Cuando conocí la Ciencia Cristiana yo tenía casi todo lo que el mundo ama. Era joven, tenía dinero, posición social, una carrera universitaria exitosa, pero me encontraba muy mal de salud. Tenía cálculos en la vesícula y en los riñones, que me provocaban muchos dolores y no podía levantarme de la cama. Los médicos habían dicho que me tenían que operar.
Un día, vino a visitarme un familiar y me habló de la Ciencia Cristiana. Me dejó varios ejemplares de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, y el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Me explicó que esta Ciencia no se parecía a ninguna religión, sino que simplemente me haría pensar, y como en ese entonces yo me consideraba una libre pensadora y era atea, acepté el reto para ver de qué se trataba.
Esa misma noche empecé a leer el libro, y cuando me quise acordar estaba amaneciendo, sin embargo, seguí leyendo. Cada capítulo que leía me parecía más lindo que el otro, y estaba encantada de ver cómo me sentía en ese momento. Al principio no podía sostener bien el libro, no podía leer bien, no podía hacer nada, y de repente estaba tranquilamente sentada con el libro en la mano y leyendo. A pesar de que esa noche hacía muchísimo frío no sentía frío, no sentía nada a mi alrededor.
Una de las citas que más me llamó la atención es del capítulo “Los pasos de la Verdad”, que dice así: “Es sólo una cuestión de tiempo hasta que ‘todos Me [conozcan a Mí, Dios], desde el más pequeño de ellos hasta el más grande’. La negación de las pretensiones de la materia es un gran paso hacia las alegrías del Espíritu, hacia la libertad humana y el triunfo final sobre el cuerpo” (pág. 242). Después de leer esta frase me di cuenta de que yo era una persona triste y malhumorada. Nada me hacía feliz o era suficiente para mí. Todo me molestaba, hasta los ruidos. Fue muy importante darme cuenta de que estas eran cosas que debía sanar.
Al día siguiente, me sentía bastante bien. Comí normalmente todo lo que mi mamá había cocinado, me levanté y continué con mis ocupaciones normales.
Cinco días después, como habíamos acordado, fui a ver al médico, y le dije que me sentía muy bien, como si nunca hubiera tenido nada. El médico notó que el color de mi piel había cambiado, ya no tenía una apariencia enfermiza. Sin embargo, él me dijo que no era posible que me hubiera sanado; que tal vez era un mejoría temporal, pero que después tendría que operarme. No volví a verlo, pues, la curación fue permanente. Nunca más volvieron esos dolores ni los otros síntomas de la enfermedad.
La lectura de Ciencia y Salud me llenó de inspiración, sobre todo saber que la Ciencia divina revela todas las grandes verdades que Cristo Jesús nos enseñó acerca de nuestra identidad espiritual, y que la vida es eterna, sin temer ni obedecer jamás el error de ninguna forma. Esto me llevó a ver que yo tenía que cambiar. Y a medida que comencé a estudiar la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana diariamente, a asistir a los servicios religiosos con regularidad, y a ser activa en la iglesia, mi mal carácter empezó a cambiar. Ahora soy una persona más alegre y espontánea.
Me di cuenta de que Dios jamás me daría algo para quitármelo después. Todo era bueno.
Gracias al estudio de la Ciencia Cristiana, empecé a comprender que Dios es Todo-en-todo, que Él tiene dominio sobre todas las cosas, y que Su gobierno es maravilloso y absolutamente supremo. Esto fue muy importante para mí porque yo siempre me apoyaba en mis propias fuerzas, en mi voluntad humana. Fue entonces que mi manera de pensar al respecto empezó a cambiar, pues comprendí, como Cristo Jesús enseñaba, que es necesario tener humildad. Aprendí que estoy siempre sostenida por Dios, el Amor divino; que cuando con toda sinceridad recurro a Él en oración en busca de guía, y me mantengo quieta reconociendo Su poder y presencia, puedo tener la certeza de que recibiré la respuesta más apropiada. Todo esto fue para mí una revelación hermosa, sobre todo porque antes yo no creía en Dios.
Este conocimiento del Amor divino, me ayudó años después, cuando quedé embarazada. El médico me dijo que el bebé no iba a nacer porque el cuello del útero no se cerraba y que con el peso de la criatura se produciría un aborto espontáneo, por lo que era mejor sacarlo antes de que fuera más grande. Esto me produjo mucha angustia, pero me negué a aceptar el diagnóstico.
Entonces le pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara por medio de la oración. Ella me dio a leer el siguiente pasaje de Ciencia y Salud: “¿Envía Dios la enfermedad, dando a la madre un hijo por el breve espacio de unos pocos años, y luego quitándoselo por medio de la muerte?” (pág. 206). Esto me hizo reflexionar, porque las Escrituras son categóricas en este sentido, pues declaran que la obra de Dios fue acabada, que para Él no hay nada nuevo, y que Su obra es buena. Más adelante la cita continúa diciendo: “¿Puede haber nacimiento o muerte para el hombre, la imagen y semejanza espiritual de Dios?” Esto me tranquilizó, así que hice una copia de esta cita y la llevaba siempre conmigo, la leía y releía, y mantenía mi pensamiento firme allí. Me di cuenta de que Dios jamás me daría algo para quitármelo después. Todo era bueno. Continué orando, y tuve un embarazo muy lindo. Los síntomas que se habían pronosticado nunca se manifestaron.
También me apoyé mucho en el Salmo 23, especialmente donde dice: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (versículo 4). Para entonces yo había comprendido que Dios es la fuente misma del amor y la bondad. Que, como nos revela Ciencia y Salud, el poder de Dios es permanente, y no podemos apartarnos de Él.
Mi hija nació hermosa y sana, y hasta el día de hoy, que ya tiene 24 años, goza de perfecta salud.
Me regocijo y agradezco a Dios por el cambio tan maravilloso que el conocerlo a Él ha traído a mi vida.
María Marta Gaudelli, Salta
