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La Verdad hace al hombre libre

Del número de febrero de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


La Ciencia Cristiana me ha demostrado que es sumamente importante aprender a orar. La oración no consiste en repetir palabras, sino en sinceras afirmaciones de la verdad acerca de Dios y el hombre. Cristo Jesús dijo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Él señaló que somos verdaderamente sus discípulos si aprendemos a aplicar esta verdad.  

Verdad es uno de los siete sinónimos de Dios que Mary Baker Eddy recogió de su estudio de la Biblia y que compartió en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Ella escribe que Dios es Mente, Espíritu, Alma, Principio, Vida, Verdad y Amor; que Él es incorpóreo, divino, supremo e infinito (véase pág. 465). 

Siempre es útil reflexionar sobre estos sinónimos. He llegado a comprender que si Dios es Espíritu y es Mente, infinitamente perfecto, Su derivado o imagen tiene que ser una idea o pensamiento espiritual. Por lo tanto, la verdadera esencia o identidad del hombre, tiene que ser, por lógica, espiritual y perfecta, e incluir por reflejo todo lo que es y pertenece a Dios. El hombre único y verdadero, así comprendido, es el reflejo de Dios y expresa Su naturaleza divina (véase Ciencia y Salud, pág. 475). La Biblia enseña que es fundamental conocer a Dios. En Jeremías leemos: “Les daré corazón para que me conozcan que yo soy el Señor; y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios; porque se volverán a mí de todo su corazón” (véase 24:7). He comprendido que para aprender quién soy yo, debo aprender quién es Dios. 

La Sra. Eddy escribe: “El hombre es la idea, la imagen, del Amor; no es el físico. Es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas; … la consciente identidad del ser como se encuentra en la Ciencia, en la cual el hombre es el reflejo de Dios, o la Mente, y por tanto, es eterno” (Ciencia y Salud, pág. 475).

Tan pronto comencé a estudiar la Ciencia Cristiana, mi pensamiento empezó a cambiar, y mejoró la comprensión espiritual que tenía de mí misma y de lo que me rodeaba. Así fue que, sin darme cuenta, fui sanada de várices, de alergias muy constantes, así como también de los fuertes dolores que con frecuencia tenía en el corazón. Estas curaciones tuvieron lugar hace más de 35 años.

He comprendido que para aprender quién soy yo, debo aprender quién es Dios.

He aprendido que la enfermedad, el pecado y cualquier otro problema, no vienen de afuera, sino que son el producto de nuestra propia manera de pensar equivocada. Es básicamente la ignorancia de la Verdad. Todo problema físico es una sugestión mental agresiva, un concepto materialista inculcado por la errada educación y la creencia de que el hombre es un ser humano cuya vida a veces va bien y otras no, y que Dios es una entidad completamente separada.

Comprender que Dios es nuestra Vida y que somos Sus hijos nos ayuda a corregir las falsas formas de pensar y vivir, y nos libera del temor. Y como resultado la curación se produce de manera natural. 

Este método de curación no solo sana el cuerpo físico, sino que también nos regenera a nivel mental y moral, porque básicamente lo único que necesitamos cambiar son los falsos conceptos que tenemos acerca de Dios y el hombre a Su imagen. 

Yo siempre había tenido el deseo de trabajar para Dios. No sabía de qué manera, pero Le pedía que me empleara. Necesitaba sentir que mi vida tenía un propósito. Pensaba que esto consistía en ser una buena cristiana, es decir, en servir a los demás, y la Ciencia Cristiana me permitió hacer exactamente eso. Así que comencé a orar por quienes me pedían ayuda, y comprobé que mis oraciones tenían un efecto inmediato. Me di cuenta de que la humanidad necesitaba conocer la Ciencia Cristiana. Siete años después, decidí dedicarme por completo a esta práctica de curación, y solicité anunciarme como practicista de la Ciencia Cristiana. 

Muy pronto aprendí que, al dar tratamiento al paciente, el tratamiento tiene lugar en el propio pensamiento del practicista. La Sra. Eddy escribe que Cristo Jesús veía al hombre perfecto, sano, creado a semejanza de su creador. Veía al hombre en la Ciencia; veía al hijo de Dios, a Su imagen. Al ver al hombre de esta manera correcta, es decir, espiritualmente, sanaba a los enfermos instantáneamente (véase Ciencia y Salud, pág. 476-477). 

Este método de curación no solo sana el cuerpo físico, sino que también nos regenera a nivel mental y moral.

Mucha gente se acercaba a Jesús con desafíos de cualquier índole, pero él nunca reconocía el problema humano, ya fuera enfermedad, pecado, escasez. Jesús veía al hombre real, sano y perfecto. De otro modo, no hubiera podido hacer las obras de curación que realizó. Este es el trabajo que todo practicista de la Ciencia Cristiana tiene que hacer.

Cada tratamiento diario debe traer nueva inspiración y comprensión, puesto que, aunque todavía no se haya concretado totalmente la curación, va eliminando los falsos conceptos que puedan estar ocultos en el pensamiento. Quizá necesito comprender más claramente en mi propia consciencia el concepto de Dios y del hombre, puesto que nunca se trata de cambiar la materia, sino de corregir el pensamiento y ver al hombre perfecto. Este conocimiento ilumina mi consciencia y la consciencia del paciente, y nos ayuda a liberarnos del temor. Me da la certeza de que él o ella ya es perfecto, y esta comprensión produce la curación que se necesita. 

Dios lo creó todo bueno, muy bueno, como leemos en el primer capítulo del Génesis, de modo que todo ya es sano y armonioso, y esa es la verdadera base científica de esta creación, del universo, incluso el hombre. 

La Verdad ciertamente hace al hombre libre.

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