Todos queremos sentirnos seguros, donde sea que estemos. Las medidas de seguridad humanas, por mucho que se necesiten, no pueden garantizar la seguridad. Pero muchos han encontrado seguridad por medio de su entendimiento de la guía y el cuidado siempre presentes de Dios.
Cuando mis hermanas y yo estábamos creciendo, nuestra madre oraba diariamente por nosotros, como ella había aprendido a hacer por medio de su estudio de la Ciencia Cristiana. En una ocasión, cuando yo estaba en el bachillerato, ella tuvo la clara intuición de que debía orar específicamente por mi bienestar. Sucedió que ese día almorcé en casa en lugar de en la cafetería de la escuela. Al regresar a clase después del almuerzo, descubrí que, aparentemente por apenas unos minutos, había evitado estar envuelto en medio de una revuelta estudiantil, la cual había comenzado en la puerta de entrada que yo siempre utilizaba y había terminado en la cafetería. Mi madre estuvo muy agradecida por haber escuchado esa intuición y la experiencia me impresionó profundamente.
En un sentido muy verdadero, nuestra seguridad tiene que ver con el lugar donde moramos. Pero esta morada segura no es un lugar en particular. No es un vecindario, un país, un refugio en las montañas o un recinto fortificado. Nuestra morada segura es lo que la Biblia llama “el lugar secreto del Altísimo”. El Salmo dice: “El que habita en el lugar secreto del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo del Señor: Él es mi refugio y mi fortaleza: mi Dios, en quien confiaré” (Salmos 91:1, 2, según la versión King James).
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