declaré con firmeza que Dios es la única causa, y produce solo lo que es bueno, y jamás ocasiona daño o un accidente. Vislumbré que las opiniones humanas y los sentidos físicos no dicen la verdad ni son legisladores. A medida que el control inamovible de Dios se volvió cada vez más obvio para mí, el dolor en la mano se disipó y desapareció en minutos. Las marcas de la quemadura desaparecieron pocos días después.

Relaté esta curación en la reunión de testimonios de nuestra iglesia, y varias semanas más tarde un miembro me contó que cuando él un tiempo después se quemó la mano, se acordó de mi experiencia y lo ayudó a liberarse muy rápidamente. Por supuesto, cuando estamos tratando de sanar alguna situación no tenemos necesariamente que escuchar o leer curaciones del mismo desafío, pero puede fortalecernos.

Yo estoy muy agradecido a todos aquellos que con tanta generosidad comparten sus curaciones en la Ciencia Cristiana durante una reunión de testimonios de los miércoles o escriben un testimonio para las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Gracias, gracias, por ser testigos del cuidado tierno y a la vez poderoso de nuestro Padre. Es reconfortante saber que cualquiera sea la dificultad que estemos enfrentando, muchos otros similarmente la han superado al comprender el amor confiable de Dios que nos envuelve a todos.

Paso a paso llegamos a comprender que por ser la expresión de Dios, el hombre está en realidad consciente del Amor divino, reconoce y se regocija en todo lo que Dios está haciendo, y literalmente es un testigo de la bondad ininterrumpida de Dios.

Cada vez que reconocemos el bien presente que Dios brinda, experimentamos más de nuestra condición como hijos de Dios. A medida que nos dedicamos con devoción a adorar y a magnificar cada vez más la perfección de nuestro creador, algo verdaderamente maravilloso comienza a alborear dentro de nosotros. Vemos que el amor que Dios siente por nosotros no puede disminuir. Dejamos de pensar: “Este problema puede que sea irreal para Dios, pero es muy real para mí”. Más bien, empezamos a comprender que todo lo que es desconocido y falso para el Amor divino, debe ser desconocido y falso para sus hijos.

Paso a paso llegamos a comprender que por ser la expresión de Dios, el hombre está en realidad consciente del Amor divino, reconoce y se regocija en todo lo que Dios está haciendo, y literalmente es un testigo de la bondad ininterrumpida de Dios. Es una alegría descubrir que el hombre real nunca está inconsciente de la presente perfección de su Hacedor.

El profeta Isaías habla de nuestra naturaleza definida por Dios: “Vosotros sois mis testigos, dice el Señor, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí” (véase Isaías 43:10).

Un testigo no inicia ni crea nada, sino que ve un acontecimiento y puede con precisión dar fe de los hechos. En un testimonio de la Ciencia Cristiana, uno relata los hechos de un encuentro con la verdad salvadora de Dios. Él o ella habla acerca de lo que percibe de la omnipotencia de Dios y la consecuente falta de poder de un problema. Un testigo del Amor divino humildemente deja de lado la incertidumbre y puede decir: “Dios no puede hacer menos que gobernarme y proporcionarme todo lo necesario. Yo soy Su reflejo ‘inamovible’”.

Los detalles humanos de nuestro testimonio son menos útiles para los demás que la inspiración que produjo la curación. Por ejemplo, un miércoles por la noche en nuestra iglesia una mujer contó cómo había sanado de un resfriado. Fue un testimonio sencillo, pero ella dijo algo que me ha servido de guía muchas veces desde entonces. Ella explicó: “Abandoné el problema antes de que me dejara a mí”. Me encantó eso. Aunque algunos síntomas o aspectos de una dificultad parezcan persistir, podemos dejar de tenerles miedo o de dialogar con ellos, y centrar toda nuestra atención en la realidad de Dios y en el hecho de que la salud y la alegría que Dios otorga está presente ahora mismo. A medida que ella siguió con sus actividades, y “abandonó el problema”, todos los síntomas desaparecieron muy rápidamente.

