Varios años atrás, empecé a sentir síntomas de decaimiento que me impedían caminar o mantenerme de pie. Solo quería estar en cama, no comía ni podía descansar bien. Debido a esta situación no podía ni siquiera pensar correctamente, por lo que me resultaba difícil orar, que es la forma como acostumbro a resolver los problemas.
Mi esposo estaba muy preocupado y me sugirió que fuera al médico. No quise preocuparlo aún más, así que acepté. El médico me realizó unos análisis que indicaron que tenía pocos glóbulos rojos. Querían internarme ese mismo día y hacerme transfusiones de sangre. Me negué a aceptar ese diagnóstico, y le pedí a mi esposo que regresáramos a casa.
Con el estudio de la Ciencia Cristiana había aprendido que mi verdadera identidad es espiritual, que soy una idea perfecta de Dios, por lo tanto, el diagnóstico no podía ser verdad, sino un error que podía sanar por medio de la oración.
Cuando llegué a mi casa llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. Como estaba decaída y no podía leer mucho, ella me pidió que pensara en el “Padre Nuestro”, la oración que nos enseñó Cristo Jesús. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, ofrece el sentido espiritual del “Padre Nuestro” en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 16).
Cuando pensaba en esta poderosa oración, algunas frases cobraron vida para mí, como la que dice: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, cuyo sentido espiritual es: “Danos gracia para hoy; alimenta los afectos hambrientos”. Aplicándolo al problema que buscaba resolver, me di cuenta de que “el pan nuestro” significa también “la sustancia” que Dios nos da a diario. Como por ejemplo el amor que Dios tiene por Sus hijos.
Ciencia y Salud responde a la pregunta “¿Qué es la sustancia?”, diciendo: “La sustancia es aquello que es eterno e incapaz de manifestar discordia y decadencia”. Más adelante agrega: “El universo espiritual, incluyendo el hombre individual, es una idea compuesta, que refleja la sustancia divina del Espíritu” (pág. 468). Reflexioné sobre esto y me di cuenta de que yo no podía carecer de sustancia, porque toda la sustancia de mi ser es espiritual, por lo tanto, soy perfecta y sana, como Dios me hizo. Y es el Amor divino el que responde a nuestros anhelos y necesidades, así que no puede faltarnos nada en ningún momento.
En Isaías leí: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (41:10). Esto me ayudó a sentirme abrazada por el amor de Dios.
La practicista también me pidió que pensara en un himno, escrito por la Sra. Eddy que se titula “Oración vespertina de la madre”, y que yo conocía muy bien. El himno dice en parte:
Gentil presencia, gozo, paz, poder,
divina Vida, Tuyo todo es.
Amor, que al ave Su cuidado da,
conserva de mi niño el progresar”.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, Nº 207 © CSBD)
Sentí que esas palabras me hablaban a mí, que yo era la hija de Dios y que Él estaba cuidando muy bien de mí y me estaba elevando.
Continué orando y reflexionando sobre estas ideas por una semana más o menos. Hasta que un día mi esposo notó que había recuperado el color natural del rostro y me dijo que parecía sana. Le aseguré que me sentía bien, pero él insistió en que volviera al médico para un último chequeo. Me dijo que así se sentiría más tranquilo.
El médico se sorprendió mucho, pues los análisis indicaban que tenía el doble de glóbulos rojos necesarios para estar bien. Me preguntó si había tomado suplementos de hierro, yo le respondí que no. Luego le pregunté si él creía en Dios. Me dijo que sí y que también en los milagros. Le expliqué que yo no sabía si lo que me había pasado era o no un milagro, pero no tenía ninguna duda de que me había sanado el amor de Dios.
Esa fue una experiencia muy importante para mí, porque pude comprobar que Dios, el Amor infinito, no nos abandona en ningún momento, ni en ninguna situación.
Estoy muy agradecida a Cristo Jesús por el amor incondicional que expresó a todos; y a Dios por la armonía que reina en mi casa. Estoy agradecida de que siempre tengo abundancia de provisión, buenos pensamientos y palabras de amor.
Susana Beatriz Rivarola, Buenos Aires