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Ha llegado la hora de perdonar

Del número de noviembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante Muchos Años viví Irlanda del Norte, en medio de la violencia, sobre un pequeño tramo de la ruta situada entre las dos facciones de nuestra dividida comunidad. Además de la violencia que imperaba, en mi hogar también había mucha violencia y yo era lo que se denomina una esposa golpeada.

Yo era una estudiante sincera de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) y había estado orando durante muchos años para poder hacer frente a esos desafíos. Pude lograr cierto grado de progreso en mi propia situación, pero parecía que nunca iba a poder superarlas del todo. Continué orando, esperando que Dios me señalara lo que debía cambiar en mi manera de pensar. Mi único deseo o motivo real para hacerlo era descubrir por mí misma, cómo era verdaderamente Dios.

Aunque llegué a ser practicista de la Ciencia Cristiana, (es decir, alguien que ayuda a otras personas por medio de la oración), no me había dado cuenta de que mi manera de pensar se iba llenando de amargura, de dureza y — debo decirlo — de una tenaz resistencia a perdonar.

Esa falta de capacidad para perdonar es hoy en día uno de los mayores problemas de nuestro mundo, pues podría decirse que son muy pocas las personas que no se sienten heridas por algo que le hicieron en el pasado. Así fue como este problema fue creciendo hasta convertirse en "un gran dragón rojo", la creencia que existe en el mundo de que hay cosas o algunas personas a las que no se puede perdonar.

Pero una noche aprendí una lección muy importante. En la prisión de Maze, en las afueras de Belfast, se estaba llevando a cabo en esos momentos, una huelga de hambre y lo que se llamaba, la protesta "sucia". Los terroristas del IRA no estaban conformes con el trato que recibían en la prisión, por cuyo motivo causaron destrozos en sus propias celdas, se negaron a comer y destruyeron paredes. Estos hechos fueron titulares de las noticias mundiales y aparecían diariamente en la televisión y en los diarios. Escuchábamos hablar de eso, no solamente durante las transmisiones de nuestra radio local sino también en las conversaciones que había a nuestro alrededor en nuestras ocupaciones habituales.

Dos de los presos que participaban en huelga de hambre ya habían muerto y una noche, siendo ya bastante tarde, al ir a acostarme, escuché el informativo radial donde se comentaba que un tercer participante de la huelga de hambre podría sobrevivir sólo unos pocos días más. Recuerdo que me invadió una furia tremenda y pensé: "Y eso ¿qué importa? Es mejor que se muera. Será uno menos de quien tendremos que preocuparnos, porque si sigue viviendo y permaneciendo en la prisión, saldrá de allí con mayor amargura, con más odio que antes, y el peligro será mayor para nuestra sociedad". Fue así como justifiqué la ira que me había invadido, al recordar las terribles atrocidades cometidas por los presos, y estaba segura de que en nuestra comunidad todos sentían lo mismo que yo.

Pero cuando se está al servicio de Dios, El nunca permite que uno haga algo que no es correcto. Sucedió que ese hombre no murió, y gradualmente la huelga de hambre terminó. Pasaron varios meses en cuyo ínterin sucedieron muchas otras tragedias, hasta que un domingo por la mañana, nuestra radio local transmitió un programa religioso, en el que invitaron a un grupo de hombres que habían conocido el cristianismo mientras estaban en prisión, para hacerles un reportaje. Habían sido terroristas militantes de ambos bandos de la comunidad y relataron los orígenes del grupo que ellos mismos habían formado y que se denominaba "Soldados de la Cruz". Deseaban reparar el daño que habían causado y en ese momento estaban trabajando juntos haciendo cosas útiles para nuestra comunidad.

Yo conocía personalmente a dos de ellos y estaba muy interesada en el programa pero no estaba preparada para escuchar lo que luego iba a ocurrir. Se invitó a uno de los participantes a relatar su historia, y resultó ser el joven que había estado a punto de morir.

Dijo que después de cincuenta y dos días de ayuno, había perdido la visión y las autoridades de la prisión le informaron que le quedaban muy pocos días de vida. Trajeron a la prisión a su madre para que lo visitara y a un sacerdote para que la administrara los ritos de la Iglesia Católica Romana. Mientras el sacerdote rezaba pidiendo a Dios el perdón por sus pecados, el joven escuchó que su madre estaba llorando, y de pronto ella le dijo: "No voy a permitir que continúes haciendo algo tan terrible, para añadirlo a tus otros pecados. Sé que has hecho muchísimas cosas malas, pero estoy segura de que también debe haber algo bueno en ti. Así que voy a presentarme ante las autoridades de la prisión para solicitarles que te impidan continuar con la huelga de hambre, y no me importa lo que el IRA pueda hacerme. Soy una anciana; ya he vivido mi vida, pero en la tuya todavía debe haber algo por lo cual valga la pena vivir".