Hasta el incidente más común en que el Cristo, la Verdad, nos bendice, es una señal de la capacidad y el derecho que tiene la humanidad de liberarse de otras fases del temor, el pesar y el dolor. Señala la gran realidad de que nada menos que Dios tiene el control del hombre. Cuando tenemos en cuenta el registro más grande de curación cristiana, a medida que discernimos la “tan grande nube de testigos” de la que habla el Nuevo Testamento (Hebreos 12:1), nos volvemos receptivos a la verdad de que nunca somos permanentemente, ni siquiera temporalmente, rehenes de la infelicidad o el sufrimiento. También percibimos que podemos orar y comprender que Dios, el bien, nos crea para que seamos libres.

He hallado profunda alegría, el valor que necesitaba y renovada inspiración mediante la lectura de los relatos de curación de las actuales publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, así como de los testimonios escritos por generaciones anteriores de Científicos Cristianos. Cuando damos un testimonio en la iglesia y luego compartimos nuestra alegría en las publicaciones periódicas, bendecimos a la gente alrededor del mundo, cumplimos con la expectativa de Mary Baker Eddy de que se registrara la Ciencia de la curación que ella descubrió, y obedecemos el mandato bíblico: “Díganlo los redimidos del Señor, los que ha redimido del poder del enemigo” (véase Salmos 107:2).

Es natural y correcto agradecer a Dios por los constantes obsequios que nos brinda.

Parecería que muchos de nosotros podemos dar buenas razones de por qué no somos dignos de ponernos de pie ante los demás y honrar a Dios. Tal vez pensemos que no tenemos la capacidad necesaria como escritor u orador. Quizás tengamos otros desafíos o temores que todavía no han sanado, por lo que nos sentimos incompetentes para dar un testimonio. Si ese criterio fuera lo único importante, nuestras reuniones de los miércoles y publicaciones periódicas de la iglesia, tendrían testimonios valiosos, aunque muy pocos. Lo que cuenta es que el corazón desborde de gratitud y sea testigo de su descubrimiento de la bondad divina al alcance de la mano. Porque amamos a los demás, porque queremos confirmar la intuición que tienen de que Dios está presente y brindando al hombre salud y dignidad, compartimos con generosidad la inspiración que Dios nos ha dado. La cálida luz de la gratitud que resplandece dentro de nosotros, necesariamente encuentra una forma honesta y apropiada de manifestarse a sí misma.

Ciertamente hay ocasiones cuando la sabiduría nos susurra que debemos guardar calladamente nuestras experiencias de curación en un lugar sagrado y secreto del corazón. No obstante, hasta esas silenciosas bendiciones encuentran la manera de salir y bendecir a otros. Pueden dar un impulso sagrado a nuestras oraciones, renovada convicción a nuestras palabras, fresca alegría a nuestro rostro. La curación y la gratitud que las mismas producen, no pueden ser reprimidas.

En lugar de afirmar nuestra inhabilidad o falta de mérito para ser testigos del poder salvador de Dios, en vez de creer que ser testigo es responsabilidad de otra persona más espiritualmente calificada, podríamos orar de esta forma: “Padre, úsame para glorificarte. Haz que sea un testigo eficaz de Tu amor. Capacítame para dar un informe preciso de Tu verdad sanadora”.

A medida que anhelamos servir a Dios y acercarnos más a Él, nos damos cuenta de que la gratitud no es opcional. De la misma manera que un niño pequeño aprende que es natural y correcto decir “gracias” a otros por su amabilidad, así nosotros estamos aprendiendo que es natural y correcto agradecer firmemente a Dios por los constantes obsequios que nos brinda.

Incluso cuando enfrentamos dificultades intimidantes, podemos adorar a Dios, acudir a Él con humilde gratitud, y ver cómo nuestra fortaleza y confianza son renovadas. En nuestras oraciones, no necesitamos esperar a que se manifieste el resultado esperado para expresar nuestro más profundo aprecio por la verdad de la unidad armoniosa que existe entre Dios y el hombre. En la Biblia leemos: “Compañías de impíos me han rodeado, mas no me he olvidado de tu ley. A medianoche me levanto para alabarte” (Salmos 119:61, 62).

Cuando permitimos que el Amor divino anime nuestra gratitud y nos use como sus testigos, a medida que compartimos nuestras curaciones presentes y pasadas los unos con los otros, algo inmenso se revela a la vista. Percibimos que todas estas evidencias del poder de Dios no son una casualidad, sino una evidencia innegable de que el poder sanador del amor de Dios está aquí y es accesible y continuo. Cuando vivimos con sincera gratitud, nuestra medianoche se transforma en amanecer.

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