La relación entre suegras y nueras es un tema muy común dondequiera que se reúna un grupo de mujeres. Es como un tema ancestral que se mantiene a pesar de la gran evolución que ha experimentado la sociedad. Esta creencia es uno de los temas más abordados por el humor, a través de chistes, afiches y juegos.
Hace un tiempo una amiga me contaba que un familiar de ella que había sufrido mucho por el trato que le había dado su suegra al principio de su matrimonio, ahora repetía la misma actitud con su propia nuera.
¿Qué sucede en esta relación? ¿Por qué ocurren tantas desavenencias? ¿Qué cosas se ponen en juego? ¿Celos, posesión, dominio, antagonismo, poder?
Pensando en estos elementos, me di cuenta de que son los mismos que ocasionan los grandes conflictos en todo el mundo, y parece ser complejo lograr un buen entendimiento entre ambas partes.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras Mary Baker Eddy escribió: “Los celos son la tumba del afecto. La presencia de desconfianza, donde debiera haber confianza, marchita las flores del Edén y dispersa los pétalos del amor, haciéndolos perecer” (pág. 68). Cuando dos mujeres sienten que compiten por un espacio en un corazón, sin duda olvidan que el gran corazón del Amor nos abarca a todos, y en él no hay disputas ni discordias de ninguna clase.
Cuando era una joven esposa yo creía que tenía todas las respuestas. La influencia errónea de los pensamientos generales me indujo a creer que la relación suegra-nuera era una relación destinada a la desarmonía, una relación insalvable. Así es como se ve muchas veces una relación si sólo se mira como un vínculo humano en el que se busca marcar un territorio como propio.
El gran corazón del Amor nos abarca a todos, y en él no hay disputas ni discordias de ninguna clase.
En la Biblia encontramos la historia de Rut, quien abandonó a su familia y amigos para viajar con su suegra y ampararla (véase Rut 1:16). Esta historia fue de gran inspiración para mí. Me permitió comprender más sobre el amor y sus diversas formas de expresión. Una relación se construye con una suma de detalles, es un proceso de entendimiento y de tomar consciencia de quiénes somos, de dónde venimos y quién es nuestro Padre. Por eso las relaciones son cooperación, no competencia, desarrollo, no acrecentamiento. Debemos tener el anhelo de estar “todos unánimes juntos” (Hechos 2:1).
Nuestra relación con los demás debería comprenderse desde la perspectiva de nuestra relación con nuestro Padre-Madre Dios. En Ciencia y Salud leemos: “Las relaciones de Dios y el hombre, el Principio divino y la idea, son indestructibles en la Ciencia; y la Ciencia no conoce ninguna interrupción de la armonía ni retorno a ella, sino que mantiene que el orden divino o la ley espiritual, en el cual Dios y todo lo que Él crea son perfectos y eternos, ha permanecido inalterado en su historia eterna” (pág. 470-471).
Mi suegra y yo pasamos muchos años componiendo y descomponiendo nuestra relación, hasta que las dos llegamos a un mejor entendimiento mutuo y cedimos nuestros espacios. Pero no lo logramos con el esfuerzo humano, sino comprendiendo que “las discordias del sentido corporal tienen que ceder a la armonía del sentido espiritual, así como la ciencia de la música corrige los tonos falsos y da dulce concordancia a los sonidos” (Ciencia y Salud, pág. viii). Yo aprendí a reconocer en ella las cualidades propias del Cristo, y valorarlas. Esta concordia no sólo bendijo nuestra relación, sino también a nuestras familias. Permitió que mis hijos –sus nietos– gozaran de la excelente confianza mutua que pudimos demostrar, y los niños pudieron disfrutar de sus abuelos con felicidad y continuidad.
Esta experiencia me enseñó mucho acerca de la importancia de ser humilde, dejando que Dios guíe mis acciones, para demostrar una relación humana armoniosa. He aprendido que si cada uno de nosotros nos esforzáramos día a día por vencer los desafíos que aparecen como carácter, características, personalidad o simplemente opiniones humanas –demostrando la bondad y unidad espirituales que caracterizan a todos los hijos de Dios– podremos sanar nuestras relaciones y bendecir a quienes nos rodean. He podido aplicar estas verdades a lo largo de mi vida, no sólo en mi relación con mi suegra, sino también en otras relaciones familiares y en mi entorno laboral. Y los resultados han sido muy armoniosos.
