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Curación: acercarse a Dios

Del número de febrero de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 8 de septiembre de 2014.


Orar para obtener curación puede ser una tarea alegre y llena de expectativa. No obstante, a veces puede parecer agobiante, incluso infundirnos temor, porque pensamos que tenemos que orar contra algo que nos amenaza. Y el miedo proviene de creer equivocadamente que la responsabilidad de destruir con éxito ese “algo” recae sobre nuestros hombros.

Sin embargo, este temor desaparece a medida que nos damos cuenta de que solo necesitamos apoyarnos en el amor de Dios, comprenderlo a Él mejor, y permitir que Su verdad y amor nos sane. Nunca se trata de hacer algo contra una enfermedad. Consiste, simplemente, en acercarnos más a Dios.

En nuestro deseo de liberarnos del sufrimiento, con frecuencia recurrimos a Dios de todo corazón, deseando comprender el cuidado supremo que el Amor divino nos brinda, y nuestra perfección en el Amor. Obtener esa comprensión entraña entrar en el aposento de la oración y cerrar la puerta, como Cristo Jesús les dijo a sus seguidores que hicieran. Una vez que la puerta está cerrada, “ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6).

Tras citar el importante consejo de Jesús, Mary Baker Eddy escribe: “El aposento simboliza el santuario del Espíritu, cuya puerta se cierra al sentido pecaminoso mas deja entrar la Verdad, la Vida y el Amor. … Para entrar en el corazón de la oración, la puerta de los sentidos que yerran tiene que estar cerrada. Los labios deben estar mudos y el materialismo silencioso, para que el hombre pueda tener audiencia con el Espíritu, el Principio divino, el Amor, que destruye todo error” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 15).

El propósito de entrar en el “aposento” de la oración es para percibir espiritualmente lo que no se comprende materialmente: la totalidad del Espíritu y nuestra armonía en el Espíritu. Si aceptamos que el Espíritu, Dios, creó al hombre a Su propia imagen, entonces también podemos ver que la materia no crea ninguna condición para nosotros, porque solo expresamos al Espíritu. No tenemos ninguna otra sustancia. El Alma infinita es la fuente de nuestra individualidad, y el Alma imparte continuamente salud perfecta, integridad perfecta. Estamos abrazados con seguridad en la Vida, bajo la custodia armoniosa del Amor divino.

En esta consciencia más espiritualizada, en este santuario del Espíritu, se vuelve más obvio el hecho de que no estamos orando contra alguna cosa, o condición. La realidad de la Vida solo incluye la Vida misma y su idea inmortal, el hombre. De modo que no hay enfermedad, no hay nada que pueda trastornar la armonía de la Vida. El Amor divino ha bendecido por siempre a su creación, y continúa bendiciéndonos. En esta inefable bendición, la enfermedad es desconocida, porque el Amor jamás crearía algo desemejante a su propia bondad.

A veces, mientras oramos, puede que nos sintamos impulsados a analizarnos más profundamente a nosotros mismos, cómo pensamos, en qué tenemos la tendencia de confiar, qué permitimos que se exprese en nuestro carácter, quizá incluso cómo vivimos. Estos recordatorios espirituales son evidencias del Cristo y el Espíritu Santo, la Verdad y la Ciencia divina, que nos hablan, que actúan en nuestro pensamiento, poniendo al descubierto errores que hay que eliminar, e instándonos a tener una devoción más elevada a Dios.

Acercarse a Dios, es la labor paciente y diaria de cincelar los pensamientos y peculiaridades materialistas, que oscurecen la presencia de Dios. También entraña el esfuerzo continuo de adoptar en nuestro carácter y forma de pensar las cualidades que expresan la bondad de Dios; estas cualidades semejantes al Cristo, ya nos pertenecen porque somos linaje de Dios, pero deben ser comprendidas y cultivadas.

Y también está la importante función de estudiar. El tiempo que se ocupa en profundizar nuestra comprensión de Dios mediante el estudio de la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, es una ayuda esencial para nuestro crecimiento espiritual. Estos libros, que presentan la Palabra de Dios y su explicación científica, nos hablan allí donde nos encontramos. Sin embargo, nos guían continuamente a profundizar nuestro estudio, porque siempre tenemos algo más que aprender.

La Sra. Eddy escribe de su experiencia al descubrir la Ciencia Cristiana, y sus palabras nos señalan a todos el camino para obtener una mejor curación: “Yo había aprendido que el pensamiento debe espiritualizarse a fin de comprender el Espíritu. Debe volverse honrado, desinteresado y puro, a fin de obtener la más mínima comprensión de Dios en la Ciencia divina. Lo primero debe ser lo postrero. Nuestra confianza en las cosas materiales debe transferirse a la percepción y confianza en las cosas espirituales. Para que el Espíritu sea supremo en la demostración, debe ser supremo en nuestros afectos y debemos ser revestidos con poder divino” (Retrospección e Introspección, pág. 28).

Nuestra travesía para acercarnos al Espíritu no es una carrera contra el tiempo, o una competencia para estar a la altura de otros. Es recurrir a Dios individualmente con paciencia y humildad, trabajando con Dios, y Dios trabajando en nosotros, cada día.

Puesto que la divinidad abraza a la humanidad mediante la presencia eterna del Cristo, el amor paternal de Dios viene a la carne —se evidencia humanamente al responder a nuestras necesidades dondequiera que nos encontremos, y guiándonos hacia adelante espiritualmente. Es el Amor divino mismo el que nos permite encontrar nuestra vida y salud en el Espíritu, y poner nuestra confianza totalmente en el lado de Dios.

David C. Kennedy

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