Varios años atrás, empecé a sentir síntomas de decaimiento que me impedían caminar o mantenerme de pie. Solo quería estar en cama, no comía ni podía descansar bien. Debido a esta situación no podía ni siquiera pensar correctamente, por lo que me resultaba difícil orar, que es la forma como acostumbro a resolver los problemas.
Mi esposo estaba muy preocupado y me sugirió que fuera al médico. No quise preocuparlo aún más, así que acepté. El médico me realizó unos análisis que indicaron que tenía pocos glóbulos rojos. Querían internarme ese mismo día y hacerme transfusiones de sangre. Me negué a aceptar ese diagnóstico, y le pedí a mi esposo que regresáramos a casa.
Con el estudio de la Ciencia Cristiana había aprendido que mi verdadera identidad es espiritual, que soy una idea perfecta de Dios, por lo tanto, el diagnóstico no podía ser verdad, sino un error que podía sanar por medio de la oración.
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