Recientemente, estaba mirando en Internet algunos de los testimonios de la Ciencia Cristiana ocurridos a lo largo de varias décadas, y me sorprendió el asombroso contraste que existe entre la abundante información que hay hoy en día en los medios sociales, y esas “fotos instantáneas” de la vida que llegan cada semana y cada mes en forma de testimonios de curaciones. En lugar de ser “selfies” (en fotografías o palabras) mostrando los “últimos” logros y opiniones de la familia, los testimonios son apropiados para contar los momentos sagrados que cambiaron una vida. De hecho, con frecuencia relatan las primeras experiencias profundas que alguien tuvo de la verdadera naturaleza de la vida. Y tres cuartos de siglo más tarde, uno puede sentir aún lo maravilloso que fue haber sido salvado varias veces de la muerte en medio del océano, cuando un convoy fue atacado durante la Segunda Guerra Mundial, o lo que se sintió al ser liberado después de años de padecer una enfermedad crónica.
Curaciones poderosas como estas eran tan claramente válidas, reales y frecuentes, que eran por sí mismas suficientes para producir un nuevo impulso: nuevas experiencias espirituales compartidas por toda una familia, novedades de curaciones transmitidas de un vecino a otro, reuniones de testimonios de los miércoles con personas esperando su turno para poder contar sus más recientes curaciones. Naturalmente, todo esto producía alegría, crecimiento y la gran expectativa de que se presentarían nuevas posibilidades.
No obstante, la mujer que descubrió y fundó la Ciencia Cristiana explicó que se necesitaría algo más para que esas demostraciones sustanciales del Amor divino pudieran continuar. Ese algo requería no ser arrastrados constantemente después de la curación, a una base imaginaria de existencia material, con su identidad o personalidad en la materia. Joseph Mann, que fue sanado por un Científico Cristiano cuando se estaba muriendo de una herida de bala, recordaba que Mary Baker Eddy le dijo años después: “Usted tuvo una experiencia maravillosa. Lo echaron violentamente fuera de la casa [la mentalidad que piensa que vive en la materia], y se puso de pie afuera; no vuelva a entrar en la casa” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Volume II, p. 161).
Sus años de trabajo para establecer la Ciencia Cristiana habían hecho que Mary Baker Eddy estuviera profundamente consciente de la oposición cada vez más intensa que presentaba el sentido material de la existencia. Por cada paso de progreso, dicho sentido reafirmaba aún más a gritos su propia fe en la materialidad de la vida. Desde el principio mismo, Mary Baker Eddy percibió que la convicción de que la vida era material, producía una oscuridad mental que pretendía tener poder para oscurecer la iluminación espiritual. Ella cuenta, por ejemplo, que esto ocurrió casi inmediatamente después de la primera curación que tuvo. Un visitante que aparentemente esperaba que ella falleciera debido a sus heridas, entró en su habitación, y la Sra. Eddy comentó después en una entrevista, que de pronto ella experimentó una vez más los mismos síntomas de los que ya se había librado (véase Christian Healer, Amplified Edition, pp. 57–58.)
Otra oposición, más determinante y maliciosa, se manifestaría a lo largo de toda su vida. Pero esto, también, lo superó invariablemente mediante su comprensión de que no se estaba apoyando en una personalidad humana, sino en la revelación y demostración que ella había tenido de una realidad espiritual que lo abarca todo, totalmente buena, y que incluía su propia existencia verdadera como expresión de Dios. Al descubrir quién era ella realmente, le resultó natural discernir la diferencia entre lo que era tan solo temor y una impresión mesmérica, y una realidad espiritual tan concreta, que podía llamarse científica.
En su discurso “ ‘Escoged’ ” ella escribió con deliberada precisión y claridad, no solo a aquellos que estaban presentes en ese momento, sino a las generaciones futuras —a nosotros hoy— acerca de la visión que ella sabía era tan necesaria: “Totalmente separada de este sueño mortal, de esta ilusión y engaño de los sentidos, viene la Ciencia Cristiana a revelar que el hombre es la imagen de Dios, Su idea, coexistente con Él; Dios dándolo todo y el hombre poseyendo todo lo que Dios da” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 5).
Creer que uno vive en la materia con una personalidad limitada que trata de “adquirir” más Ciencia, tiene poco que ver con la enorme dimensión de la revelación espiritual que nos libera para que seamos lo que ya somos. También tiene poca defensa contra la ilusión de que la oscuridad del sentido material del existir puede ensombrecer y agotar la iluminación espiritual. No puede hacerlo, pero es nuestra obediencia a Dios, y el escoger la nueva consciencia espiritual que nos da la Mente que es Todo, lo que prueba sin lugar a dudas que no puede hacerlo.
Para que la Causa que ella fundó continuara, la Sra. Eddy sabía que sus seguidores debían tener presente, como la esencia misma de sus vidas, el ejemplo de Cristo Jesús de mantener una obediencia total y abnegada a Dios, no las esperanzas humanas de bienestar, logros y “éxitos” materiales. Por ser sus seguidores, ellos tendrían que estar dispuestos a escoger. No podían servir a dos señores, y tratar de comer los frutos del árbol de la vida, así como los del árbol del bien y del mal, y esperar disfrutar de una vida sumamente confortable en la materia. Ellos tenían que estar dispuestos, en cambio, a aprender el significado más profundo de las palabras de Jesús: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30); y “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30). Paso a paso tendrían que hacer el trabajo de aprender y vivir la Ciencia que respalda el cristianismo de Cristo Jesús.
Una paciencia maternal acompañaba la percepción que tenía la Sra. Eddy de que era inevitable que aquellos que se consideraran Científicos Cristianos debían ceder a una comprensión cristianamente científica de vivir. Ella escribió: “Emerge suavemente de la materia al Espíritu” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 485), sabiendo que se produciría, no mediante la voluntad, sino mediante la mansedumbre, no por medio del orgullo, sino por la obediencia como la de un niño. Pero ella sabía que emerger de la creencia de que se tiene una personalidad en la materia, y aceptar la consciencia totalmente otorgada por Dios, es lo que proporciona la fortaleza divina para construir y reconstruir para todos los tiempos.
Allison W. Phinney
