Al ver cómo los medios de comunicación y las redes sociales, así como las organizaciones internacionales no gubernamentales, informan acerca de terribles actos de violencia, desplazamientos masivos de poblaciones, y situaciones que amenazan la estabilidad mundial, podemos legítimamente preguntarnos si es todavía útil orar por la paz en el mundo. Y si la respuesta es sí, ¿en qué medida nuestra oración tendría verdaderamente un efecto en las vidas que sufren de angustia?
Pensando en esto, motivado por el genuino deseo de que reine una paz permanente para todo aquel que se encuentra atrapado en estas horribles situaciones, encontré inspiración en la Biblia, especialmente en las enseñanzas de nuestro Salvador, Cristo Jesús.
Él nos prometió paz cuando dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Sus enseñanzas nos muestran que todos los hombres y las mujeres son creados por el Amor, creados por Dios, de manera que tienen el derecho divino de tener protección, vida, libertad, seguridad y paz; y Dios es quien los provee. Jesús también nos dio estas reconfortantes palabras: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da; no se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Cuando oramos para reconocer que todos los hombres son creados por Dios, la inteligencia suprema, para expresar solo el bien, estamos amando a nuestro prójimo y ayudamos a promover la paz en el mundo. Al enfrentar violencia contra él mismo, Jesús, quien enseñó que el amor es la única respuesta válida a cualquier agresión, reprendió a Pedro, su discípulo, por reaccionar contra el injusto arresto de su Maestro, utilizando su espada. Jesús le dijo: “Mete tu espada en la vaina” (Juan 18:11). Él corrigió el pensamiento de violencia con amor y el pensamiento de injusticia con su inocencia. Para él, expresar amor no era una señal de debilidad o de ingenuidad, sino un poder que protege. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, explica: “Revestido con la panoplia del Amor, el odio humano no puede alcanzarte” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 571).
Al seguir el ejemplo de Jesús, reconocemos, a través de la oración, que el universo incluso el hombre pertenecen exclusivamente a Dios, y que todos los hombres y mujeres expresan el dominio que Dios les ha dado sobre el mal, y esto incluye todo aquello que trate de amenazar la paz en nosotros y entre nosotros.
Gracias a nuestro estudio de la Ciencia Cristiana, estamos agradecidos por comprender que el Dios a quien nosotros oramos, así como hizo Jesús, no es un ser humano y no pertenece a ninguna denominación religiosa en particular. Él es el Principio divino de todo, y mantiene la justicia. Es la Verdad que comunica todos los pensamientos de pureza, la Vida que se expresa a sí misma en vida armoniosa, y el Espíritu que gobierna a todas sus ideas y llena todo el espacio. Cuando vemos las cosas desde esta perspectiva, reconocemos que el mal, en sus formas más diversas, es una sugestión ilusoria carente de poder. Y es destruida por la consciencia espiritual, que proviene del Amor, de la relación perfecta de Dios y el hombre a Su imagen y semejanza.
La verdad pura debe sentirse dondequiera que haya necesidad de paz.
Cada vez que razonamos de esta forma espiritual y sinceramente, es decir, cada vez que damos un tratamiento de la Ciencia Cristiana para ayudar a traer paz al mundo, la verdad pura debe sentirse dondequiera que haya necesidad de paz. Las barreras tribales, raciales, religiosas, geográficas o de idioma, son incapaces de reprimir la acción de este tipo de oración.
Apoyamos y promovemos la paz en el mundo cada vez que esperamos, en oración y con un corazón agradecido, ser testigos de la presencia de la libertad y la justicia, en lugar de la injusticia y la privación.
Promovemos paz en el mundo cuando en nuestras familias no aceptamos ningún prejuicio o rótulo, sino que glorificamos, en cambio, la individualidad espiritual y las cualidades divinas de cada uno, reconociendo que la historia real del hombre está en expresar y adorar a Dios. Nuestras oraciones –motivadas por nuestro amor hacia nuestros semejantes, que nos permite ver a nuestro prójimo, nuestro gobierno y todo lo que respecta a nuestro país, desde un punto de vista espiritual– contribuyen a establecer los cimientos de una paz permanente en el mundo.
Hace un tiempo, una amiga y yo tuvimos un serio desacuerdo, y ella, furiosa, juró que jamás volvería a hablarme. Yo estaba muy preocupado por la situación porque quería hacer las paces con ella. Fui a la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, donde leí un artículo titulado “Amad a vuestros enemigos” por Mary Baker Eddy, en el libro Escritos Misceláneos 1883–1896 (págs. 8–13). Allí dice: “‘Ama a tus enemigos’ es idéntico a ‘No tienes enemigos’” (pág. 9).
Realmente, es impensable que cualquier oscuridad de odio y violencia pueda enfrentar la luz del Amor divino, cuando comprendemos que esta luz llena el universo gobernado por Dios, y llena la consciencia del hombre real. Después de este tiempo de oración y estudio, nuestras relaciones se han restaurado armoniosamente.
Promovemos la paz cada vez que tomamos consciencia, ya sea individual o colectivamente, de la omnipotencia del Amor divino como la describe Ciencia y Salud, donde dice: “Un único Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad del hombre; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; aniquila la idolatría pagana y la cristiana, todo lo que está errado en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; equipara los sexos; anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido” (pág. 340).
Necesitamos trabajar aun más fuerte para establecer la paz en el mundo. Tal vez podríamos empezar profundizando nuestra comprensión del significado espiritual de lo que Cristo Jesús dijo en su Sermón del monte: “Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5).
