Antes de conocer la Ciencia Cristiana, me parecía natural en el bachillerato utilizar chuletas (apuntes escondidos) en el salón de examen. En la universidad, fue incluso peor con la cantidad de trabajo por hacer y el número de clases que teníamos. Estudiábamos en grupos, y durante las pruebas, la respuesta a una pregunta circulaba entre los miembros del grupo para que todos pudieran copiarla en su propio examen; todo esto con el riesgo de que nos pescaran.
La forma en que algunos profesores enseñaban infundía temor entre los estudiantes. Ellos afirmaban que “no todos pueden tener éxito”, o, por ejemplo, en mi clase los profesores nunca le ponían a los estudiantes una calificación más alta que una B-, incluso cuando el trabajo que ellos presentaban merecía más. Entonces, los estudiantes a veces tenían que aprobar el curso sobornando a los profesores: Les daban dinero, ofrecían sus cuerpos, o sacaban ventaja de estar relacionados con alguno de ellos.
Cuando encontré la Ciencia Cristiana, ¡qué tranquilidad me dio! En la Biblia, el Salmo 147 nos dice: “Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito” (versículo 5). Me di cuenta entonces de que Dios, la Mente divina, es la fuente del bien, de los pensamientos correctos y de toda comprensión verdadera. Si yo comprendía plenamente este hecho, y hacía lo que era debido —estudiar, asistir a clase, asegurarme de que entendía lo que se enseñaba, etc.— podía estar segura de que aprobaría los exámenes.
El estudio de la Ciencia Cristiana disipó el miedo que me daban algunos profesores y, sobre todo, me dio un nuevo método para estudiar. Cuando me estaba preparando para los exámenes finales, no estaba preocupada por los profesores, las clases, o incluso los amigos con los que estaba trabajando en el grupo de estudio. Ya no iba a dar las pruebas con apuntes escondidos. En otras palabras, dejé de hacer trampa en los exámenes.
Mientras daba el examen, estaba convencida, desde el fondo de mi corazón, de que la prueba era un lugar donde demostraría la inteligencia que Dios da. Yo sabía que Dios, que es la inteligencia infinita, es toda-acción, e imparte a todos Sus hijos inteligencia ilimitada, lo que significaba que yo sabría lo que necesitaba saber. Dios es imparcial. Él no da más inteligencia a un individuo (el profesor) y menos a otros (los estudiantes), dejando a esos otros vulnerables al fracaso. En la Mente no hay fracasos, y Dios no puede permitir que Su idea fracase.
Desde entonces, nunca tuve que regresar a dar un examen recuperatorio, y me gradué de la universidad con dignidad, ¡sin hacer trampa o sobornar a mis profesores!
