En Brasil hay un dicho popular que dice: “Farinha pouca, meu pirão primeiro”, que quiere decir que debemos dar al prójimo solo aquello que nos sobra. Yo veo que este razonamiento se aplica en muchas situaciones, y para mí, resume la lógica del egoísmo.
Parece normal, hasta legítimo, que cada uno busque primero su propia seguridad y bienestar; que atender a nuestras necesidades sea un prerrequisito para poder ayudar al prójimo; que debemos dar solo aquello que nos sobra. No obstante, si este razonamiento está fundado en el miedo a la escasez, puede que no compartamos con el prójimo ni siquiera lo que nos sobra. No hay nada de malo en ser prevenido y mantener una reserva, pero Jesús nos dijo que no debemos acumular “tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan”, sino juntar “tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (véase Mateo 6:19, 20). ¿Dónde está este cielo?
Muchas personas aceptan la idea de que el cielo es un lugar bueno, a ser alcanzado después de la muerte, un lugar del cual pocos son merecedores. ¿Pero es acaso el cielo una localidad? ¿No será que representa un estado de consciencia? En el contexto de las palabras de Jesús, se puede considerar que la tierra representa un punto de vista material, opuesto a un punto de vista espiritual, representado por el cielo. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy define el cielo como: “Armonía; el reino del Espíritu; gobierno por el Principio divino; espiritualidad; felicidad; la atmósfera del Alma” (pág. 587).
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