Cuando nació mi primer hijo, enfrenté un gran desafío. La doctora vino a nuestro cuarto en el hospital de maternidad, y nos dijo que a mí me podían dar de alta, pero que el niño debía permanecer en el hospital debido a una incompatibilidad sanguínea que tenía conmigo. Yo estaba muy atemorizada cuando me sugirió que le dieran al bebé una transfusión de sangre, si la condición del niño empeoraba. Cuando la doctora se fue, y estábamos solos, mi esposo en aquella época (ahora estamos divorciados), declaró en voz alta: “¡Esto es imposible! Nuestro hijo es una idea espiritual, creada por Dios, y no puede estar en conflicto con otra idea espiritual”.
Empezamos a leer la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana para esa semana, la cual está compuesta de pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y me di cuenta de que las palabras de mi esposo estaban basadas en esta verdad espiritual: “Una idea espiritual no tiene un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que es nocivo” (Ciencia y Salud, pág. 463). También comprendí que, por ser una idea espiritual, mi hijo no había sido concebido materialmente, sino por Dios, el Espíritu. Dios es el verdadero y único progenitor de todos nosotros. De modo que, en ese momento reflexioné que mi hijo sólo podía ser espiritual y perfecto, porque formaba parte de la creación espiritual y perfecta de Dios.
Mientras leíamos la Lección Bíblica, sometieron al bebé a otro examen. Cuando llegamos a neonatología una hora después, la doctora nos dijo que ella no podía comprender lo que había sucedido, porque el último análisis no indicaba nada malo. La transfusión de sangre no era necesaria, así que nuestro bebé fue dado de alta y se fue a casa con nosotros.
Cuando nació nuestra hija, nos enfrentamos con otro desafío. En esta oportunidad el problema fue el tendón de la nuca. Además el parto fue difícil y prolongado. Tuvieron que usar fórceps para facilitar el nacimiento, comprometiendo la circulación sanguínea de la cabeza de nuestra beba. Le tomó cierto tiempo empezar a llorar después de nacer.
Aunque los médicos nos recomendaron que buscáramos un neurólogo, decidimos confiar solo en Dios y le pedimos a un practicista de la Ciencia Cristiana que nos ayudara con la oración. El apoyo del practicista fue muy importante para nosotros, porque después de que llegamos del hospital de maternidad, nuestra hija se desmayaba y movía los ojos de una forma muy anormal. Cuando ocurría esto yo me asustaba mucho, pero oraba con las ideas de Ciencia y Salud.
En las páginas 528 y 529 de este libro, Mary Baker Eddy da la interpretación espiritual de los versículos 21 y 22 del segundo capítulo del Génesis en la Biblia. Los mismos dicen que “Jehová Dios” hizo que Adán cayera en un sueño profundo y luego tomó una de sus costillas e hizo a la mujer. La Sra. Eddy escribe: “Aquí la falsedad, el error, atribuye a la Verdad, Dios, el haber inducido un sueño o estado hipnótico en Adán para practicarle una operación quirúrgica y así crear a la mujer”.
Y en el siguiente párrafo, relacionado con el título marginal “Obstetricia mental”, leemos:
“Pero de acuerdo con esta narrativa, la cirugía fue primero practicada mentalmente y sin instrumentos; y esto puede ser una indicación útil para la facultad médica. Más tarde en la historia humana, cuando el fruto prohibido estaba dando fruto de su propia especie, se sugirió un cambio en el modus operandi: que el hombre debía nacer de la mujer, no que la mujer fuera tomada nuevamente del hombre. Aconteció también que los instrumentos fueron necesarios para asistir el nacimiento de los mortales. El primer sistema de obstetricia sugestiva ha cambiado. Vendrá otro cambio en cuanto a la naturaleza y el origen del hombre, y esta revelación destruirá el sueño de la existencia, restablecerá la realidad, introducirá la Ciencia y la realidad gloriosa de la creación, que tanto el hombre como la mujer proceden de Dios y son Sus hijos eternos, y no pertenecen a ningún progenitor menor”.
Fue muy útil reflexionar sobre estos conceptos. Comprendí que nuestra hija siempre había sido una idea espiritual y perfecta, que no deriva de padres humanos, sino que emana eternamente de Dios. Por lo tanto, ella no podía estar sufriendo por las complicaciones de un nacimiento material. Después de orar por unos pocos meses, sin que yo me diera cuenta, todos los síntomas desaparecieron por completo.
Estas ideas también me ayudaron a sanar de los efectos secundarios de ese difícil y prolongado parto: hemorroides y dolor al orinar. Nuevamente oré reconociendo que una idea espiritual no puede hacer daño a otra idea espiritual. Después de unos meses, esos síntomas desaparecieron por completo y jamás volvieron a manifestarse.
Perdonar al obstetra fue esencial para que se produjera la curación de mi hija y mi propia curación. Él había recomendado una cesárea, pero para cuando llegué al hospital maternal la beba estaba en una posición tal que nuestra única opción fue proceder con el parto normal. Él me acusó a mí porque me llevó demasiado tiempo llegar al hospital, comprometiendo la salud de la bebé y la mía. También fue crucial perdonarme a mí misma por ponernos, aunque no intencionalmente, en esa difícil situación. La verdad es que el Amor divino siempre había estado presente, cuidando de nosotras dos, y está presente en todo momento.
El parto de mi tercer hijo estuvo muy bien. Hoy mis tres hijos son jóvenes adultos inteligentes, activos y saludables. Estoy muy agradecida por la comprensión de que en la totalidad de Dios, todo está siempre en perfecta armonía.
Bernadete Filizzola, Belo Horizonte
