En 1961, la filial de la Iglesia de Cristo, Científico de la que era miembro en aquella época, me alertó de que habría una reunión internacional para estudiantes, a celebrarse en La Iglesia Madre en Boston. Me inscribí, y los miembros de mi iglesia me apoyaron mucho con los preparativos para este importante viaje. También sería mi primer vuelo en avión, y yo no veía el momento de hacerlo.
Sin embargo, el día de la salida, cuando llegué al Aeropuerto de Frankfurt, me dijeron que el vuelo que habían ofrecido a un precio reducido para estudiantes, había sido cancelado con poco tiempo de aviso.
¿Qué hacer? Yo no quería regresar a mi casa. Uno de los conceptos que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, a la que había asistido desde que tenía 13 años, es que con Dios no hay pasos de retroceso, solo progreso. Como Él es el Amor y la inteligencia divinos, que es infinitamente atento y sabio, nada puede frustrar el propósito que Él tiene para nosotros, Sus hijos.
Mientras tanto, yo había conocido a otra joven estudiante que también había planeado asistir a la reunión en Boston. Ella estaba lista para comprar el boleto de ida al precio regular, sin preocuparse de cómo regresaría. (Sin el descuento para estudiantes, solo podíamos comprar el boleto de ida.) Aunque las regulaciones de las líneas aéreas eran muy diferentes en aquel entonces, y hubiera sido posible comprar un boleto de ida, su plan no me atraía. Mientras ella estaba lista para irse, yo dudaba y no sabía qué hacer. Este período de indecisión continuó por tres días. (Durante este tiempo, una familia conocida de la Ciencia Cristiana con mucho afecto nos recibió en Frankfurt.)
Finalmente, decidí llamar a una practicista y maestra de la Ciencia Cristiana para que me apoyara con la oración. Después de hablar con ella, me sentí impulsada a abrir mi Biblia y escuchar la guía de Dios. Mis ojos cayeron en un versículo del libro de Job: “Hará conmigo lo que ha determinado” (23:14, según Nueva Versión Internacional). Sentí una gran sensación de paz, y de pronto me resultó muy claro que el plan inteligente que Dios tenía para mí, estaba en acción, y que Él lo desenvolvería y perfeccionaría, aunque yo no supiera todos los detalles. No era mi trabajo descubrir la solución; eso le pertenecía a la Mente divina omnisciente, en cuya guía yo simplemente tenía que confiar.
En un instante todas mis dudas y preo-cupaciones desaparecieron, y me embargó una gran seguridad y confianza. Le dije a mi nueva amiga: “¡Vamos, Carla!” Ella estuvo encantada de escuchar eso, y muy pronto encontramos un vuelo de ida a Boston. Ya no me preocupaba cómo regresaría; en cambio sabía en el fondo de mi corazón que podía confiar totalmente en Dios. Por experiencias pasadas, sabía que Dios siempre cuida de nosotros, aunque humanamente no parezca haber una solución.
En Boston fuimos recibidas con los brazos abiertos por miembros del comité a cargo de la reunión. Nos elogiaron por no haber cedido al desaliento ante todos los desafíos y dificultades, y por haber demostrado dominio sobre ellos. La reunión resultó ser una experiencia muy enriquecedora para mí. Durante nuestra estadía en Boston, nos atendieron con mucho cariño, y nuestro boleto de regreso se manifestó de la manera más imprevisible y maravillosa.
Puedo decir con el Salmista:
“El Señor es mi pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre” (véase Salmos 23:1–3).
Esta experiencia me demostró que Dios es verdaderamente nuestro Pastor, quien con mucho amor nos guía todo el camino. Simplemente tenemos que confiar en Él.
Helga Janesch, Berlín