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Artículo de portada

De la obesidad a correr maratones

Del número de enero de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


Durante muchos años fui un buscador de la Verdad, y mi búsqueda ha transitado por diferentes ámbitos (académicos, filosóficos y religiosos). Finalmente, hace unos 5 años, estuve en contacto de manera indirecta con las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Y digo de “manera indirecta” porque para entonces mi esposa ya era estudiante de la misma, y naturalmente en nuestro hogar había mucho material sobre esta Ciencia.

Comencé leyendo varios números de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, y más adelante, algunos de los libros de Mary Baker Eddy, que también estaban en nuestra biblioteca a la espera de ser descubiertos por mí.

En un principio, fui un lector más que un estudiante, pero ciertas circunstancias en mi vida, me llevaron a tener una serie de demostraciones de la Verdad. Hoy puedo decir que no sólo soy un entusiasta y comprometido estudiante, sino también un agradecido testimonio vivo del funcionamiento de la Ciencia Cristiana, pues, tal como dice nuestra Guía, Mary Baker Eddy: “Tenemos que comprobar nuestra fe mediante la demostración” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 329). La vivencia de la misma es la que nos planta en la roca, el Cristo, inamovible y cierta, en la que nos apoyamos para encontrar curación.

Hace unos dos años, yo tenía bastante sobrepeso. Como consecuencia, me aquejaban diversos padecimientos diagnosticados por los médicos, entre ellos, hipertensión arterial y problemas cardíacos. En determinado momento, tuve un ataque cerebral que me afectó el equilibrio y me impedía caminar sin tambalearme y caerme.

Apenas comenzaron los síntomas del ataque cerebral, me quedé acostado inmóvil en la cama, repitiendo en mi mente: “Esto no es verdad, esto no puede afectarme, no es real, no es creado por Dios. Dios es la única Verdad. Dios siempre está presente, Dios ama y cuida a todos Sus hijos”. Comencé a llenar mi mente con pensamientos sobre la Verdad, sin dejar espacio para que el temor se filtrase e hiciera fisura en mi convicción.

En ningún momento fui al doctor ni recibí tratamiento médico alguno. Le pedí a mi esposa que me diera tratamiento metafísico en la Ciencia Cristiana, y yo continué con mis afirmaciones de la Verdad. Una médica conocida con quien hablamos más adelante nos aportó el “diagnóstico” según la opinión médica. No obstante, me refugié totalmente en la certeza de la ayuda de Dios, y no acudí a realizarme ningún examen. Sabía muy bien que el error no tiene y no se le debe atribuir entidad alguna, pues es nada y esta nada no puede afectar a la creación de Dios.

Dos días después del ataque cerebral, pude ponerme de pie y caminar con la ayuda de un bastón, y en pocas semanas, los síntomas habían desaparecido totalmente. Dicha demostración de la Verdad, fue tan solo el principio de una serie de cambios muy importantes en mi vida. Con la guía y la ayuda de Dios, empecé a modificar varios hábitos, mentales y de comportamiento, hasta que sané completa y definitivamente de las dolencias que había estado padeciendo.

Comprendí perfectamente el significado de lo que dice nuestra Guía: “El pesar por haber obrado mal no es sino un paso hacia la reforma y el paso más fácil de todos. El próximo y gran paso requerido por la sabiduría es la prueba de nuestra sinceridad, a saber, la reforma” (Ciencia y Salud, pág. 5). Aunque en este pasaje ella se refiere a vencer el pecado, yo apliqué esta idea a la necesidad de reforma en mi vida diaria y en mis hábitos alimenticios. Tomé consciencia de que no era lógico ni posible tener enfermedad o padecimiento alguno, pues Dios nos ha creado perfectos; por lo tanto, dicha verdad podía manifestarse en nuestra vida en todo momento. Con la comprensión de que Dios me gobierna, pude reformar completamente mis hábitos.

En menos de un año, después del episodio del ataque cerebral, logré perder la totalidad del sobrepeso que me aquejaba (unos 70 kg o 155 libras). Sané de la hipertensión arterial (considerada “incurable” por la medicina), y de todas las demás situaciones que había padecido. Pasé de ser una persona obesa y enferma, que casi no podía caminar más que unas pocas cuadras sin fatigarme, a ser un hombre delgado y atlético que participa como corredor recreativo en maratones populares.

Comprobé en mí mismo la verdad expresada en Isaías: “Levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (40:31). Hoy puedo decir, que toda mi vida ha cambiado gracias a la Ciencia Cristiana y a la aplicación de sus verdades. Soy un hombre pleno y feliz, y decidí compartir este testimonio porque es correcto y necesario reconocer y agradecer el conocimiento de una Ciencia práctica, que no sólo enseña la verdad acerca de Dios, sino que la demuestra trayendo curación a la vida de aquellos que la abrazan sinceramente.

Soy un estudiante muy comprometido y profundamente agradecido a la Ciencia Cristiana. Son constantes y cotidianas las bendiciones que recibo en mi vida gracias a ella, y espero que este humilde pero sincero testimonio, en algún grado, sirva de inspiración para ayudar a otros que también buscan y necesitan la Verdad.

Sergio Ghemi Ferreira, Playa Hermosa, Piriápolis

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