Desde que era muy joven, disfrutaba mucho de tener amigos con quienes compartir, salir, y disfrutar de la vida. Me alegraba encontrarme con personas con quienes conectaba personalmente y con quienes podía establecer amistades duraderas. Cuando por un motivo u otro, estas personas se alejaban de mi vida, ya sea porque se mudaban a otro país o porque se hacían otros amigos, sentía un gran vacío. Cuando me sentía así, generalmente iba a ver a mi mamá y me quejaba de que no tenía amigos, que me sentía sola. Ella siempre muy comprensiva, me escuchaba y me decía que buscara a Dios y que así no sentiría ningún vacío.
Muy dentro de mí, yo sabía que solo Dios podía llenar ese hueco. Sin embargo, mi comprensión de Dios en ese momento de mi vida era limitada, y pensaba en Dios como un ser voluntarioso que colocaba personas especiales en mi vida por un momento, para después simplemente alejarlas. También pensaba que mi felicidad estaba a merced de las personas o situaciones, y creía que solo podía ser feliz cuando tenía amigos cerca.
Hace algunos años, también me encontraba en una etapa en la que quería encontrar a un chico especial para compartir mi vida. Sin embargo, ese deseo venía acompañado de la idea falsa de que una persona especial completaría mi felicidad, y que si finalmente encontraba a ese chico todo estaría perfecto. Esa idea errónea del amor solo me trajo dolor, decepción y frustración.
He sido estudiante de la Ciencia Cristiana desde hace mucho tiempo y estaba segura de que en la Ciencia Cristiana encontraría la respuesta a esta situación. Por esto me pareció muy natural volcarme a la Biblia y al libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, en busca de respuestas. En la Biblia, encontré en la primera epístola de San Juan, que “Dios es amor”. Este mensaje me abrió los ojos y comprendí que si Dios era Amor, quería decir que solo podía encontrar amor, compañía y alegría en Él y en ningún otro lugar.
En Ciencia y Salud, leí: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494). Esta frase me garantizaba que solamente el Amor divino iba a satisfacer mis necesidades de compañía y de amor.
En esa época, también le pregunté a un practicista de la Ciencia Cristiana cómo podía obtener una comprensión más grande del amor, y así eliminar ese vacío que sentía. Él muy amorosamente me dijo que todo el amor que anhelaba, que buscaba, ya formaba parte de mi identidad, puesto que yo lo reflejaba. Como idea de Dios, expresaba el amor de Dios y solo ese amor podía satisfacerme completamente. Esta idea me ayudó muchísimo y cambió por completo mi concepto sobre el amor. Comprendí que, por ser una idea del Amor divino, yo ya era completa, que no me hacía falta nada para ser feliz y sentirme satisfecha.
Mi vida dio un giro muy grande con esta comprensión. En vez de buscar amigos, a esa persona tan especial, o gente con quien estar, me dediqué a expresar y a reflejar ese amor. Me enfoqué en reflejar el amor de Dios más abiertamente con mi familia, mis amigos, mis colegas del trabajo, incluso con personas con quienes me encontraba en la calle por casualidad. En vez de pensar qué podían darme esas personas a mí, pensaba en lo que yo podía darles a ellas, cómo podía servirles. Se operó un gran cambio en mí.
Nuevas e interesantes oportunidades surgieron en mi vida, donde pude servir y conectarme con otras personas. El deseo de encontrar más amigos, o a ese ser tan especial, simplemente desapareció con esta nueva comprensión y cambio en mi perspectiva espiritual.
Ese mismo año tuve la oportunidad de asistir a un encuentro de jóvenes de la Ciencia Cristiana en Nueva York. Desde hace mucho tiempo había tenido deseos de asistir a estos encuentros y nunca se me había presentado la oportunidad. El encuentro fue sumamente interesante, espiritualmente reconfortante, y me permitió conectar y compartir experiencias espirituales con jóvenes Científicos Cristianos de otras partes del mundo.
Cuando me encontraba en este evento, un día de manera muy natural conocí a un chico. Solamente conversamos por unos 10 minutos, pero en esos 10 minutos nos dimos cuenta de que teníamos muchas cosas en común. Este corto encuentro dio paso a una bonita amistad, a un compartir de lindas experiencias y al desarrollo de una relación donde la base es el Amor divino. Casi dos años después de este evento, decidimos unir nuestras vidas en matrimonio. Esta decisión me llenó de mucha alegría. Sin embargo, más satisfacción me ha dado comprender que mi unión, mi relación tan estrecha con Dios, es la fuente de todo el bien y de toda la felicidad que se manifiesta en mi vida.
