Termina un año, y comienza otro. Todos prometemos tomar ciertas decisiones, incluso asumimos compromisos, con nosotros mismos y con nuestros hijos. A veces son objetivos que debemos alcanzar para tener una vida más feliz y confortable. Cumplimos con estos objetivos que parecen ser esenciales para nuestro bienestar, aunque causen mucho estrés.
De niños, nuestra vida de estudiante está marcada por el paso de un grado al siguiente, y la aprobación de las pruebas finales de cada año. Luego, pensamos en el futuro, aspiramos a tener un empleo que nos permitirá establecernos en la vida social, la vida familiar, y después viene esto… y después viene aquello… En síntesis, nos apuramos con obstinación, ambición y ansiedad: hacemos un montón de esfuerzo, pero ¿para ir a dónde?
En el Glosario de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la definición metafísica de tiempo, que da Mary Baker Eddy, dice lo siguiente: “Medidas mortales; límites, en los cuales están comprendidos todos los actos, pensamientos, creencias, opiniones y conocimientos humanos; materia; error; aquello que empieza antes, y continúa después, de lo que es denominado muerte, hasta que lo mortal desaparece y la perfección espiritual aparece” (pág. 595).
En vista de la última parte de esta definición, el tiempo no está limitado al período de vida que creemos tiene lugar entre el nacimiento y la muerte. Esta comprensión abre nuestro pensamiento a un propósito más elevado. A medida que cumplimos con nuestras obligaciones en cada etapa de nuestra vida, es mucho más gratificante ver al mortal desaparecer para que “la perfección espiritual aparezca”, y ese debería ser nuestro propósito principal en la vida.
La Sra. Eddy nos dice: “La escuela preparatoria de la tierra ha de aprovecharse al máximo” (Ciencia y Salud, pág. 486). Me gustaría ilustrar esta declaración con una experiencia. El año pasado, durante el ciclo académico que comienza muy temprano, mi nieto tuvo que estudiar lecciones importantes. Pero aparentemente una materia le daba muchos problemas, así que tuvo que trabajar más duro, estudiar más concienzudamente, con la ayuda de sus padres. Como resultado de este trabajo arduo, le fue tan bien en los exámenes ¡que obtuvo la calificación más alta de la clase! Se sentía muy feliz y orgulloso cuando me contó lo ocurrido. Yo, por supuesto, lo felicité, pero luego le dije: “Esta calificación alta, ¡no es lo importante!” Me miró sorprendido. Continué: “Lo que es importante son las cualidades que tienes y que expresaste en esta oportunidad, tal como inteligencia, buena memoria, el gusto de hacer un esfuerzo, la satisfacción de haber hecho un buen trabajo, perseverancia, y así sucesivamente. Tú sabes que posees todas las buenas cualidades porque eres hijo de Dios, el reflejo del creador que es la inteligencia infinita.
“Esta experiencia te resultará muy útil en tu travesía”, continué. “Si mañana, en los próximos seis meses, o en veinte años, te enfrentas con un desafío, recordarás que necesitas dejar de lado las creencias de escasez, inhabilidad, limitación, incompetencia, porque todas ellas pertenecen a un ser mortal, y tú no eres ese mortal. Más bien, al reconocer y declarar que eres hijo de Dios, podrás aceptar con alegría que posees todas las cualidades necesarias para enfrentar la situación, y las identificarás con la perfección espiritual de tu ser y tomarás consciencia de ella.
“Así que, lo que es importante son todas esas cualidades que constituyen tu verdadera identidad, y que has expresado. Expresar esas cualidades es el verdadero propósito de una vida exitosa. ¿Acaso Jesús no nos enseña que somos ‘la luz del mundo’ (Mateo 5:14) y la ‘sal de la tierra’ (Mateo 5:13)?
“Entonces, ¿qué pasa con tu calificación alta? Bueno, ¡es la guinda que corona el pastel!” Él se rió al imaginar la guinda, pero entendió lo que le quería decir y compartió mi punto de vista.
Lo que ocurre es que, cada etapa de la vida, cada momento del día, nos brinda la oportunidad de ver a Dios manifestado en nuestra experiencia, mediante la oración y la demostración. Debemos empezar nuestro día orando y leyendo la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy. Un conocimiento correcto de Dios, el bien, y de la naturaleza espiritual de nuestro ser y de todo ser, es esencial a fin de que se nos revele el hecho de que Dios se expresa por siempre en nosotros.
Sin embargo, este estudio no debe ocultar al mundo de nuestra vista. Más bien, este conocimiento que obtenemos debería transformarnos en valiosos colaboradores para hacer que el mundo sea un lugar mejor. Tenemos nuestro ser en Dios, y nuestra función es comprender esto, y vivirlo. Las tareas que realizamos son a menudo necesarias e importantes, pero lo más importante son la actitud interior y la comprensión espiritual que adoptamos cuando las realizamos. Yo ya no me someto simplemente a lo que tengo que hacer cada día, porque ahora lo hago para la gloria de Dios y por amor a mi prójimo, de modo que cualquier cosa que hago se transforma en una alegría.
Me siento realmente viva cada vez que vivo, hablo, actúo, desde la perspectiva de mi unidad con Dios, cuando vivo conscientemente lo que entiendo de mi naturaleza espiritual, que me guía a abrirme a los demás. “Vida es sólo Amor” (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 388). Puesto que Dios es Vida y Amor, Él es el bien perfecto, y cuando silenciamos el sentido mortal de vida, vemos que Dios y Su expresión se manifiestan más claramente en nuestra vida diaria.
De esta manera, podemos amar cada momento de nuestra vida, ya sea que estemos en la escuela, en el trabajo, haciendo compras o salgamos a caminar, sin tener que preocuparnos de que la vida mortal está transcurriendo con el paso del tiempo. Vivir es verdaderamente ver la naturaleza espiritual de la vida, y regocijarnos por ello en todo lo que se requiere que hagamos, haciéndolo de la mejor manera que podamos, y esforzándonos por expresar la perfección divina.
Cuando mantenemos este estado de consciencia, las sombras y los desafíos relacionados con los años que parecen acumularse, desaparecen, porque vivimos cada vez más en comunión con Dios, y estamos llenos de gratitud por Su presencia cada vez más tangible. Traemos un sentido espiritual a nuestras vidas, a nuestros días, a todas nuestras acciones. Lo mortal desaparece cada vez más, y la perfección espiritual se demuestra mejor. ¿No es acaso este un buen uso de nuestro tiempo?
Puede que te preguntes: ¿Y qué decir de la salud, la abundancia, el éxito, la paz, el amor, la alegría? Bueno, ¡eso es mucho más que una guinda en el pastel! Estas son las maravillosas bendiciones que resultan de comprender que la vida es espiritual y eterna.