Al escuchar estas palabras, el joven se dio cuenta de que ella podía poner en grave peligro tanto la vida de ella misma como la del resto de la familia, y entonces le dijo: "No, mamá, no lo hagas. Yo mismo lo haré. Llama a los guardias de la prisión".

Lo llevaron a un hospital y se recuperó. Recobró la vista y comenzó a aumentar de peso. Luego, lo volvieron a conducir a la celda, que había sido fumigada, la habían vuelto a pintar y habían puesto otros muebles. La primera noche que pasó en su celda después de su regreso — continuó diciendo — se bañó, se puso un pijama nuevo, y al ver que todo a su alrededor estaba tan limpio y tan nuevo, de pronto se sintió lleno de gratitud, simplemente por estar vivo. Cayó de rodillas sobre el piso de su celda y oró para que Dios le perdonara las cosas tan terribles que había hecho y lo ayudara a encauzar su vida, de modo de poder ayudar a otros.

Buscó su Biblia en el cajón de su ropero y la abrió en Mateo, capítulo 5, versículo 44, donde Cristo Jesús enseña: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen". Entonces se preguntó a sí mismo: "¿Es eso lo que he estado haciendo?" Y la respuesta fue negativa. Su celda estaba ubicada en el sector que reunía a los republicanos y había otro sector cerca que alojaba a los leales al gobierno. El joven, dijo que todas las mañanas, cuando abrían las puertas de las celdas, su deseo era poder tener un arma para acabar con los presos leales. Pero ahora al verlos sintió de repente que los amaba y se dijo a sí mismo: "Estos son mis hermanos, mis compatriotas, y tenemos más cosas que nos unen, que las tonterías que nos dividen. Nuestro punto en común es que todos somos los hijos de Dios".

Ese mismo día se esforzó por hablar con ellos, y así fue como se convirtió en miembro del grupo Soldados de la Cruz que estaba haciendo tantas coasa buenas.

Mientras relataba su historia, el joven lloraba. A veces sollozaba de tal manera que apenas podía yo escuchar lo que decía, y no me da vergüenza admitir que yo lloraba a la par de él y le rogaba a Dios que perdonara la dureza de mi corazón y mi falta de misericordia y de perdón. Me di cuenta repentinamente de que mientras yo, y otros miles de personas al igual que yo, lo estábamos condenando a muerte, en las tinieblas más oscuras había una mujer solitaria, orando por su hijo.

Comprendí el poder y la pureza que encierra el amor de una madre, — un amor que logra ver algo bueno en su hijo, a pesar de que nadie más ni siquiera lo puede vislumbrar —; un amor dispuesto a sacrificar su vida por la de él. Recuerdo las palabras que yo incluí en mi oración: "Dios amado, enséñame a sentir el verdadero amor, porque el que yo siento es demasiado limitado. Mi amor afirma: ‘Te amaré si eres bueno, o, si aceptas hacer lo que yo pienso que es bueno, entonces estaré dispuesta a amarte' ". Comprendí que eso no es amor: es amor propio y es una especie de odio hacia la otra persona.

No tuve que esperar mucho por la respuesta, pues al término del programa, se le pidió a un pastor protestante que hiciera un resumen de la charla, y él leyó de Oseas capítulos 2 y 3. Oseas 2:19. Oseas era un gran profeta, elegido por Dios para predicar y profetizar a sus compatriotas. Se lo tenía en alta estima pero estaba casado con una mujer que era prostituta. Finalmente, echó a su mujer de su casa. Pero Dios le estaba enseñando a Oseas que El era un Dios de misericordia y de amor, y que las cosas que estaban sucediendo en el matrimonio de Oseas eran exactamente las mismas que estaban ocurriendo en su país. Del mismo modo en que su esposa lo había traicionado y abandonado y había deshonrado su nombre, la gente del país estaba pecando. Habían rechazado a Dios y se resistían a escuchar Su voz, pero Dios quería que ellos supieran que El era un Dios misericordioso, dispuesto a perdonar. Y como indicio de esto, Dios le dijo a Oseas que fuese a buscar a su mujer y la trajera de vuelta. Oseas así lo hizo y la volvió a comprar por quince piezas de plata, varios puñados de cebada y una promesa que decía: "Y te desposaré conmigo para siempre".

Este es un ejemplo de la manera en que el amor y el perdón de Dios abren el camino para la regeneración. ¿Acaso no es esto lo que había hecho el amor de esa madre por el joven terrorista? Primero, llegó el perdón y luego la redención. Yo pensé que había sido al revés. ¡Qué lección fue todo esto para mí! A partir de ese día y durante años me dediqué a estudiar para descubrir por mí misma cómo era ese amor, hasta que un día percibí que la habilidad de amar de esa manera sólo se puede manifestar cuando existe en nuestro corazón un perdón verdadero e incondicional. Aunque digamos con mucha soltura: "Sí, yo perdono", si continuamos alimentando las heridas o hablando de lo que nos sucedió en el pasado, aún no hemos perdonado.

