A lo largo de los años, he disfrutado mucho de viajar por el mundo con mi esposa, y durante nuestros numerosos viajes, he logrado percibir la verdadera infinitud de los caminos recorridos. Aun cuando un camino parece que está por terminar, muy rara vez resulta ser una senda sin salida. No obstante, también he aprendido a prepararme mejor para mis viajes, tanto a nivel organizacional como metafísico. Como el autor de Salmos 139:24, le he pedido a Dios: “Guíame en el camino eterno”. Este salmo, que se ha convertido en mi constante guía y compañero, me asegura que Dios está siempre mostrándome el camino. Y gracias a las Lecciones Bíblicas semanales de la Ciencia Cristiana, soy alimentado a diario con las ideas que me muestran el sendero de la curación mediante la comprensión de que Dios, la Vida, no tiene comienzo ni fin, y que el hombre refleja esta Vida divina e infinita.
La Biblia cuenta acerca de los pioneros que prepararon el camino para otros, tal como Abraham y Moisés en el Antiguo Testamento, quienes libraron a sus tribus o pueblo de situaciones difíciles y los guiaron hacia un camino seguro. Esto requirió de cualidades espirituales. Por ejemplo, Mary Baker Eddy, la autora de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, describe las cualidades de Abraham como: “Fidelidad; fe en la Vida divina y en el eterno Principio del ser” (pág. 579).
Más aún, muchos de los contemporáneos de Cristo Jesús consideraban que él era el Mostrador del Camino, y lo mismo piensa mucha gente de nuestra época. Las curaciones que realizaba Jesús sacaban a la gente de situaciones aparentemente desesperadas. Por ejemplo, resucitó al hijo único de una mujer viuda, y esto no solo trajo alegría porque la vida de su hijo fue restaurada, sino que hizo posible que la viuda pudiera continuar su camino por la vida como un miembro respetado de su comunidad, en lugar de tener que recurrir a la caridad (véase Lucas 7:12–15). En otra ocasión cuando algunos de sus discípulos estaban en una barca y en peligro de ahogarse, Jesús calmó la tormenta de modo que ellos pudieran continuar su camino y cumplir su misión (véase Marcos 6:48–51).
No sentí ninguna señal de cansancio o agotamiento, solo una conexión, una unidad muy profunda con Dios, lo cual parecía fortalecerme sin esfuerzo alguno.
Estos y muchos otros ejemplos en la Biblia, así como las experiencias de miles de otras personas, incluso yo mismo, demuestran que podemos confiar en la presencia del Amor divino que todo lo redime, para preservarnos y guiarnos por el camino correcto en la vida. Siempre podemos confiar en esto.
Este tipo de confianza probó ser absolutamente crucial en una ocasión cuando mi esposa y yo estábamos practicando snorkel en una laguna de la Gran Barrera de Coral en Australia. No nos habíamos dado cuenta de que, debido a los vientos terrales y la bajamar, nos estábamos alejando cada vez más hacia el borde del arrecife y al mar abierto. Cuando salimos a la superficie, nos dimos cuenta de que estábamos muy lejos de nuestra aislada playa. Mi esposa se asustó mucho y dijo que ella no podría nadar de regreso todo ese trecho contra el viento. Empecé a orar para aclarar mi pensamiento. Al recordar las maravillosas vacaciones que acabábamos de pasar juntos y todo el bien que habíamos experimentado a lo largo de nuestras vidas, no me pareció que estuviera de acuerdo con la Vida infinita y el amor eterno de Dios por Sus hijos, que pudiéramos estar en peligro. Para mí fue muy importante realmente sentir en ese momento nuestra estrecha relación con Dios y que Su amorosa presencia estaba ahí con nosotros.
Entonces le dije con calma a mi esposa: “Con cada brazada que doy avanzo un poco. Pon tu mano en mi hombro y yo te arrastro”. Aún recuerdo claramente cómo, con cada brazada, me venía un nuevo pensamiento de algo ocurrido en los años que habíamos estado juntos, por el cual agradecer a Dios. Fue sorprendente cuántas cosas me vinieron al pensamiento. De esta manera pasó mucho tiempo, mientras yo nadaba y arrastraba a mi esposa. No sentí ninguna señal de cansancio o agotamiento, solo una conexión, una unidad, muy profunda con Dios, lo cual parecía fortalecerme sin esfuerzo alguno. Finalmente, llegamos a salvo a la playa. Para mí, ese largo camino de regreso a la costa, fue verdaderamente una experiencia sagrada.
La Vida es Dios: por lo tanto, la vida es infinita. Es por esta razón que nuestros caminos jamás pueden interrumpirse o terminar. Pensé mucho en este dicho: “El viaje es el destino”. Realmente, cuando viajamos estamos siempre en nuestro destino, porque siempre estamos en medio del incesante flujo de la Vida divina.