Termina un año, y comienza otro. Todos prometemos tomar ciertas decisiones, incluso asumimos compromisos, con nosotros mismos y con nuestros hijos. A veces son objetivos que debemos alcanzar para tener una vida más feliz y confortable. Cumplimos con estos objetivos que parecen ser esenciales para nuestro bienestar, aunque causen mucho estrés.
De niños, nuestra vida de estudiante está marcada por el paso de un grado al siguiente, y la aprobación de las pruebas finales de cada año. Luego, pensamos en el futuro, aspiramos a tener un empleo que nos permitirá establecernos en la vida social, la vida familiar, y después viene esto… y después viene aquello… En síntesis, nos apuramos con obstinación, ambición y ansiedad: hacemos un montón de esfuerzo, pero ¿para ir a dónde?
En el Glosario de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la definición metafísica de tiempo, que da Mary Baker Eddy, dice lo siguiente: “Medidas mortales; límites, en los cuales están comprendidos todos los actos, pensamientos, creencias, opiniones y conocimientos humanos; materia; error; aquello que empieza antes, y continúa después, de lo que es denominado muerte, hasta que lo mortal desaparece y la perfección espiritual aparece” (pág. 595).
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