¿Qué quiere decir actuar en “defensa propia”? ¿Es posible comprender qué significa la expresión —defensa propia— desde un punto de vista espiritual?
En su artículo titulado “Amad a vuestros enemigos”, Mary Baker Eddy presenta ideas muy interesantes sobre este tema: “Yo solía creer que era muy justo cumplir con las leyes estatales; que si un hombre atentara contra mi vida apuntándome al corazón, y que si al disparar yo primero, pudiera matarlo y así salvar mi vida, estaría en lo justo…
“El Amor no mide con la vara de la justicia humana, sino con la de la misericordia divina. Si nuestra vida se viera amenazada, y sólo pudiéramos salvarla de acuerdo con la ley común, es decir, quitando la vida a otro, ¿preferiríamos sacrificar la nuestra? Debemos amar a nuestros enemigos en todas aquellas manifestaciones en las que y por las que amamos a nuestros amigos; incluso tenemos que procurar no exponer sus faltas, sino hacerles bien cada vez que se presente la oportunidad” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 11).
Esta cita me hizo reflexionar sobre la idea de que, aunque las leyes humanas puedan aprobar lo que comúnmente se conoce como defensa propia —que en ciertas circunstancias es justificado atacar o incluso matar a otra persona en defensa propia— la justicia y la ley divinas vencen la ley humana, la cual siempre cede a la ley divina.
Partiendo de un punto de vista espiritual, Cristo Jesús nos mostró otra manera, una radicalmente diferente, de enfrentar la defensa propia. El amor puro que sentía por la humanidad, nos enseña que podemos tener una actitud diferente de la tan comúnmente aceptada como correcta en nuestra sociedad, la que habla de defendernos de la agresión mediante actos de violencia.
Cristo Jesús demostró que el amor espiritual y la verdadera defensa personal, están intrínsecamente conectados. Cuando él estaba por ser crucificado, Jesús no recurrió a leyes humanas, ni se rebeló, aunque estaba seguro de su inocencia. Se mantuvo callado, al punto que Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarle?” En ese momento, Jesús respondió: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19:10, 11). Jesús comprendía muy claramente que el poder del todo afectuoso de Dios es omnipotente y hace que finalmente triunfemos sobre cualquier forma de mal. Él fue crucificado, pero, como escribe Mary Baker Eddy: “Él había de comprobar que el Cristo no está sujeto a condiciones materiales, sino que está por encima del alcance de la ira humana y puede, mediante la Verdad, la Vida y el Amor, triunfar sobre el pecado, la enfermedad, la muerte y la tumba” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 49). De hecho, Jesús probó que el Cristo, la idea espiritual de la Verdad y el Amor, no puede ser jamás lastimado, y es por siempre capaz de destruir el mal, mediante su naturaleza totalmente amorosa. Y esta naturaleza semejante al Cristo, está en acción hoy en día, en nosotros y en toda la humanidad.
Comprendí que Jesús probó que la defensa personal más eficaz es responder con amor y perdón, porque el amor y el perdón destruyen el mal.
El amor incondicional que nuestro Maestro expresaba, le permitió perdonar, aun en situaciones donde incluso el uso de violencia estaría justificado. Cuando Pedro le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote, Jesús le pidió que pusiera su espada en la vaina (véase Juan 18:10, 11). Incluso en la crucifixión, las palabras de Jesús fueron: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Al reflexionar sobre la forma tan radical con que Cristo Jesús enfrentó esas situaciones, comprendí que él probó que la defensa personal más eficaz es responder con amor y perdón, porque el amor y el perdón destruyen el mal. La comprensión de nuestra verdadera naturaleza espiritual y afectuosa, por ser el reflejo del Espíritu y el Amor divinos, nos permite seguir las enseñanzas del Maestro, y ponerlas en práctica en nuestra vida diaria. Nos permite responder con pensamientos afianzados en el Amor, y basar nuestra vida y relaciones expresando el Amor divino de la mejor forma que nuestro entendimiento espiritual nos permite. Por ser el reflejo del Amor, esta es realmente la única manera en que nosotros, y todos los demás, podemos actuar. Al comprender esto, nuestro pensamiento cambia y, en consecuencia, el escenario humano también es transformado.
Hace un tiempo, después de tener varios malos entendidos con un vecino que comparte su garaje conmigo, tuve la oportunidad de poner en práctica este amor incondicional semejante al Cristo. Después de tener varias discusiones acaloradas respecto al uso del garaje, mi vecino empezó a comportarse de forma muy agresiva conmigo. En lugar de reaccionar a la agresión con agresión, sentí el toque del Cristo en mi consciencia, lo cual me dio la fortaleza, divinamente otorgada, de responder con amabilidad. Poco a poco, a medida que pude hacer esto, mi vecino comenzó a calmarse y a cambiar su actitud. La situación respecto al uso del garaje se resolvió armoniosamente, y hoy estoy muy agradecido por nuestra amistad.
El amor infinito que el Amor divino tiene por cada uno de nosotros, subyuga los conceptos humanos de cómo debemos responder. De formas simples inclusive, cada uno de nosotros es capaz de reflejar ese amor semejante al Cristo, y obedecer el mandamiento de nuestro Maestro de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (véase Lucas 10:27). Al vivir este mandamiento a diario, estamos contribuyendo a la destrucción total del mal. Reconocemos que somos uno con Dios, que estamos conectados con Él de forma inquebrantable y, por lo tanto, jamás somos vulnerables o estamos indefensos. Saber esto es nuestra mejor protección, nuestra defensa más eficaz. Nuestro derecho al bien está legítimamente protegido mediante el amor siempre presente del Cristo, y nadie está jamás separado de este amor.