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Desafíos inesperados, superados perfectamente

Del número de junio de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán


Después de pasar unas vacaciones maravillosas, mi caballo, mi perro y yo comenzamos nuestro regreso a casa. Hacia el término del viaje (que hasta ese momento había sido tranquilo y sin acontecimientos notables), un vehículo de pronto chocó contra el remolque de mi caballo, lo que causó que el remolque primero cambiara de dirección, y luego patinara. Tanto el auto como el remolque se deslizaron fuera del carril, dieron una vuelta, y finalmente se detuvieron en dirección opuesta, junto al carril central de la autopista de tres carriles. Vi frente a mí tres hileras de vehículos que se habían detenido, sin que se produjera ninguna colisión. Mi perro y yo no estábamos heridos. No obstante, el caballo se había escapado del remolque (el cual estaba con las ruedas para arriba), y ahora estaba galopando por la autopista, en dirección del tránsito. A pesar de las circunstancias me mantuve tranquila. Sí, puedo decir con toda honestidad que me sentía a salvo y abrazada por el Amor divino, porque sabía que Dios estaba a cargo (tiene todo el poder). Yo sabía que estas reconfortantes palabras eran verdad: “Recuerda, no puedes ser llevado a ninguna circunstancia, por más grave que sea, en la que el Amor no haya estado antes que tú y en la que su tierna lección no te esté esperando” (Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, págs. 149-150).

¡Lo que ocurrió a continuación casi no puede describirse con palabras! Yo estaba presenciando y era testigo de cómo se iban dando todos los pasos indispensables, de la forma más apropiada. ¡Y sin que yo hiciera nada! No tuve necesidad de pedirle nada a nadie. Uno podría decir literalmente que “me estaban cuidando”. La persona con las habilidades o conocimientos correctos se presentó en el momento justo: asegurando el lugar del accidente, notificando a la policía, manejando todas las formalidades (papeleo). Alguien logró acorralar al caballo (el cual no tenía puesto el arnés), y estaba ileso. Otra persona se ofreció a transportar el caballo y cuidarlo durante la noche. Todo sucedió con mucha tranquilidad, sin esfuerzo y cubrió todas las necesidades (no faltó nada). En lugar de caos, prevaleció un ambiente de activa benevolencia, algo que notaron muchas de las personas que fueron testigos del accidente. Esta experiencia me conmovió mucho, pues pude ser testigo de esta prueba de la omnipotencia y omni-acción de Dios.

¿Fue acaso simple coincidencia que todos los pasos se hayan dado con tanta armonía? ¿Es que fue tan solo “buena suerte”? Yo estoy convencida de que no hubo coincidencia alguna, en el sentido de que en esta experiencia todas las ideas correctas fueron aplicadas en el momento justo. Si algo hubiera faltado, las cosas no habrían salido tan bien. Lo que ocurrió no fue planeado, y las reacciones no fueron elaboradas por un plan hecho por el hombre.

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