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Artículo de portada

Morar seguros

Del número de junio de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 15 de diciembre de 2014.


Todos queremos sentirnos seguros, donde sea que estemos. Las medidas de seguridad humanas, por mucho que se necesiten, no pueden garantizar la seguridad. Pero muchos han encontrado seguridad por medio de su entendimiento de la guía y el cuidado siempre presentes de Dios.

Cuando mis hermanas y yo estábamos creciendo, nuestra madre oraba diariamente por nosotros, como ella había aprendido a hacer por medio de su estudio de la Ciencia Cristiana. En una ocasión, cuando yo estaba en el bachillerato, ella tuvo la clara intuición de que debía orar específicamente por mi bienestar. Sucedió que ese día almorcé en casa en lugar de en la cafetería de la escuela. Al regresar a clase después del almuerzo, descubrí que, aparentemente por apenas unos minutos, había evitado estar envuelto en medio de una revuelta estudiantil, la cual había comenzado en la puerta de entrada que yo siempre utilizaba y había terminado en la cafetería. Mi madre estuvo muy agradecida por haber escuchado esa intuición y la experiencia me impresionó profundamente.

En un sentido muy verdadero, nuestra seguridad tiene que ver con el lugar donde moramos. Pero esta morada segura no es un lugar en particular. No es un vecindario, un país, un refugio en las montañas o un recinto fortificado. Nuestra morada segura es lo que la Biblia llama “el lugar secreto del Altísimo”. El Salmo dice: “El que habita en el lugar secreto del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo del Señor: Él es mi refugio y mi fortaleza: mi Dios, en quien confiaré” (Salmos 91:1, 2, según la versión King James).

Esta morada, este “lugar secreto”, es la consciencia de nuestra unidad con el Amor divino. Es secreto, sólo porque los sentidos físicos no lo conocen. Sin embargo, es totalmente conocido para todos aquellos que se vuelven a Dios en oración y se apoyan en Él con la confianza de un niño y con comprensión espiritual, algo que todos tenemos la oportunidad de hacer.

La oración nos permite apartarnos de la firme convicción del sentido material de que somos mortales vulnerables y vivimos en un mundo fortuito y violento, separados de Dios y de la seguridad de Su gobierno. Mediante la oración podemos comenzar a percibir nuestra verdadera identidad espiritual y nuestra verdadera relación con Dios por ser Su linaje.

En el santuario de la oración vemos que nuestra seguridad ya está establecida, porque ya vivimos en Dios, el Amor divino. Somos uno con el Amor, porque somos la propia imagen del Amor mismo, su infinita autoexpresión. En el Amor no puede haber peligro, no hay maldad ni odio. No puede haber ningún temor en el Amor infinito, porque el Amor sólo conoce su propia bondad. El hombre, quien es la expresión de Dios, y esto incluye la verdadera individualidad de cada uno de nosotros, conoce esta bondad y la expresa.

Vivir en el Amor significa que vivimos en la Mente divina infinita. Somos las ideas espirituales de la Mente, concebidas y gobernadas por la Mente. No hay voluntad depravada o intenciones ocultas en la totalidad de la Mente. La única voluntad es la voluntad divina, la Mente cumpliendo su propio propósito amoroso.

Dios es también el Principio divino de todo ser, mantiene la ley, el orden y la justicia en cada parte de su totalidad infinita. Nada ilícito puede tener lugar en el Principio, las maquinaciones malévolas no pueden desarrollarse o concretarse, pues, lo único que se desarrolla es la rectitud del Principio.

Esta realidad del ser divinamente ordenada y armoniosa en la que moramos es la Ciencia divina de nuestra existencia, que opera sin esfuerzo y supremamente, nos sostiene a todos en una relación segura y constante con nuestro amoroso Padre-Madre, Dios. Mary Baker Eddy, quien descubrió esta Ciencia, afirma brevemente en su libro Escritos Misceláneos 1883-1896: “El hombre inmortal, a la semejanza de Dios, se halla a salvo en la Ciencia divina” (pág. 89).

La oración hace que nuestro pensamiento sea receptivo a la seguridad que tenemos en la Ciencia divina. Llegamos a conocer más a Dios, a estar más conscientes de morar en Él, y a tener más confianza de Su cuidado constante por nosotros.

Esta elevación espiritual es la venida del Cristo a nuestro pensamiento, el tierno mensaje de Dios revelándonos lo que es verdad espiritualmente y sacando esta realidad a la luz de maneras tangibles. Al transformar nuestro pensamiento, el Cristo también transforma nuestra vida. Por medio del Cristo, experimentamos la seguridad, alegría y libertad de morar en el Amor. Experimentamos los brazos protectores del Principio divino, y la sabia mano de la Mente, que hace que estemos en nuestro lugar correcto, haciendo lo que es correcto que hagamos, cuando es correcto que lo hagamos.

El Salmo 91 ilustra los efectos humanos tangibles de morar en esta consciencia espiritual de la totalidad de Dios: “Ciertamente él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas te sentirás seguro; tu escudo y tu adarga será su verdad” (versículos 3, 4).

Bajo la atenta mirada y presencia constante del Amor no puede haber peligro oculto que nos haga caer, ni malicia que nos confronte. Nunca podemos estar en el lugar equivocado o en el lugar correcto en el momento equivocado. El Principio desenvuelve armoniosamente nuestro día, y ningún acto de violencia fortuito puede interponerse. La verdad espiritual de la existencia nos gobierna, cada día. Se convierte en nuestro escudo y en nuestro firme apoyo, a medida que nos volvemos más conscientes de la verdad por medio de la oración.

La Sra. Eddy escribe: “Qué bendición es pensar que estáis ‘bajo sombra de gran peñasco en tierra calurosa’, a salvo en Su poder, edificando sobre Sus cimientos, y protegidos contra el devorador mediante la protección y el afecto divinos. Recordad siempre que Su presencia, poder y paz responden a toda necesidad humana y reflejan toda bienaventuranza” (Escritos Misceláneos, pág. 263).

En la Ciencia del existir, la seguridad es la ley eterna del Amor divino, que nos gobierna dondequiera que estemos.

David C. Kennedy

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