A comienzos de 2014, de pronto comencé a padecer de síntomas agresivos que al principio me dieron mucho miedo.
La condición empezó con un dolor muy agudo en mi mandíbula inferior que me afectó el ojo izquierdo y el lado izquierdo de la cabeza. Reflexioné sobre la verdad acerca de mi verdadero ser, por siempre libre de todo dolor. Sin embargo, pasaron los meses y el dolor no cedía. No obstante, cuanto más agresivos se volvían los síntomas, tanto más firme era mi certeza de que se produciría la curación, porque en la realidad divina, jamás había dejado el estado de perfección espiritual inherente a todos los hijos de Dios.
Como este problema me afectaba la visión, no podía leer. De modo que me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana, que es alguien que ayuda a otros por medio de la oración. Este tratamiento de la Ciencia Cristiana era esencial para mi curación. Juntos, oramos con la ayuda del Himnario de la Ciencia Cristiana, donde encontramos himnos inspirados que siempre brindan consuelo e ideas sanadoras. El himno 149 comienza de esta manera: “En el Amor no hay temor ni pena, / las sombras se disipan con Su luz” (Susan F. Campbell, Christian Science Hymnal, Nº 149, traducción © CSBD). Estos dos pasajes bíblicos también fueron una fuente de inspiración: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de JAH” (Salmos 118:17), y “Envió su palabra, y los sanó, y los libró de sus aflicciones” (Salmos 107:20, según versión en portugués).
Mi pensamiento se volvió cada vez más armonioso, a medida que reconocí que la Mente divina tenía el control de la situación.
Con absoluta confianza en la verdad sanadora de estos pasajes, poco a poco, superé la agresiva pretensión de dolor. Mi pensamiento se volvió cada vez más armonioso, a medida que reconocí que la Mente divina tenía el control de la situación. Pocos meses después se produjo la curación. El dolor, así como los problemas con mi cabeza y el ojo, jamás volvieron a manifestarse.
Relaté este testimonio en una reunión de testimonios de la iglesia filial de la Ciencia Cristiana de la que soy miembro. Las reuniones de testimonio se celebran alrededor del mundo en todas las iglesias de la Ciencia Cristiana, y aquella noche, un médico estaba visitando nuestra iglesia. Al término del servicio, se me acercó y mencionó, basado en su experiencia profesional, que él conocía la condición y que mi curación solo podía haber sido posible como resultado de la oración.
Esta fue una prueba más del poder sanador de la verdad que aprendemos con el estudio y práctica de la Ciencia Cristiana.
Mirta Perera Castro, Porto Alegre
