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No quedaron cicatrices

Del número de febrero de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


En 2009, una semana antes de Navidad, estaba de visita en la casa de un amigo, cuando decidimos hacer una cobertura para un pastel que su mamá había preparado. Sugerí que hiciéramos dulce de leche. Yo tengo una receta rápida y deliciosa de Brasil. Todo lo que teníamos que hacer era hervir una lata de leche condensada en una olla a presión por un rato, y luego dejar que la lata se enfriara antes de abrirla. Cuando terminó el tiempo de cocción, puse la lata de leche condensada en la nevera para que se enfriara más rápido. 

Sin embargo, en medio de la charla y las risas, saqué la lata de la nevera para ver si se había enfriado lo suficiente y, sin pensar mucho en ello, abrí la lata antes de tiempo. La leche condensada caliente me salpicó toda la cara.

Inmediatamente pensé en Dios y en Su cuidado por todos Sus hijos. Me lavé la cara con agua y salí afuera, al patio de la casa. Mi amigo estaba muy asustado y ofreció llevarme a una farmacia para que pudiera conseguir alguna medicina, pero le pedí que simplemente me llevara a mi casa. 

Cuando llegué a casa, le pedí a mi mamá que me diera un tratamiento en la Ciencia Cristiana. Entonces, me abrigué bien, tomé mi celular y le dije a mi mamá y a mi esposo que salía a dar un paseo.

Como hijos de Dios, todos somos la expresión misma de Dios, el Alma divina, la fuente de la verdadera belleza.

Caminé hacia la playa y vi un hermoso atardecer. Allí, ante tanta belleza natural, este pensamiento vino a mi mente: “La única belleza que podemos tener viene de adentro y nada puede afectarla”. La belleza viene de adentro, lo que significa que es una parte integral de mi verdadera naturaleza. Puesto que Dios es Espíritu, la verdadera naturaleza de todos los hijos de Dios, incluyéndome a mí, es espiritual. Por ser hijos de Dios, todos somos la expresión misma de Dios, la fuente de la verdadera belleza. Por lo tanto, esta belleza es espiritual y ningún accidente puede afectarla ni privarnos de ella. Después de considerar estas ideas por un rato, me sentí rodeada por la protección de Dios. Yo sabía que lo que estaba sintiendo reflejaba mi comprensión de la atención omnipotente y omnipresente que Dios brinda a todos Sus hijos.

Comencé a leer, en mi teléfono celular, pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y este en particular, me llamó la atención: “A medida que lo físico y material, el sentido transitorio de belleza, se desvanece, el resplandor del Espíritu debiera alborear sobre el ánimo extasiado con glorias luminosas e imperecederas” (pág. 246). Mientras oraba, dejé de lado la creencia de que la belleza es material y transitoria, y me sentí confiada de que Dios tenía el control y que esta sería una maravillosa oportunidad de demostrarme, a mí misma y a mis amigos  –quienes estaban muy preocupados por mí– que la oración en la Ciencia Cristiana es eficaz para sanar cualquier condición o situación inarmónica. 

Me sentí reconfortada y en paz, y cuando llegué a casa, me sentí mucho más cómoda. Después de hablar un buen rato acerca de los ejemplos y las lecciones de Cristo Jesús, con mi marido y mi madre, me fui a la cama.

No obstante, unos días después la gente se preocupó mucho por mi apariencia, por temor a que las quemaduras me dejaran una cicatriz terrible. Pero yo les aseguré que todo estaba bien y que estaba segura de que no me quedaría ninguna cicatriz.

También mi hermana, que vive en Australia, me vio a través de Skype tres días después del incidente con la lata de leche condensada, y se preocupó mucho por las cicatrices que me quedarían. Le dije que no se preocupara porque lo que presentaban los sentidos físicos era temporal y se desvanecería en su propia irrealidad. Luego compartí con ella las ideas con las que había estado orando, acerca de ser la expresión misma de la belleza perenne de Dios. 

Dos días más tarde, era Nochebuena y mi hermana me vio otra vez a través de Skype y no podía creer lo que estaba viendo. Las costras se habían caído y mi piel estaba completamente sana, sin cicatrices, y sigue siendo así.

Fue una curación completa y permanente, que ocurrió sin el uso de ningún antiséptico o medicamento. Esta experiencia fue una prueba de la eficacia de la curación en la Ciencia Cristiana. Fue muy agradable poder compartir con mis amigos el hecho de que al confiar en la supremacía de Dios, podemos superar cualquier tipo de discordia.

Alice Batista, Elsah, Illinois

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