Cuando empecé a estudiar la Ciencia Cristiana, pensaba: “Bueno, yo la voy a pasar bien en este nivel humano inferior, total, cuando las cosas se compliquen y la situación se vuelva alarmante, puedo elevar mi consciencia espiritualmente, y desde allá arriba solucionar, suavizar o ajustar este nivel humano de aquí abajo”.
Sin embargo, esta forma de pensar no es Ciencia Cristiana. Lo que deja claro la Ciencia es que todo lo que está aquí, todo lo que realmente está sucediendo, es la realidad espiritual, y que la existencia no está dividida en “niveles”, uno allá arriba, y otro aquí abajo. Dios es Todo. Moisés lo escuchó como “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). Todo excluye cualquier otra cosa, y no existe nada que sea el opuesto de Todo.
Mary Baker Eddy nos recuerda: “Es bueno saber, querido lector, que nuestra historia material y mortal, no es sino el registro de los sueños, no de la existencia real del hombre, y los sueños no tienen lugar en la Ciencia del ser” (Retrospección e Introspección, pág. 21). Por lo tanto, como el sueño, la experiencia humana es un asunto estrictamente mental.
En una entrevista que publicó el Christian Science Sentinel el 19 de enero de 2004, el astrofísico y Científico Cristiano Laurance Doyle dijo que en los inicios de su carrera, al intentar mantenerse conectado con su naturaleza espiritual, aprendió que no era suficiente simplemente ver y estudiar las galaxias y los miles de millones de estrellas materiales. Para su crecimiento espiritual, le resultó mucho más importante “leer” el universo como una representación simbólica del Principio divino que lo respalda, ver que las galaxias y las estrellas son tan solo símbolos temporales que apuntan a la realidad espiritual. Entonces comenzó a “leerlos” de la misma forma que él o nosotros leemos una página de texto escrito, el cual físicamente es solo papel y tinta, o en una computadora, plástico y píxeles.
Empecé a comprender que mi pensamiento era mi experiencia.
Me encantó este enfoque porque se ajustaba a la forma en que la Ciencia Cristiana me había enseñado a “leer” todo el paisaje de mi experiencia humana, como una página de texto escrito. Al leer cualquier texto, que es simplemente una sucesión de letras-símbolos, lo que en realidad estamos experimentando es lo que hay detrás de eso, los pensamientos y las imágenes, que el texto simboliza, cualquiera sea su naturaleza.
Por ejemplo, cuando lees esta frase, no estás pensando en, o contemplando de manera consciente, el papel y la tinta o los píxeles de una computadora, que es lo que está físicamente delante de ti en forma de palabras-símbolos. Las palabras son tan solo numerosos jeroglíficos efímeros —tan efímeros como todos los elementos y sucesos de la experiencia humana— el “registro de los sueños” que describió la Sra. Eddy.
Si quemaras esta página, o la borraras de tu computadora, aún tendrías los pensamientos o las imágenes mentales que obtuviste de ella. Estás experimentando los conceptos mentales, no papel o píxeles. De manera similar, la realidad espiritual, presente aquí y ahora, es lo que yace detrás de los símbolos humanos temporales que vemos y oímos a nuestro alrededor. Y dependiendo de “…si es la mente humana o la Mente divina la que lo está influenciando a uno” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 83), los conceptos mentales que mantenemos en el pensamiento —ya sean, humanos o divinos— serán los que pulsarán las “páginas” de nuestras vidas y determinarán la naturaleza de nuestra simbólica experiencia humana.
