“La Ciencia Cristiana borra de la mente de los enfermos la creencia equivocada de que viven en la materia o a causa de ella, o que un llamado organismo material gobierna la salud o la existencia de los hombres, y nos induce a descansar en Dios, el Amor divino, quien cuida de todas las condiciones que se requieren para el bienestar del hombre” (Mary Baker Eddy, Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 12). Este pasaje es el fundamento de mi testimonio.
Un domingo, hace unos años, durante el servicio religioso en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, a la que asistí, de pronto comencé a sentir agudos dolores en el estómago, y tuve que salir del salón para ir al baño. No obstante, las verdades espirituales que se leían de la Lección-Sermón elevaron mi pensamiento. Después de regresar al salón, tuve la tentación de irme corriendo a casa, pero el versículo 10, en particular, del Salmo 91: “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”, me ayudó a quedarme hasta que terminó el servicio.
En realidad, algunos maestros de la Escuela Dominical y yo nos habíamos comprometido a ir después a un orfanato ubicado a unos 5 km del centro de la ciudad (3 km por bus y 2 km a pie), donde nuestra iglesia ofrece clases de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Todavía tenía dolores, pero sentí que podría asistir y no tendría que excusarme. No quería dar cabida a este error o permitirme tenerle temor. Hay un poder divino, siempre presente, que gobierna cada aspecto de nuestra existencia y en el cual nos podemos apoyar.
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