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Para cambiar el clima de muerte

Del número de noviembre de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 27 de junio de 2016.


En mi ciudad parece que las banderas están a media asta con más frecuencia que nunca, indicando el fallecimiento de personas muy veneradas. Esto me recuerda que cada día millones de personas están de luto por la pérdida de alguien. La muerte es una constante en las conversaciones en público, y no solo respecto a las personas. Escuchamos hablar de la muerte de bosques, arrecifes de coral, especies enteras; incluso de la muerte de la privacidad, las costumbres e instituciones tradicionales, incluida la iglesia.

Centrar tanto la atención en la muerte crea un opresivo clima mental que es necesario cambiar con urgencia. Un verso de un himno indica una forma de hacerlo:

Dijo el Espíritu: 
       Venid y libres sed en la Verdad; 
triste el ensueño es del mortal. 
       La Vida soy, venid a Mí.
       (Elizabeth C. Adams, Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 188, traducción © CSBD)

“Venid a mí” es una súplica que se repite en la Biblia. Ven a la verdad de que Dios es la única Vida, que expresa y abraza toda vida. Su resurrección y ascensión demuestran que la vida es independiente de la materia, y que estamos destinados a seguirlo a él y demostrar esto. Él dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2).

Como nosotros, los propios discípulos de Jesús fueron lentos para aceptar que su enseñanza podía en realidad invalidar la aparente inevitabilidad de la muerte ahora mismo. ¡Cuánto anhelaba él que ellos comprendieran esto!  Ese anhelo se demostró particularmente cuando fue a resucitar a su amigo Lázaro, que había muerto varios días antes (véase Juan 11:1-44). Después de hablar con las entristecidas hermanas de Lázaro, Jesús lloró. Muchos han especulado sobre esto. Sabemos por el relato que Jesús amaba a esta familia, sin embargo, es difícil creer que él lloró por pena o lástima, cuando sabía que Lázaro estaba por ser resucitado de los muertos.

Al tener en cuenta el amor que Jesús sentía por todo el mundo, parece más bien que él lloró porque ni siquiera sus seguidores más cercanos entendían lo que significaba su promesa de vida eterna, y lo que se requiere para cumplirla comenzando ahora. De hecho. Él no enseñó que tiene que haber una muerte. La creencia que hay vida en la materia tiene que morir porque no es la vida verdadera, sino es como un sueño que tergiversa y luego se desvanece. Al perder ese sentido falso de vida, encontramos la vida que Dios da, sin dolor o tristeza y por siempre buena.

Es posible que Jesús también haya llorado porque la gente no logró percibir otro punto clave de su enseñanza. La Biblia registra tres veces que los que guardaban luto decían que si Jesús hubiera estado allí antes, Lázaro no habría muerto. No obstante, él había insistido una y otra vez en que no era su poder y presencia personales las que sanaban, sino la Verdad misma. Tal vez Jesús previó que el error trágico de depender de la personalidad, en lugar del Principio-Dios para encontrar salvación, ocultaría el verdadero poder para sanar durante siglos después que él se fuera.

Aun así, el gran Maestro no lloró mucho ese día. Cuando Lázaro salió de la tumba conforme a su mandato, Jesús debe haber sentido la alegría que él dijo nadie nos puede quitar, la alegría de que el Consolador, la verdad de que Dios preserva toda vida eternamente, vendría nuevamente a la comprensión humana y se establecería en la tierra como en el cielo. Y continuó viniendo en progresos graduales de consciencia espiritual a lo largo de las épocas, hasta que irrumpió la atmósfera de la trampa de muerte del materialismo, en el descubrimiento que hizo Mary Baker Eddy de la Ciencia espiritual de la vida.

Si bien, resta mucho por comprender y probar de esta Ciencia, las demostraciones sobre las condiciones que amenazaban la vida que se han manifestado mediante su práctica, marca un cambio estupendo en el clima mental. Una Científica Cristiana de la República del Congo, contó hace varios años cómo su familia tenía que ocultarse durante un período violento de la guerra civil de su país. Cuando un grupo de hombres armados los descubrieron y los rodearon, ella se volvió a Dios y tomó consciencia de la totalidad del Amor divino. Ellos no padecieron daño alguno. Varios testimonios recientes en esta revista, relatan cómo los diagnósticos médicos de incurabilidad, han sido invertidos y sanados en la Ciencia Cristiana.

La resurrección y ascensión de Jesús demostraron que la vida es independiente de la materia, y que estamos destinados a seguirlo al demostrar esto.

Una vez que la gente sabe que existe un poder que es todo amor, y que está por siempre disponible para ayudarlos, no van a parar hasta que logren encontrarlo. Y ese cambio sísmico en la consciencia está ocurriendo, haciendo que un número sin precedentes de gente se rebele en contra de la corrupción, el egoísmo y el temor, que contaminan y matan, y exija la pureza y el amor que constituyen la verdadera vida.

Cuando la muerte nos abruma, nosotros podemos, por ser verdaderamente linaje de Dios, ver más allá de la ilusión de que la vida termina. Es posible y hasta natural sentir la alegría de que cada identidad continúa como un individuo, la expresión vital de Dios, y que “cada etapa sucesiva de experiencia revela nuevas perspectivas de la bondad y del amor divinos” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 66).

Los pensadores espirituales establecen una atmósfera de bien esperado. Irradian una confianza de que una Mente totalmente buena gobierna el universo, al impulsar e inspirar la acción inteligente. Su forma de vivir y amar desinteresadamente purifica el clima mental que determina las condiciones externas. Esta acción colectiva constituye una iglesia que se va renovando para siempre y que despierta al mundo del sueño de la muerte a la realidad de la bondad interminable de la Vida. 

Margaret Rogers

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 27 de junio de 2016.

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