Esta comprensión me ayudó en gran manera a amar de verdad al hombre que nos hizo daño a mí y a mis hijos. Comencé a amarlo con un amor que no era de este mundo. El no estaba preparado para cambiar, pero lo que yo estaba aprendiendo acerca de cómo reflejar el amor de Dios, hizo maravillas para mí. Y aunque mi esposo y yo con el tiempo nos divorciamos, pude mantenerme en contacto con él y ocuparme de él durante años hasta que falleció.

Esta lección acerca del amor fue la bendición más grandiosa que recibí en mi vida, porque me ayudó a perdonar a todo aquel que yo pensaba que me había tratado mal. También me ayudó a perdonarme a mí misma.

Nuestro amado Maestro, Cristo Jesús, nos enseñó el camino con su ejemplo al perdonar los pecados de tanta gente, incluso a aquellos de sus discípulos que lo traicionaron, lo negaron y lo abandonaron cuando él más los necesitaba.

En Mateo, capítulo 5, es interesante notar que los versículos que vienen a continuación del que ya mencioné, nos dicen porqué debemos amar a nuestros enemigos. Jesús dijo que era "para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?" Y el capítulo termina con el versículo que dice: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Mateo 5:45, 46, 48.

Ser perfecto significa sin duda que la dureza del corazón, la condenación o la sensación de haber sido lastimado, no pueden permanecer en nosotros. Lo único que debe cambiar es nuestra manera de pensar. No somos responsables de los pensamientos de los demás. Pero si los perdonamos y separamos de nuestro concepto acerca de ellos cualquier sentido de pecado o de pecador, estamos reconociendo la genuina identidad espiritual de la persona y esto ayuda a traer curación.

Puede ser útil tener presente que según un diccionario, parte de una acepción de la palabra condenar es "declarar incurable". Creer que una persona es incurable es creer que existe alguna condición o persona fuera de la ayuda de Dios. ¿Pero la Biblia no dice acaso que "para Dios todo es posible"? Mateo 19:26.

A veces podemos creer que si no vemos un cambio inmediato en la otra persona, es imposible que se produzca el cambio. Pero olvidamos que la vida es eterna y que el Amor divino tiene infinita paciencia e infinito poder para transformar.

Tenemos que ver a través del pecado y saber que la verdad espiritual que es verdadera para nosotros, es también verdadera para todos los demás. ¡Realmente para todos! No hay excepciones. Pero esta clase de perdón no significa que el pecado no sea castigado. No existe la falta de justicia, pues "todo lo que el hombre sembrare, eso también segará". Gál. 6:7. Pero cuando perdonamos de verdad, estamos ayudando a abrir la puerta a la libertad para los demás mientras que demuestran la regeneración que es necesaria para que el pecado sea perdonado.

Cuando se nos hiere, podemos llegar a sentir que tenemos un enemigo. Pero la Sra. Eddy aconseja: "Simplemente considera como tu enemigo todo cuanto profane, desfigure y destrone la imagen del Cristo que tú debes reflejar. Todo aquello que purifica, santifica y consagra la vida humana, no es un enemigo, por mucho que se sufra en el proceso".Escritos Misceláneos, pág. 8.

Ese hombre del IRA, a quien yo supuse un verdadero enemigo, me enseñó la lección más importante de mi vida. Y lo mismo ocurrió con mi ex marido. Las respuestas que necesitaba las fui encontrando a medida que acudía a Dios con mayor frecuencia, hasta que finalmente aprendí a depender de El solamente. Esto me dio una libertad que nunca antes había conocido, un sentido de absoluta plenitud y totalidad. Y me brindó tantas pruebas palpables del amoroso cuidado de Dios, que nunca pude volver a dudar de El. Aprendí que el perdón no es debilidad humana. Se requiere mayor fortaleza para perdonar y amar que para odiar y pelear.

Sólo el Amor divino puede sanar este mundo. Las represalias y todas las bombas y misiles que se acumulan en los arsenales de todo el mundo, nunca pueden sanar. Tampoco pueden lograrlo todos los argumentos y razonamientos humanos que parten de una base mortal y material. Una vez leí en alguna parte que el perdón es como el perfume de las flores. Aunque alguien camine sobre una flor, se llevará su dulce fragancia en los zapatos. Por más que hayamos sido maltratados o que se hayan cometido abusos contra nosotros, el perdón tendrá sin ninguna duda, un efecto sanador.

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