Hace varios años, tuve una experiencia que me ayudó a comprender mejor que Dios nos ha dado a todos libertad interior. Esta libertad incluye nuestra habilidad para elegir los pensamientos correctos y las acciones correctas, las cuales a su vez abren puertas que parecían cerradas.
Esta comprensión me sirvió de guía en 2009, cuando enfrenté algunas dificultades para obtener una visa para viajar a Francia. Cuando fui al consulado a obtenerla, la empleada que me atendió buscó en vano mi pasaporte. Ella estaba muy sorprendida, pero continuó buscando y encontró cinco pasaportes en una caja pequeña. Uno de ellos era el mío. Me lo entregó diciendo: “Visa denegada”. Le pregunté por qué me la habían negado, pero ella me respondió que el consulado no tiene por qué dar explicaciones cuando deniega una visa.
Me sentí muy decepcionado, pero de camino a casa, pensé: “No, ¡yo no tengo por qué aceptar esto! Dios tiene una sola creación, donde todos somos una sola familia. Él no creó Togo y Francia como dos entidades separadas, donde hay quienes no pueden viajar de un lado al otro. Dios nos creó libres”. En casa me aferré a estos pensamientos. Sin embargo, empecé a sentir un poco de resentimiento en contra del cónsul, a quien yo consideraba responsable de haberme negado la visa. Fue entonces cuando recordé lo que dice Mary Baker Eddy en el Manual de la Iglesia: “Ni la animadversión ni el mero afecto personal deben impulsar los móviles o actos de los miembros de La Iglesia Madre”. Más adelante agrega: “Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (pág. 40).
Dios nos ha dado a todos libertad interior.
Esta última frase me inspiró a pensar de la siguiente manera: “Yo tengo la habilidad de vigilar y orar para aceptar sólo pensamientos buenos. Dios guía todo lo que hacemos y no nos permite alejarnos ni para la izquierda ni para la derecha. Dios nos mantiene en el camino correcto”. Entonces llamé a los amigos que me iban a recibir en Francia, y les informé que mi visa había sido denegada. Pero también les dije que no se preocuparan porque tenía la seguridad de que el problema se resolvería mediante la oración. Luego, continué orando con pensamientos fortalecedores.
Tres días después, me llamaron del consulado para decirme que fuera a buscar mi visa. En el consulado fui recibido por el cónsul mismo. Me dijo que me darían la visa si las personas que me recibirían en Francia enviaban algunos documentos. Yo mantenía en mi pensamiento que vivía en la casa de mi Padre, y que no podía ser apartado del bien. Así que llamé de inmediato a mis amigos en Francia, quienes enviaron rápidamente los documentos que solicitaban. Cuatro días después, me llamaron nuevamente del consulado para obtener mi visa. Sin embargo, tenía que pagar 60 Euros de costos administrativos, y como el precio de mi vuelo a Francia había aumentado, me pidieron que obtuviera un nuevo boleto de avión. Yo no me asusté ni me sentí molesto. Mantuve en mi pensamiento que nada podía detener el desenvolvimiento del bien. Fui a ver a un amigo quien no dudó en prestarme el dinero que necesitaba (que posteriormente le devolví). Pocos días después, salí rumbo a Francia, y realicé todas las actividades que había planeado. ¡Yo estaba muy feliz y mis amigos también!
Esta experiencia me ha enseñado que tenemos el derecho de aceptar lo que es correcto, y rechazar lo que está mal. Dios nos ha dado la habilidad de vigilar nuestros pensamientos y reclamar nuestro derecho a la libertad. Estoy agradecido a la Ciencia Cristiana.
Afanou Sylvain Sossoe, Lomé