Es como la aguja que indica la velocidad en un velocímetro. La aguja a 96 km por hora no es la velocidad en sí. De manera similar, las condiciones humanas armoniosas, derivadas de la oración, indican la presencia de Dios, pero no son en sí mismas, la presencia de Dios. Dios es mucho más que “buenas condiciones humanas”, o la “mezcla de lo bueno y lo malo” que parece caracterizar la experiencia humana. Tal vez fue por esta razón que Jesús aconsejó a sus discípulos “no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20). Lo que escucho en las instrucciones del Maestro es: “Asegúrate de que estás regocijándote en lo que es verdad. Sé agradecido por el efecto sanador, pero por más bueno que sea el efecto sanador, no lo confundas con lo que es real, o como la causa de algo, incluso tu alegría, salud o éxito. Dios es la única Causa, la única cosa ‘real’ ”.
Comencé a comprender este último punto cuando descubrí la Ciencia Cristiana en mi adolescencia, viviendo en el seno de una familia que no era particularmente religiosa, y donde había un divorcio, y abundaban las discordias y la ira. Mi madre estaba bajo mucho estrés, y yo francamente, solía ser demasiado ingenuo como para darme cuenta de cuán difíciles eran las cosas para ella. Las discusiones entre nosotros podían volverse acaloradas. De hecho, una noche, ella me pidió que me fuera de casa. Terminé de pie en una esquina de Manhattan, preguntándole a Dios qué necesitaba saber para sanar la situación, y francamente, encontrar un lugar donde dormir. Lo que escuché fue: “Tu madre es tu hermana espiritual... ustedes dos son Mis hijos”. Eso fue todo. Y era todo lo que yo necesitaba saber —y lo que es más importante aún— era lo que necesitaba sentir. De repente, me embargó un amor muy grande por mi madre como nunca antes había sentido. Mi temor y resentimiento se disolvieron. Me sentí en paz, y los “símbolos” de esa importante página de mi vida, mi relación con mi madre, comenzaron a cambiar a partir de ese momento. Volví a casa, mi madre abrió la puerta, y ella también, estaba completamente en paz.
El pensamiento determinaba la “lectura” o manifestación externa de mi vida.
Fue un cambio asombroso, y un punto decisivo para los dos. Y lo que es más importante, fue el comienzo de una relación cada vez más afectuosa y armoniosa. Mi madre se convirtió en una verdadera amiga para mí, y de ahí en adelante me apoyó completamente, no solo en mi decisión profesional de entrar en el teatro, lo que podría haber parecido bastante arriesgado para algunos padres, sino en mi decisión de abrazar por completo la Ciencia Cristiana. Empecé a comprender que mi pensamiento era mi experiencia. El pensamiento determinaba la “lectura” o manifestación externa de mi vida. Percibí que tanto mi madre como yo éramos hijos de Dios, por lo que nuestra relación espiritual era la única cosa “real” en nuestras vidas. Y el efecto de ver y aceptar esto fue que la relación humana simbólica se ajustó a la realidad espiritual.
A medida que empezamos a captar la naturaleza totalmente mental y subjetiva de nuestra experiencia humana —el “registro de los sueños”— descubrimos que tenemos una visión cada vez más sanadora y eficaz del paisaje simbólico, es decir, las personas, circunstancias, acciones y sucesos que parecen poblarla, y de la forma en que los enfrentamos y tratamos con ellos todos los días.
En el documental, GLASS, un retrato de Philip, el director Scott Hicks le preguntó al reconocido compositor estadounidense Philip Glass cómo hacía para componer música. A lo que este respondió: “Yo no la compongo. Yo escucho y escribo lo que oigo”. ¿Qué estamos escribiendo en las páginas de nuestra vida? Si estamos escuchando a Dios, será cada vez más lo que oímos de Su Palabra, Su música, y nuestra vida estará cada vez más llena de Sus armonías, Su fortaleza, gentileza y alegría. Gradualmente descubriremos que nos concentramos y dependemos cada vez menos de los símbolos humanos, y que estamos cada vez más centrados y seguros en la realidad espiritual presente, “hasta que”, como dice la Sra. Eddy, “el pensamiento ilimitado se adelanta extasiado, y a la concepción sin confines le son
dadas alas para alcanzar la gloria divina” (véase Ciencia y Salud, pág. 323).