Cuando conocí la Ciencia Cristiana yo tenía casi todo lo que el mundo ama. Era joven, tenía dinero, posición social, una carrera universitaria exitosa, pero me encontraba muy mal de salud. Tenía cálculos en la vesícula y en los riñones, que me provocaban muchos dolores y no podía levantarme de la cama. Los médicos habían dicho que me tenían que operar.
Un día, vino a visitarme un familiar y me habló de la Ciencia Cristiana. Me dejó varios ejemplares de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, y el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Me explicó que esta Ciencia no se parecía a ninguna religión, sino que simplemente me haría pensar, y como en ese entonces yo me consideraba una libre pensadora y era atea, acepté el reto para ver de qué se trataba.
Esa misma noche empecé a leer el libro, y cuando me quise acordar estaba amaneciendo, sin embargo, seguí leyendo. Cada capítulo que leía me parecía más lindo que el otro, y estaba encantada de ver cómo me sentía en ese momento. Al principio no podía sostener bien el libro, no podía leer bien, no podía hacer nada, y de repente estaba tranquilamente sentada con el libro en la mano y leyendo. A pesar de que esa noche hacía muchísimo frío no sentía frío, no sentía nada a mi alrededor.
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