Hace un par de años, una mujer le envió un correo electrónico a un practicista de la Ciencia Cristiana comentándole que había regresado a su casa después de estar unos días afuera, y encontró que su querido periquito de alguna forma se había quebrado una pata. Ella lo había llevado al veterinario, quien le dijo que no era posible poner la patita en su lugar.
Un día después, cuando conversaban por teléfono, el practicista se enteró de que la mujer tenía varios periquitos, así como varias cotorras, e incluso había adoptado una guacamaya. Era obvio que estas queridas aves eran parte importante en la vida de esta señora. Mientras hablaban por teléfono, el practicista le preguntó el nombre del periquito, pero ella le dijo que con excepción de la guacamaya que había adoptado (cuyo nombre se lo había dado la familia anterior), ninguno de sus pájaros tenía nombre.
Por supuesto, un nombre no es de por sí la identidad de alguien. Sin embargo, uno podría pensar que representa la importancia y el valor de la individualidad tan particular que el Amor divino ha otorgado a cada una de sus preciosas y profundamente amadas ideas. El practicista le leyó a la mujer esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “El Espíritu da nombre a todo y lo bendice. Sin naturalezas particularmente definidas, los objetos y sujetos serían oscuros, y la creación estaría llena de vástagos sin nombre, vagando desviados de la Mente progenitora, forasteros en un desierto enmarañado” (pág. 507).
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